Cimenna Chao Rebolledo*
Ante el cuestionamiento de cómo enfrentar los retos educativos derivados de las condiciones de distanciamiento social por la pandemia, sobresale una pregunta: ¿qué debemos priorizar y qué es necesario asegurar en los espacios educativos durante y después del distanciamiento social?
La pregunta es relevante dada la diversidad de contextos y condiciones desde donde se gesta el aprendizaje y la enseñanza, y dada la especificidad de nuestros estudiantes, antes, durante y después de la pandemia.
Esta emergencia sacó a la luz contrariedades educativas que la cotidianidad irreflexiva dejaba pasar inadvertidas, y nos ha obligado a preguntarnos sobre el rumbo que lleva la escolarización en nuestro país. Esta voltereta sorpresiva, visibilizó los procesos, contextos y actores que confluyen en la escolarización, y que requirieron adaptarse a la nueva realidad dispuesta por la pandemia, a través de implementar nuevas estrategias, medios y herramientas instruccionales para dar continuidad a la vida escolar. Sin embargo, más allá de la necesidad inmediata de continuar con el programa curricular, la pandemia ha abierto un espacio para reflexionar sobre el rumbo, los fines y las prioridades que, hasta hoy, y en adelante, presupone la educación escolarizada. En pocas palabras, si el mundo ha cambiado, ¿no tendría la escuela que hacerlo también? Podríamos empezar por preguntarnos ¿qué es deseable, necesario y prioritario, cambiar o conservar en la educación escolarizada, en un momento en que la costumbre, las creencias, y aquello que dábamos por sentado, se ha desfasado?[1]
Desde este espacio se propone que lo prioritario, es educar desde una pedagogía en donde lo más importante es CUIDAR. Nótese que las mayúsculas representan un acrónimo, cuyas siglas hacen referencia a los elementos prioritarios que deben estar presentes en la educación y en la escolarización, y que, por tanto, debieran invitar a la escuela a cambiar el rumbo hasta ahora emprendido, ya sea en su actual modalidad virtual o a distancia, o en su fase presencial. Al hablar del CUIDAR en la educación, se hace referencia a aspectos que alimentan el aprendizaje para la transformación, desde el ámbito cognitivo y cultural, pero y, sobre todo, desde la dimensión socioemocional. Al CUIDAR se educa con y desde las emociones, ello implica movilizar en los espacios de aprendizaje los elementos que constituyen dicho acrónimo.
Curiosidad – La curiosidad nace de lo inesperado y lo incierto, de aquello que genera sorpresa. En la curiosidad confluyen cognición y emoción, lo cual echa a andar la imaginación, y la formulación de hipótesis para explicar lo desconocido. La curiosidad es la intersección entre una interrogante, y la motivación para ir en búsqueda de información que permita construir nuevos significados, que a su vez den respuesta a la incertidumbre. Ante una situación incierta, es mejor cultivar la curiosidad que la inseguridad, la primera se apresta a la búsqueda de respuestas, la segunda puede generar estrés excesivo o parálisis. Por lo tanto, la escuela debería priorizar la curiosidad como punto de partida hacia la construcción del conocimiento, y diferir la entrega de soluciones y explicaciones inmediatas o preestablecidas.
Indagación – La curiosidad y la indagación conforman una bisagra cognitiva y motivacional que abre el pensamiento a la pregunta, a la reflexión y a la búsqueda de información, aspectos que a su vez alimentan la indagación, generándose así un ciclo reiterativo: entre más conozco, más me pregunto. Al priorizar la indagación, se nutren el pensamiento crítico y la creatividad, así como la construcción permanente que presupone interpretar y generar modelos representacionales y teorías explicativas sobre la información obtenida, el mundo y las experiencias vividas. Es necesario y prioritario diluir la enseñanza por repetición, y aprender desde la indagación, de manera que los jóvenes y niños sean constructores activos de significados y realidades posibles y deseables.
Diálogo– Dialogar es algo más que comunicar. Implica escuchar, no solo desde la percepción sonora y la interpretación cognitiva, sino desde la apertura empática y la suspensión de juicios y prejuicios. El diálogo es una coreografía de interacciones desde la cual se aviva la convivencia y la conexión auténtica. Se dialoga para colaborar, para negociar, para acompañar, para autoconocerse y conocer al otro, para cogenerar significados sociales y subjetivos, para estar presentes en el presente. El diálogo no se conforma al debate o al monólogo, en el diálogo se comparte, y, por lo tanto, se contribuye a generar un sentido de grupo y de colectividad. Es tiempo de dialogar en la escuela, sobre la escuela y desde la escuela, es prioritaria una educación que parta y se sostenga en el diálogo.
Autonomía– La autonomía se relaciona con la capacidad para pensar, sentir, imaginar, decidir y actuar de forma independiente y con plena consciencia del valor que conlleva la libertad, y el aprender a partir del error. Se asocia también con el sentido de agencia y la percepción de autoeficacia para enfrentar los retos que se presentan a lo largo de la vida. Paradójicamente, tanto en la educación, como en la escolarización, frecuentemente se enfatiza la obediencia y la imitación por encima de la autonomía.[2] La persona autónoma actúa desde las interrelaciones, es consciente de los efectos que tienen sus decisiones, y desde esta consciencia cultiva el sentido de responsabilidad, reconoce sus capacidades y los recursos que favorecen el aprendizaje. Presta atención a su capacidad para autorregularse y sabe cuándo pedir ayuda. A partir de su sentido de agencia y percepción de autoeficacia, la persona autónoma encuentra propósito a sus acciones y, por lo tanto, puede disfrutar y perseverar incluso en momentos de adversidad. El mundo actual, cambiante, complejo y líquido requiere de personas con autonomía para pensar, sentir, decidir y actuar de forma responsable, consigo mismas y con los demás. La escuela debe saldar la cuenta pendiente y educar con y desde la autonomía y para la libertad auténtica.
Respeto – El planeta se ha vuelto más pequeño, al menos en nuestra percepción de cercanía e inmediatez. La creciente polinización cultural y natural, nos obliga a ver el mundo, y a nosotros mismos, desde la óptica de la inclusión y el respeto. El territorio incógnito en el planeta ya no es físico, éste yace, más bien, en las consciencias de las personas, en la posibilidad de revisitar nuestras creencias y prejuicios, en el abrir la mente hacia la apreciación de la diversidad (humana, cultural y medio ambiental), y en el reconocer los retos y oportunidades que esta multiplicidad nos presenta. Cada comunidad, cada hogar y cada persona representa un conjunto de fortalezas y de necesidades distintas. Educar para y en el respeto requiere flexibilizar y adecuar los procesos y herramientas de enseñanza, pero, sobre todo, una escuela que respeta reconoce y aprecia los aprendizajes y el aprender de cada estudiante.
Así, desde el CUIDAR, la escuela y quienes educamos, sea en la distancia o presencialmente, debemos reflexionar sobre aquello que podría conducir –desde la educación y más allá de la contingencia sanitaria– a un horizonte más humano, afectivo, ético y sustentable. Hagamos de la escuela un espacio para generar y compartir significados, narrar, reflexionar, crear, disfrutar y proponer, individual y colectivamente, con o sin tecnologías digitales, desde las experiencias de adaptación y readaptación al mundo de nuestras niñas, niños y jóvenes, durante y después de la pandemia. Aprendamos como educadores a escuchar, a acompañar y a reflexionar a partir de las preguntas que se hacen nuestros estudiantes sobre la crisis actual, e imaginemos juntos futuros posibles y deseables. En las palabras de Marina Garcés: “Educar no es adquirir competencias, transmitir conocimientos, ni escolarizar pensamientos”[3] …es algo más, es aprender a CUIDAR.
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[1] Latouor, B. (2020). El Futuro Después del Coronavirus. Recuperado el 4 de mayo 2020 de: https://elpais.com/especiales/2020/coronavirus-covid-19/predicciones/la-plasticidad-del-orden-mundial/
[2] Chao Rebolledo, C. (2019). Educar la autonomía: el gran reto de la escolarización. Revista DIDAC, Vol. 73, Enero – Junio, pp. 16-22. Universidad Iberoamericana: México.
[3] Garcés, M. (2015). Filosofía Inacabada. Barcelona: Galaxia Gutenberg.
*Investigadora del Departamento de Educación de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México. Sus campos de interés abarcan el estudio de procesos de aprendizaje y formación de conceptos a partir de un enfoque sociocognitivo y neuropsicológico, así como los procesos de enseñanza y aprendizaje mediados por tecnologías digitales.