Ana Razo*
Antes de la llegada del Covid 19 ya teníamos un problema para retener a nuestros adolescentes en la educación media superior: cerca de 13% se desafilian de la escuela cada año.
Ahora todas nuestras escuelas en México están cerradas. Cuando los 14,000 planteles públicos de educación media superior vuelvan a abrir sus puertas, muchos jóvenes volverán a clases. Pero otros no regresarán.
Por un lado, un gran número de adolescentes se enfrentarán a la presión para contribuir al bienestar de su familia. Algunos lo harán mediante el trabajo remunerado, para resarcir la pérdida de ingresos en el hogar; y algunas para hacerse cargo del cuidado de hermanos menores, personas con enfermedad, adultos mayores y trabajo del hogar, tareas histórica y desequilibradamente asignadas a las mujeres.
Por otro lado, la pandemia está haciendo aún más evidente lo que ya sabíamos: para muchos adolescentes la escuela no hace sentido. Esto no se explica solamente por una percepción de baja autoeficacia en aprendizajes, o por interacciones hostiles con docentes y entre pares; también hay una desilusión de la escuela como institución que prepara para la vida: “¿Para qué me va a servir tener buena ortografía (si ahora el autocorrector hace su trabajo)?” “¿Por qué necesito hacer una ecuación cuadrática (si hay programas matemáticos que las resuelven)?” “¿Para qué ir a escuchar a alguien –que ni sabe mi nombre– durante toda la mañana si en Google siempre tengo suerte?”
El problema de trayectorias educativas suspendidas en la media superior ya era grave y, como en muchas otras dimensiones de nuestro desigual país, la emergencia sanitaria está poniendo el dedo en la llaga.
Si bien se han analizado los impactos negativos del abandono escolar –en productividad, ingresos y desarrollo económico–, en este espacio quisiera centrarme en reflexionar sobre las prioridades para detener la desvinculación con los aprendizajes y el descenso en las trayectorias educativas, sobre todo, de los estudiantes más vulnerables y de familias más pobres. Para ellas y ellos, la brecha de alejamiento con la escuela ya ha comenzado a crecer desde el inicio de la contingencia: en al ámbito rural, más de la mitad de la población no tiene acceso a internet, no se encuentran materiales accesibles para personas con discapacidad y muchos no tienen medios de comunicación para seguir participando en su comunidad educativa.
La buena noticia es que podemos –y debemos– actuar rápidamente. Ahora, más que nunca, necesitamos repensar el sistema educativo y la emergencia justifica intentar disrupciones en las rutinas que conocemos.
Al inicio de este texto referí que nos enfrentamos a una oleada de jóvenes que tendrán dejar la escuela para incorporarse al mercado laboral remunerado y así aminorar la pérdida de ingresos en el hogar. Para impedirlo, será necesario un trabajo detallado de vinculación de datos para una focalización pertinente y específica de apoyos financieros hacia los estudiantes en mayor riesgo de suspender su trayectoria en la media superior. Se trata de acciones afirmativas con objetivos específicos que permitan que los estudiantes tengan oportunidades para continuar sus trayectorias educativas.
El caso de las jóvenes estudiantes es particularmente alarmante. Muchas de ellas suspenderán sus estudios por el incremento en las responsabilidades de trabajo doméstico y de cuidados no remunerados en el hogar. Adicionalmente, un conjunto amplio de investigaciones refiere que el cierre de las escuelas, o el hecho de que ellas no asistan a la escuela, incrementa la vulnerabilidad de las mujeres al abuso físico y sexual. Este es el mejor ejemplo de la necesidad de articulación de las políticas para construir intervenciones integrales y de bienestar para las adolescentes (traigamos a la agenda el tema de las guarderías). Para ellas, los apoyos financieros no serán suficientes, pues volvemos a la invisibilización de los costos del trabajo doméstico y de labores de cuidado, lo que hace desafiante cubrir el costo de oportunidad. Así, además de los apoyos económicos, necesitamos exigir el cumplimiento del derecho de todas las jóvenes mujeres a los servicios educativos y enaltecer el valor que la escuela tiene, en particular, para ellas.
Pero si hasta ahora hemos hablado de los jóvenes que abandonan los planteles, ¿qué hacemos cuando la escuela es quien abandona a nuestros adolescentes? La escuela abandona a los jóvenes cuando prioriza la rigidez por sobre sus intereses de aprendizaje. La escuela abandona cuando no impulsa el aprendizaje por cuenta propia y para toda la vida. La escuela abandona a los jóvenes cuando no modifica los modelos convencionales, homogéneos y unilaterales, para acercarse al conocimiento. La escuela abandona a los jóvenes cuando no hay interacciones educativas significativas con docentes y estudiantes. La escuela abandona a los jóvenes cuando sus maestros no pueden involucrarse en su propia formación y no reciben apoyos sólidos sobre su práctica.
El aula es el reflejo de nuestro sistema educativo. Necesitamos transitar de un sistema que procura la homogeneidad de todos los actores escolares hacia uno que encuentra en la heterogeneidad el mayor valor para aprender en colectivo, y necesitamos que esa visión se refleje en las aulas.
Necesitamos fortalecer las interacciones educativas entre docentes y estudiantes con desafíos cognitivos que provoquen el interés por aprender y por hacerlo a lo largo de toda la vida, pero que estas experiencias sucedan en vínculos de respeto, aprecio y sensibilidad por otras personas.
Adicionalmente, una estrategia fundamental será una campaña de comunicación y difusión que transmita a la comunidad, a las familias y a la juventud el gran valor –ético, ciudadano y de desarrollo pleno y solidario– de permanecer en la escuela (un “¡Quédate en la escuela!”). Queremos que los adolescentes sientan que la escuela los añora y los quiere ver regresar.
Ciertamente necesitaremos intervenciones educativas que ayuden a los jóvenes estudiantes a recuperar el ritmo de aprendizaje que esta crisis desaceleró. Sin embargo, este restablecimiento solo puede ocurrir con apoyos precisos y consistentes a las y los maestros. Necesitamos involucrar a los docentes de la EMS en el diseño y puesta en marcha, rápidamente, de acciones de formación sobre aquello que ellas y ellos quieran aprender para responder a las necesidades y los intereses de sus estudiantes. Si queremos que la escuela no abandone a nuestros jóvenes, solo el sistema educativo puede evitarlo.
*Doctora en Políticas Públicas por el CIDE y especialista en política educativa. Trabajó en la SEP dando seguimiento a varios programas federales. Es profesora en el PIPE-CIDE y sus temas de investigación se enfocan en los procesos de organización escolar, observación de la práctica docente de educación básica y media superior y en la evaluación de programas y políticas.
Twitter: @anarazop
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