Fidel Ibarra López
Parto de lo siguiente: con el término de “nueva normalidad” no pretendo referirme a ese marco de medidas que se están proponiendo para el retorno a clases en el próximo ciclo escolar -número de alumnos por salón de clases, medidas sanitarias en los centros escolares, etc.- Hacerlo así, sería centrar la atención en un aspecto de carácter administrativo. Y demeritaría con ello el alcance de la complejidad del tema. O, dicho en otras palabras, si bien esas medidas representan un problema para cualquier centro educativo, sería en el mejor de los casos el menor de los problemas. El tema es mucho más complejo, y explico el porqué:
Hablar de una “nueva normalidad” es hablar, en un primer acercamiento, de un nuevo orden en la convivencia social de los individuos. ¿Por qué? Porque este virus –el SAR COV2-, al igual que el virus que genera el VIH, el Ébola o la influenza H1N1, llegó para quedarse. Y habrá que aprender a vivir con él. Y una forma de hacerlo, es integrando el distanciamiento como práctica social. Y eso significa una nueva normalidad.
No obstante, la “nueva normalidad” no es un tema que se circunscriba solamente al plano de la convivencia social. Varios autores están advirtiendo sobre el advenimiento de un nuevo orden social que tendría implicaciones en varias agendas (económica, política, tecnológica). Me detengo en una, para contextualizar mi línea argumentativa: la economía y el capitalismo cognitivo. Desde hace unos años, el debate sobre la Cuarta Revolución Industrial ha ocupado a los académicos interesados en el tema. No obstante, para el grueso de la población era un tema tangencial, puesto que no demandaba interés alguno. Con la irrupción de la pandemia esto no necesariamente va a seguir siendo así, porque la realidad laboral en una cantidad importante de empresas ha tenido que migrar hacia el mundo digital. Y va a ser un proceso irreversible. Esa condición es un imperativo precisamente de la Cuarta Revolución Industrial, donde la interconexión -entre individuos y empresas- va a transformar el espectro económico que conocíamos hasta antes de la pandemia.
Y va a ser -insisto- un proceso irreversible. Y que, además, de acuerdo con los expertos en la materia se va a presentar a una velocidad exponencial, con amplitud y profundidad y que generará un impacto toral en los sistemas (gobiernos, empresas, industrias). En ese sentido, como afirma Klaus (2016), la pregunta para las empresas no es si se va presentar alguna disrupción, sino ¿cuándo llegará la disrupción, qué forma adoptará y cómo afectará a la empresa? La disrupción ha llegado. Y esta es, en realidad la “nueva normalidad” a la que hay que adaptarse. Y, sobre todo, más que adaptarse es sobrevivirle, porque el cambio va a ser abrupto tanto para gobiernos como para las empresas y los individuos. En términos económicos, estamos en los albores de la implementación del capitalismo cognitivo. Y la pandemia ha sido el disruptor que se requería para ello.
En el caso de la educación privada, la complejidad inicia a partir de que se traslada la enseñanza a las tecnologías digitales. Y ante ese imperativo, algunas empresas educativas lo han tenido que paliar a través de plataformas que ya existían en la red, y otras más han recurrido a la constitución de sus propias plataformas, así como a la capacitación de su personal docente, y con ello han dado dos pasos al frente.
No obstante, la complejidad no termina ahí. Se está logrando sacar adelante el actual ciclo escolar, pero el escenario para los próximos ciclos demanda una revisión con seriedad de varios aspectos, porque la situación ha cambiado de forma sustantiva.
Cito algunos aspectos para contextualizar el problema: ¿cuántos alumnos de la educación privada pasarán a formar parte de la matrícula de una escuela pública? Lo desconozco, pero ese escenario se va a presentar. Por lo cual, las empresas educativas tendrán que reconfigurar su relación con sus clientes (padres de familia). O, en defecto, crear un modelo que les permita tener una vinculación más cercana con sus clientes. Como nunca antes, en este nuevo escenario cada centro escolar debe constituir un marco de competitividad que les permita atraer y retener a los alumnos. Y eso se logra a través de la innovación. Este concepto es un concepto recurrente en el discurso educativo, hasta llegar al grado de utilizarse de forma arbitraria; pero de aquí en adelante, es el concepto estratégico para mantenerse en pie en el nuevo orden económico que se nos avecina.
Para la innovación, un elemento es esencial: la cualificación del capital humano. En efecto, las empresas ya no le deben seguir apostando a la estrategia de los costos -a través de la contratación de mano de obra barata- para mantenerse en pie, sino a la contratación de capital humano cualificado para generar procesos de innovación que le permitan a la organización constituir un marco de competitividad frente a la competencia en el mercado.
Ahora bien, innovar ¿en dónde y hacia qué aspectos? Con esta pregunta regreso a la interrogante planteada por Klaus (2016): esta coyuntura disruptiva, ¿qué forma adoptará y cómo afectará a la empresa? En la respuesta a esta interrogante se encuentra el marco de innovación hacia el cual se debe enfocar la empresa. Para ello, se debe calibrar con la debida seriedad en qué escenario estamos parados y qué es lo que se avecina. Dicho en otras palabras, debemos leer con atención el escenario que nos está planteando esta coyuntura y actuar en consecuencia.
Visto así, me parece hasta como una oportunidad para que se aborde con perspectiva de futuro la educación que se imparte, sobre todo en el caso de la educación básica. Y revisar, a partir de ello, no solamente la relación escuela-padres de familia, sino también la parte del modelo educativo, el currículo, la formación académica de los docentes y la gestión administrativa y académica de la escuela.
Así, el tema implica una lectura a mayor profundidad, y por supuesto no se agota con un artículo como el que nos ocupa. Sin embargo, lo relevante a destacar es que el mundo cambió y ese cambio impactará a todos los actores que constituyen el sistema -económico, social, tecnológico-. La “nueva normalidad” entonces, será una normalidad donde sobrevivirán las empresas que estén insertada en el capitalismo cognitivo del siglo XXI. Y para ello, la clave está en la innovación.
Para vincular el título con esta parte del escrito diremos que, las perspectivas de la educación privada en esta “nueva normalidad” de penderá de la lectura que hagan de la actual coyuntura que se nos avecina, así como de las medidas que adopten al interior. Si la lectura se limita a las medidas administrativas y logísticas que tienen que tomar para reiniciar las clases en el próximo ciclo escolar -en caso de que haya condiciones para ello-, entonces el mensaje que se envía es que lo único que cambiará en la “nueva normalidad” es que solamente hay que ajustar la cotidianidad y la praxis a una condición de distanciamiento social.
Si ese fuera el caso, entonces la situación no demandará mayor problema: hay que modificar el orden de los pupitres; implementar un protocolo para el establecimiento de las medidas sanitarias; y si nos extendemos al terreno económico, reestructurar el costo de las colegiaturas para responder a la situación económica y mantener con ello al alumno en la escuela.
¿Es así de simple? Habrá quien lo juzgue así. Y, por lo tanto, su respuesta a esta complejidad será la implementación de medidas administrativas y de corto plazo. Sin embargo, la situación es más compleja. Y obliga a una revisión de fondo. Incluso, pensar la educación (básica) con miras a los individuos que demandará la sociedad cognitiva del siglo XXI. Algo que no ocurre ni por asomo en nuestra educación en estos momentos.
Finalizo con lo siguiente: la “nueva normalidad” orilla a las empresas educativas a la toma de decisiones. Y en esas decisiones se pone en juego incluso hasta su futuro.