En el campo educativo, en contraste con los sectores de salud y economía, aún carecemos de un plan o estrategia que integre coherentemente las múltiples propuestas para contrarrestar los efectos de la clausura escolar, la pérdida de aprendizajes y la interrupción súbita de trayectorias académicas. La política educativa de México sigue desarrollándose bajo un estilo de gobierno unipersonal, centralista y poco fundamentado en términos científicos, lo que en parte genera fallas e improvisación. Me refiero —específicamente — a los inadecuados horarios de clases por televisión previstos para niños de preescolar, al sesgo de información en los contenidos curriculares para secundaria, a la creciente burocratización y control real del trabajo virtual, pero aún más grave: a la vaguedad para replantear los objetivos para aprender ante la incierta y cambiante realidad educativa del país y del mundo. Estamos, sin lugar a dudas, ante una situación grave para el sistema educativo nacional y, por eso, es momento de pensar razonada y conjuntamente cómo salir de esta nueva crisis.
Precisamente con el propósito de contribuir al debate público informado, el Consejo Mexicano de Investigación Educativa (COMIE) organizó el pasado 22 de abril un foro virtual para tratar de delinear la problemática educativa y proponer alternativas de solución ante la clausura de la escolarización tradicional. El foro contó con la entusiasta participación de especialistas de México, Estados Unidos, Chile y Ecuador que hicieron un posicionamiento inicial para luego dar la palabra a destacados académicos y docentes que respondieron a las preguntas formuladas con anticipación y que, de manera generosa, enviaron al COMIE. El contenido completo del foro puede consultarte en esta esta liga y pronto el Consejo abrirá un espacio con información al respecto.
A continuación se presentan algunas recomendaciones derivadas de la reflexión de los especialistas educativos ante la crisis “al cuadrado” que se avecina.
Fase 1. Evaluar para conocer
Uno de los aprendizajes más prominentes del foro del COMIE fue ubicar la preocupación por la pérdida de habilidades y destrezas disciplinares, el atraso escolar y el riesgo de no recibir acreditaciones o calificaciones a partir de la clausura académica originada por la pandemia. La situación sí es grave y claramente habrá retrocesos en el logro escolar por grupo social y étnico (A.M. Méndez), género (A. M. Solís), área del conocimiento, grado escolar, y tipo de escuela. Entonces, un primer paso para delinear un plan consistente sería:
Calcular estas supuestas pérdidas en términos de habilidades disciplinares y por áreas (matemática, comprensión lectora, ciencias, ciudadanía). Esto requerirá financiamiento y una nueva gobernanza para establecer un esquema de colaboración horizontal entre los distintos actores sociales, políticos y equipos técnicos como la Comisión Nacional para la Mejora Continua de la Educación (Mejoredu); las áreas técnicas de evaluación de las secretarias de educación de las diversas entidades federativas; la SEP y un grupo de especialistas en psicometría.
Es importante incluir otro espacio distinto a la dimensión disciplinar en este plan de evaluación de las habilidades o competencias disciplinares perdidas: ¿qué se pudo aprender a partir del confinamiento en casa? Con base en el conocimiento pedagógico acumulado, el foro del COMIE dejó ver claramente que los seres humanos no dejamos de aprender (Ferreiro E.; Schmelkes, S.; Torres R.M.; Kalman, J.). Así como los contenidos escolares son importantes para nuestra formación, existen otro tipos de saberes que pudimos haber adquirido en el encierro y que es importante estimar por medio de un ejercicio evaluativo a escala nacional (H. Camarillo habló incluso de aprendizajes “disruptivos y expansivos”). A partir de este diagnóstico se puede planear tanto la apertura escolar como el avance educativo futuro.
La información del sistema educativo nacional previamente generada es útil y valiosa, por lo tanto, se sugiere “no abandonar” la relevancia de los sistemas de información integral que se construyeron en su momento dentro del INEE, específicamente, los datos generados a partir de la Evaluación de Condiciones Básicas para la Enseñanza y el Aprendizaje (ECEA). “Sin datos específicos, no puede haber políticas focalizadas”, recordó el profesor C. Popoca. La política pública requiere ser “informada”.
Otra vertiente que tendrá que evaluarse es el impacto presupuestal de las nuevas medidas incluidas en un plan educativo ante la emergencia. Bajo el nombre de “austeridad republicana” ha habido fuertes recortes del gasto cuando la pandemia va a obligar a invertir más en la formación de los futuros ciudadanos y no solamente en construcciones físicas donde aterrizan aviones, se refina petróleo o se pasea. Hacerlo requerirá un estimación rigurosa de los efectos de los programas existentes. Aquí el Coneval, así como los especialistas en medición de impacto de políticas y programas, puede ser clave.
Saber qué funciona y no en materia educativa es clave para discutir y decidir más inteligentemente dónde realizar asignaciones del gasto público. Esto evitaría repetir el error de imponer planes de ajuste y “austeridad” que en el pasado contribuyeron a desmantelar la capacidad del sistema público en educación. Sobre este tema, F. Reimers, recuerda que es relativamente fácil “destruir” en poco tiempo lo que se ha construido en años.
Fase 2. Regresar para cambiar
“Repensar el sentido de la educación” (C. Popoca) y renovar los objetivos para aprender serán pasos necesarios para el regreso a clases. Esto se puede traducir en otorgar mayor flexibilidad —real y no discursiva— sobre el diseño de planes curriculares para que sean las comunidades escolares las que construyan sus currículos de manera más autónoma a partir de un estándar de aprendizaje claramente establecido (Gajardo). Es un buen momento para clarificar dónde deben estar las “prioridades educativas” del sistema educativo y no rellenar de contenidos a los estudiantes (F. Reimers).
Derivado de la preocupación por el atraso escolar y el “afán por cubrir contenidos” (C. Popoca), se pueden perder de vista cuestiones valiosas, por tanto, se sugiere que no haya ningún impedimento ni control burocrático para condicionar calificaciones o acreditaciones de todas las niñas, niños y jóvenes. Se requiere que ante situaciones como éstas se propicien aprendizajes para “enriquecer su vida, no para pasar de grado” (S. Schmelkes).
Una perspectiva renovada de aprendizaje a lo largo de la vida es necesaria dentro del sistema educativo de México y que ésta regrese con mayor fuerza. No se trata “sólo de darle cursos a los adultos” (R.M. Torres), sino de pensar que los seres humanos estamos en continuo aprendizaje desde el nacimiento hasta la muerte. Iniciar con este tipo de acciones podría, a mi juicio: (1) prevenirnos de temer al cierre escolar ante futuras pandemias, y (2) ayudarnos a reaccionar de manera más inteligente y razonada ante el miedo, confusión e incertidumbre que producen emergencias sanitarias, desastres naturales (terremotos, inundaciones) y fenómenos tan regresivos como la corrupción y la violencia.
Al regresar a clases hallaremos múltiples carencias. Una de ellas serán los efectos de la pausa escolar. Para ello, se sugiere que se trabaje en “suplir la falta de socialización por medio del trabajo colaborativo y la interacción entre estudiantes” (S. Schmelkes). En este sentido, no hay que perder los esquemas de “acompañamiento” como una fuerza pedagógica (P. Roitman). El perfil de los estudiantes también va a cambiar: habrá más estudiantes que estudien y trabajen al mismo tiempo, anticipa S. Schmelkes; por tanto, sugiere que se cree una “red de investigadores” en educación media superior ante el posible incremento de abandono escolar y se propongan esquemas de estudio más flexibles ante el riesgo de perder los avances que en ese nivel se habían logrado.
Si en México van a abrirse las escuelas próximamente —como lo siguen sosteniendo las autoridades sanitarias pese a la resistencia de algunos gobernadores — se requiere poner atención a la experiencia de Chile en donde, según M. Gajardo, la asistencia a clases fue “voluntaria”. Además, se abrirían primero escuelas en zonas rurales que es donde hay una menor densidad poblacional y se puede mantener la distancia social. Pero habrá que estar pendientes para no repetir el error del país sudamericano de iniciar clases sin las condiciones de higiene debidas y sin suficientes insumos como gel antibacterial, jabón, agua, mascarillas y guantes.
Para regresar y cambiar, urge construir un mecanismo de comunicación con las escuelas para reaccionar más ágilmente ante cualquier problema de salud pública que pueda reaparecer y actuar de manera más focalizada y efectiva.
Fase 3. Volver para aprender
La pandemia mostró la cara más rígida e inflexible de los sistemas educativos nacionales. Es momento, por tanto, para “desaprender” (L. Benítez). ¿O volveremos a “permitir que las cosas sean iguales” (J. Kalman)? En este sentido, se propone:
• Desmontar los aparatos burocráticos, de control y vigilancia para centrarse en lo esencial del sistema educativo: aprender. Aquí, el cambio curricular es central y para ello se requiere reconocer y confiar en los agentes educativos escolares como individuos capaces de actuar de manera autónoma y no como una masa de sujetos desconfiables y controlables desde el centro. Se necesita “autoridad no autoritarismo”, diría J. Tamayo, así como involucrar a las comunidades en las decisiones, reafirma N. Rondero.
• Habrá también que repensar la función del libro de texto como una sola fuente de información (C. Popoca). Sobre todo, reflexiono yo, a partir de algunos contenidos claramente sesgados —y avalados por la SEP— en temas de historia económica.
• Ante la débil participación ciudadana y la suspensión de reuniones con padres de familia, la SEP podría organizar encuentros (virtuales) para que tutores, jefes y jefas del hogar presenten las experiencias de apoyo al aprendizaje de sus hijos. Es urgente reconfigurar la política de participación social y la estrategia de aprendizaje oficial. La SEP puede desplegar, al igual que en el sector salud, una “pedagogía ciudadana” para movilizar la acción familiar en pos del aprendizaje de la niñez y la juventud. Construir una gobernanza en el sector educativo es urgente dado la reacción anquilosada de algunos gobiernos a problemas tan complejos como la pandemia, el cierre escolar y el regreso a la “normalidad”.
• Crear un repositorio de acciones y estrategias virtuales que pusieron en marcha los colectivos magisteriales y otros grupos sociales durante el cierre escolar para estudiar si fueron efectivos. Esto puede nutrirse con nuevos estudios sobre el papel de las Tecnologías de Información y Comunicación (TIC) en el aprendizaje. A. Escudero propone, por ejemplo, la necesidad de crear la noción de “intermodalidad educativa” para poder asegurar la continuidad académica. La formación docente en TIC es urgente dado que dimos por sentado muchas cosas ante la mudanza de lo presencial a lo virtual (J. Kalman).
• Pensar en la creación de redes de cooperación, apoyo entre escuelas, bachilleratos y universidades para volver a la “normalidad”. El énfasis de estas “experiencias escolares” tiene que estar puesto en la “solidaridad y el trato hospitalario de la escuela” (P. Roitman).
Evaluar para conocer, regresar para cambiar y volver para aprender pueden ser ejes de un plan amplio y estratégico que sea efectivo ante los desaprendizajes forzados, el cierre impuesto de nuestras escuelas y la involuntaria interrupción de múltiples experiencias educativas. Estamos, todos, ante un “desafío adaptativo y no meramente frente a un problema técnico”, diría el profesor Reimers. Por eso, es momento de ejercer una de nuestras capacidades más sobresalientes como especie: razonar para actuar en beneficio de los demás.
Pedro Flores Crespo
Profesor visitante en la Universidad de Harvard (2019-2020) e investigador de la Universidad Autónoma de Querétaro en México.
Texto publicado originalmente en el blog de educación de Nexos “Distancia por tiempos” https://educacion.nexos.com.mx/?p=2300