Debemos enseñar la historia a los niños sin ningún maniqueísmo ni arrebato patriótico, pero sí con patriotismo; hablar de todos los que colaboraron a la formación de nuestra nacionalidad, como ocurre en Francia o Inglaterra, donde todos ocupan un lugar, los de una facción y los de la contraria; aceptar que todos pertenecen a nuestro bagaje cultural y que todos forjaron nuestra historia.
Escribí en este espacio hace un par de semanas un texto crítico sobre la creciente estrategia de los activistas en los Estados Unidos de derribar estatuas de personajes históricos para protestar por la colonización y la dominación europea ocurrida a partir del arribo de Cristóbal Colón a tierras de nuestro continente. El artículo que menciono puede encontrarse en esta liga: https://www.e-consulta.com/opinion/2020-06-21/derribar-estatuas-es-deseable-borrar-el-pasado
Las notas periodísticas reportan que han sido derribadas varias estatuas de Colón acusándolo de genocidio contra los pueblos originarios de nuestro vecino del norte. El más reciente ocurrió, según leí este domingo, con motivo de la celebración del 4 de julio, día en que se conmemora la independencia de aquél país.
En ese texto citaba al historiador Richard L. Kagan que señala estas acciones como erróneas porque considera que juzgan al pasado con los valores y normas de hoy, lo que demuestra –este es un elemento añadido por mí- que esta época muestra una lamentable carencia de conciencia histórica y un dominio del conocimiento de sentido común que es propio de lo que Lonergan llama “El largo ciclo de decadencia de las civilizaciones”.
El problema de fondo desde mi punto de vista es que seguimos pensando la historia y la mayoría de las dimensiones y temas de la vida social desde una visión simplificadora y necesitamos como propone el pensador francés Edgar Morin, transitar hacia un pensamiento complejo.
El pensamiento simplificador ha construido y mantiene vigente en la concepción general de la sociedad lo que los historiadores llaman “la historia de bronce”, es decir, la historia que se construye a partir de los grandes acontecimientos y que divide a los personajes de esas grandes gestas en héroes y villanos.
Y como escribí en un artículo de hace ya muchos años a propósito de uno de los tantos cambios realizados a los libros de texto gratuito de Historia, lo que ocurre es que “la historia es de quien la trabaja” y por supuesto que se va escribiendo y difundiendo desde los vencedores, que son quienes definen a los héroes por supuesto desde los que lucharon de su lado y a los villanos, obviamente los que combatieron en su contra.
A esta visión de la historia de bronce se fue sumando de manera muy significativa dentro del mundo académico la concepción y el desarrollo de la llamada Microhistoria, la historia no de las grandes gestas sino de los personajes desconocidos o marginales, de los hechos raros o curiosos, de la vida cotidiana de las comunidades periféricas que generalmente se ha ido olvidando y jamás aparecía en los libros.
Se trata de una visión alternativa y complementaria, aunque muchas veces también antagónica a la que presenta la historia de bronce que es la que generalmente se enseña en las escuelas y que según el texto que cito en el epígrafe de hoy, escrito también por un historiador, no es del todo desdeñable siempre y cuando se use solamente en las edades tempranas para ir creando un interés y curiosidad por la historia y afianzando ciertos valores patrióticos centrales pero sin caer en el fanatismo y tratando de transitar hacia una historia que incluya los matices y los claroscuros propios de todos los personajes y los grupos humanos de todos los tiempos y lugares.
Pero si la microhistoria intenta complementar y matizar la simplificación de la historia de bronce que se va convirtiendo en historia oficial desde quienes tienen el poder, la reacción desde el pensamiento simplificador que predomina en la opinión pública y en muchos de los grupos de activistas es más bien la de un movimiento pendular que se posiciona en el extremo opuesto de la historia oficial y convierte a los héroes perfectos en villanos deleznables y a los acontecimientos antes exaltados en afrentas imperdonables.
Este paso al extremo opuesto mantiene la perspectiva maniqueísta que ve la historia en blanco y negro y es incapaz de desarrollar la comprensión de la complejidad del ser humano y de la historia de la humanidad, que es la que deberíamos enseñar a las nuevas generaciones de ciudadanos.
Recientemente encontré en las redes sociales una imagen con motivo del aniversario de “La noche triste” -30 de junio de 1520-
que hacía “un homenaje a los mexicanos que en histórica batalla vencieron a los invasores españoles luchando por la preservación de nuestra cultura e identidad como nación”.
Esta imagen es un ejemplo de esa corrección política producto de la falta de conciencia histórica bien sustentada que domina la opinión pública actual y sigue viendo la historia desde la visión de héroes y villanos, simplemente cambiando los papeles. La persona que compartió esta imagen en sus redes preguntaba cuál era el error y hubo varios comentarios pero ninguno logró señalar que en 1520 no había mexicanos y que fueron los mexicas quienes vencieron a los españoles. Tampoco existía por tanto una cultura ni mucho menos una identidad nacional puesto que el territorio que hoy ocupa nuestro país era un mosaico muy diverso de culturas distintas.
A propósito de este ejemplo que muestra la urgencia de formación histórica desde un pensamiento complejo, cabe muy bien la conclusión del texto de la revista Istmo del mismo artículo que cito al inicio:
“Estas incomprensiones deben ser superadas por las escuelas y por los padres. La moderna historiografía tendrá que permear los libros de texto y ser la plataforma sobre la que los padres eduquemos a nuestros hijos; debe ser más justa, incluir a todos los que participaron en la construcción de nuestra nacionalidad, rescatar a todas las figuras interesantes de uno u otro bando, no sólo a los «conservadores» ni sólo a los «liberales»”.
*Texto publicado originalmente en E-Consulta