Pedro Flores-Crespo*
Al participar en un sondeo sobre quehacer académico, un grupo de estudiantes de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Autónoma de Querétaro (UAQ) en México respondió, entre otras cosas, que si les explicáramos mejor qué quieren que aprendan, podrían tener un mejor aprovechamiento escolar durante esta contingencia.
Este sondeo fue desarrollado por tres colegas investigadoras (Miriam Herrera, Edita Solís y Oliva Solís) y yo para saber cómo estaban los jóvenes estudiantes y sus docentes organizándose para poder continuar con el proceso de enseñanza-aprendizaje durante el forzado encierro escolar. ¿Qué nos preocupaba? ¿Qué tan equipados estábamos en esta universidad pública para dar respuesta a la demandas de la educación en línea? ¿Cómo calificábamos los docentes nuestras habilidades para dar clases a distancia? ¿Qué tendríamos que hacer para avanzar académicamente? Todo esto con el propósito de ofrecer insumos para tener una discusión colegiada e institucional amplia sobre cómo regresar a clases de manera más segura y con conocimiento de causa.
Como muchos sondeos como éste, y ante las circunstancias, la aplicación del cuestionario fue por vía electrónica (GoogleForms). Gracias al apoyo de nuestra Facultad, el cuestionario pudo distribuirse por correo electrónico alcanzando una respuesta, en 14 días, de 264 estudiantes y de 42 docentes, lo que representó un 37 y 27 por ciento, respectivamente, del total de cada población.
Tomando en cuenta que no respondieron 452 jóvenes estudiantes y 111 docentes, los resultados de este ejercicio exploratorio hacen pensar.
Pero de aquellos profesores y estudiantes que sí contestaron el cuestionario, 97 y 80 por ciento, respectivamente, declararon que sí poseían una computadora personal para uso propio. Sobre el acceso a internet, seis de cada diez estudiantes y siete de cada diez académicos declararon tener un paquete con datos y tiempo ilimitados en el lugar donde en ese momento estaban confinados. Pese a contar con este acervo tecnológico, un poco más de la mitad de jóvenes encuestados reconocieron que padecían de “mala conexión” a la red (56%). De hecho, otra de las demandas más frecuentes que expresaron los jóvenes para poder “aprender mejor durante la contingencia” fue tener precisamente una “buena conexión” a internet.
Estos datos hacen pensar si será adecuado apostarle de lleno a la educación por computadora y en línea para poder encauzar el trabajo académico ante posibles rebrotes del virus y consecuentes cierres de las instalaciones universitarias. En este sentido, la propuesta de Alexandro Escudero, profesor de la UAQ, sobre “intermodalidad educativa” podría ser discutida, ya que aporta elementos valiosos para mantener la continuidad académica en caso de emergencias de este tipo. Escudero propone básicamente centrarse en aquellos procesos que integran diversas “modalidades educativas disponibles”, en lugar de considerar un solo artefacto (o plataforma) o un espacio único y determinado para el aprendizaje.
Por fortuna, en la FCPyS de la UAQ contamos con un Centro Integral de Medios (CIM) que podría estudiar y desarrollar esta “intermodalidad” en beneficio de todos los estudiantes, en especial, de aquellos que viven en los municipios más apartados del estado y cuyas condiciones les complican estudiar al parejo del joven que habita en un contexto urbano no marginado. Los medios en pos no sólo de la transparencia, sino de la equidad educativa sería algo relevante por ver.
Otro dato que podría servir para atemperar nuestro fetichismo digital es que 46 por ciento de los profesores evaluamos como “regulares” nuestras competencias para impartir clases en línea. Esta auto evaluación debe leerse junto con el hecho de que 90 por ciento la gran mayoría de los docentes se movieron, según los estudiantes, “inmediatamente” a las clases en línea.
El compromiso de parte del académico universitario es entonces evidente, no obstante, hay que tomar también en cuenta que un poco más de la mitad de los estudiantes (55%) consideró que los objetivos de las asignaturas que cursaban se cumplirían “medianamente”. Es decir, podría haber retrocesos escolares pese a mudarnos rápidamente a la opción en línea o a distancia. Hay entonces, vacíos que la tecnología no puede suplantar, como lo ha mostrado la investigación educativa por años. Estos vacíos son de índole pedagógica y no pueden llenarse enviando simplemente “lineamientos”, sino haciendo diagnósticos, reconociendo las carencias en términos de formación didáctica y ofreciendo apoyo institucional sin burocratizar la capacitación y el desarrollo docente.
La principal razón que dieron los estudiantes para que ellos pudieran aprender mejor durante la contingencia fue que los “profesores se organizaran mejor”. Y es que en aras de cubrir contenidos con ánimos de “salvar el semestre”, es muy probable que algunos académicos retacamos de tareas escolares y actividades a los estudiantes como si ningún virus se hubiera atravesado en el camino y la realidad fuera la misma. ¿Será que las universidades dejamos de saber cómo adaptarnos al contexto y mirar lo que realmente importa?
En el sondeo, ocho de cada diez estudiantes dijo haber experimentado en el tiempo que llevan confinados “sensaciones negativas” como “estrés, frustración, agobio y desagrado”. Bajo estas condiciones, el aprendizaje se torna más complicado y por tanto, la respuesta de las universidades debería ser más imaginativa. ¿Y esto qué significa?
En primer lugar, no pensar que poseyendo una computadora y utilizando una sola plataforma, el proceso de enseñanza-aprendizaje va a caminar sin problemas. Por esto la demanda del joven universitario de que le expliquemos qué queremos que aprenda es central.
Esta demanda bien puede delinearse a nivel central y ser general. La autoridad universitaria ocupa esas posiciones precisamente por tener la capacidad para imaginar, articular y comunicar una directriz intelectual que debe dar sentido a la actividad docente diaria. Respetando la libertad de cátedra, cada profesor tendría que ser capaz de darle sentido a esa política universitaria de desarrollo intelectual al fijar los objetivos de aprendizaje de cada uno de nuestros cursos. El lineamiento debe ser para crecer intelectual y académicamente, no sólo para cumplir reglas.
En segundo lugar, es imprescindible que ante el compromiso docente y estudiantil se articulen mejor los diversos programas universitarios (evaluación curricular, tutorías, TV UAQ, atención psicopedagógica, desarrollo académico). En nuestro sondeo, los profesores reconocen haber recibido apoyo de manera más frecuente de las coordinaciones internas de la facultad que de las instancias fuera de ella, cuando la mayoría de las peticiones para el cumplimiento institucional de la UAQ provienen de la administración central.
No es adecuado decir que una situación de emergencia como ésta que ha costado más de 15 mil vidas en México y casi medio millón alrededor del mundo es una “oportunidad” para cambiar. Es mas bien un trágico llamamiento para no repetir errores. Expresar entonces claramente qué queremos que produzca la educación universitaria es parte de esta misión.