Germán Iván Martínez**
¡Buenos días a todos! Agradezco profundamente a la M. en A. Ivón Nohemi Olivares Morón, Directora del Plantel “Dr. Pablo González Casanova” de la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEMéx.), la invitación que me hiciera, por conducto del Mtro. Alberto Guadarrama, para estar hoy aquí y compartir con ustedes algunas inquietudes sobre la alfabetización múltiple, que no es otra sino la capacidad de leer y escribir de nuevas formas. Sean todos ustedes bienvenidos.
Esta bienvenida la hago teniendo en mente mi paso por la escuela y, desde luego, por los distintos niveles que conforman nuestro Sistema Educativo.
Sé que la mayoría de los que hoy están aquí son del siglo XXI, pero yo soy del siglo pasado. Tuve la fortuna de escribir con bolígrafo y no meter en apuros a mis padres para que me compraran una laptop. Por cierto, la primera computadora que conocí fue en esta escuela; y mi primer maestro de computación fue el Mtro. Enrique Sotelo, a quien saludo con respeto y especial afecto.
Como imaginarán ustedes, nuestras primeras computadoras en el plantel eran personales, pero no portátiles. Utilizaban Diskettes de 5 ¼. Echábamos mano del MS DOS (MicroSoft Disk Operating System). Ése era nuestro sistema operativo. Aún recuerdo que podíamos encender la computadora, meter el disco e ir por un café o un par de tacos a la tienda, mientras ese artefacto del demonio terminaba de arrancar.
No imaginaba entonces que llegarían las computadoras personales. No había en ese tiempo notebook ni netbook, tampoco tablets. Particularmente, escribía en cuadernos que muchas veces armaba de forma artesanal, juntando hojas de libretas no terminadas en otros semestres. Usaba tres tintas: la roja para el título del apunte; la negra para el cuerpo del mismo; y la azul, para destacar conceptos clave.
Estudié en libros de texto que cargábamos todos los días, sin llegar a sospechar siquiera que en algún momento podríamos tener acceso a acervos bibliográficos impresionantes, bibliotecas virtuales, libros digitales, textos interactivos e hipertextos… En aquellos años tomaba apuntes y no fotografías al pizarrón, como hoy hacen muchos de mis estudiantes.
La escuela en la que yo estudié vivía desconectada. Y no sólo de Internet, que hoy gran cantidad de adeptos consideran el mejor instrumento de aprendizaje; digo que la escuela del siglo pasado en la que me formé, vivía desconectada de la red pero también de la vida y de sus problemas; desvinculada de la realidad y de los desafíos que ésta trae consigo.
Yo soy de la generación del clip; ustedes, de la generación del clic. Con el clip, desde luego, yo sujetaba hojas, como aún lo hacen ustedes, pero también hice pulseras, colgué esferas en el árbol de navidad, hice ganchos con distintos diseños y formas, me divertí como loco viendo cómo estos trozos de acero eran atraídos por un imán.
También vi como mis compañeras elaboraban aretes con esas piezas, hacían separadores para sus libros y encuadernaban sus libretas. Algunas sujetaban con ellos su cabello o dibujaban letras en las butacas de la escuela; algunos de mis amigos rayaban las paredes, hacían pequeñas catapultas o aprovechaban su estructura para sacarse mugre de las uñas. Bueno, ¡hasta de cotonetes servían!
En aquellos años, un clip era utilizado para raspar un billete de lotería. Billetes que, obviamente, los estudiantes de entonces no comprábamos, pues a duras penas ajustábamos para el almuerzo y, muchos, para el pasaje. El clip también servía para destapar el salero, para hacer huecos en el biberón del bebé, para abrir un cerrojo, hacer esculturas, pasar corriente o, simplemente, para rascarte la cabeza a placer…
Eso hacíamos con un clip. Pero ahora ustedes, con un clic, tienen a su alcance la posibilidad de acceder a información, conocimiento y entretenimiento. Y hacerlo, además, de manera inmediata. Esto, para nosotros, no sólo era imposible sino impensable.
De eso se trata hoy esta breve charla.
Quiero decirles que la lectura y la escritura no se destruyen, sólo se transforman. También quiero subrayar una cosa: leer y escribir son y seguirán siendo competencias clave.
La alfabetización múltiple alude pues, a la posibilidad, hoy abierta, de leer y de escribir en diferentes códigos. Hoy, gracias a la web, vamos de un texto a otro y otro gracias a la enorme cantidad de enlaces.
No obstante, pese a las bondades del clic, hoy también pueden, con él, acceder a distintas formas de violencia y vulgaridad. El mundo ciber ha modificado nuestra conducta a gran escala.
La intimidación, el maltrato, las agresiones y extorsiones, el acoso escolar o bullying se valen ahora de la tecnología para provocar daño; y hacerlo, además, intencional y brutalmente.
El ciberbullying (o acoso cibernético) es un nuevo fenómeno y una forma reciente de violencia derivada del acoso escolar tradicional. Como “forma específica de violencia” se vale de diversos recursos: insultos electrónicos, provocación, agresión, hostigamiento, denigración, exclusión, manipulación… Los acosadores virtuales inician discusiones en el chat o los muros de las redes sociales, eligen a una persona como blanco y la atormentan con mensajes ofensivos. Pero también pueden distribuir información falsa de sus víctimas, suplantar su identidad, violar su intimidad o hacer que éstas revelen datos comprometedores sobre sí mismas.
Afrontar estos problemas no es tarea fácil para los que somos educadores.
En el siglo pasado, quienes oíamos la radio o veíamos la televisión éramos simples destinatarios; pero con la llegada de Internet, los medios masivos de comunicación también se han transformado. Ustedes ya no son meros receptores como lo fuimos muchos. Ustedes son perceptores. Muchos tienen en Youtube su propio canal y pueden, mediante twitter, contribuir también a la construcción de la opinión pública. Esto es maravilloso, desde luego; sin embargo, la inmediatez de las redes sociales ha hecho crecer enormemente el descrédito, la desinformación y la manipulación.
Hoy debemos aprender a educar en la era digital. Una era en la que convivimos analfabetas cibernéticos, migrantes y nativos digitales. Entre unos y otros, la brecha no sólo es generacional. Está también ligada a nuevas formas de pensar, trabajar y relacionarnos, utilizando las tecnologías de la información y la comunicación. Pero esa brecha entre unos y otros no sólo es cada vez más ancha sino más profunda.
Como pueden ver, esta época nos plantea nuevos desafíos. Es una época en donde prevalece el consumo, el hedonismo y el exhibicionismo. Es una época cada vez más materialista y cada vez menos espiritual.
En esta época, los objetos que empezaron por hacer más fácil la vida, se han convertido en la vida misma. Y sin embargo, pese a las ventajas que ha traído consigo la conectividad, las conexiones humanas no privilegian la cercanía, la proximidad, la empatía…
Zygmunt Bauman (1925-2017) uno de los sociólogos más influyentes del presente siglo, acuñó el concepto de modernidad líquida y, bajo su óptica, lo que antes era consistente hoy es frágil; lo que en otro tiempo era sólido, firme y duradero, hoy es blando, inconsistente y fugaz. Y no sólo pensó en las relaciones humanas, este concepto también es aplicable a los sentimientos y las emociones, el trabajo y la diversión; y desde luego, a la educación y el conocimiento.
El tránsito de una sociedad de productores a otra de consumidores ha traído, entre sus múltiples consecuencias, la conversión del sujeto en objeto, producto, mercancía, artículo vendible.
Las relaciones humanas de antaño hoy son meras “conexiones”, por lo que, obviamente, tienen una vida más corta; son fugaces, pasajeras, perecederas. La ligadura de otro tiempo, fincada en la afinidad, la comunicación, el respeto, la compaginación, la adherencia y la fusión genuina, se ha reducido al sexo.
La fragilidad de las estructuras familiares, la decisión de tener pocos hijos o de no tenerlos (porque ello va en contra del propio confort), las crisis de pareja, etcétera, son la punta del iceberg. Desconfiamos ahora de los compromisos duraderos. Parece que todo debe ser portable y soportable; instantáneo y también descartable.
Un ejemplo cercano a nosotros son los teléfonos celulares. Estos artefactos permiten conectarnos manteniéndonos siempre a distancia, liquidan la comunicación y nos impiden mirarnos a los ojos, inclinando la balanza a favor de la conectividad, la proximidad virtual y la lejana-cercanía. Estos objetos, que se adquieren por sus funciones básicas, que están destinados a clientes ocasionales y que generalmente no comprometen a un contrato a largo plazo, se adquieren porque resultan cómodamente desechables. Algo parecido acontece con los vínculos humanos. La cercanía presencial genera una presión impresionante e insoportable.
Las parejas enmudecen ante sus móviles. La desatención (a la pareja, a los hijos, a la escuela y al trabajo…) así como el quimérico distanciamiento de problemas y preocupaciones llevan a los usuarios a perseguir, ciegamente, banales intereses y a sucumbir ante sus propias búsquedas. Navegan en una red que se convierte cada vez más en telaraña, porque atrapa sus habilidades de socialidad y apego.
Uno de mis estudiantes decía con razón que hoy acariciamos más al celular que a la pareja. Por eso el reto que tenemos delante los educadores es rehumanizar las relaciones en el aula.
He dicho reiteradamente que no tengo Facebook. Tampoco uso Messenger. Empleo el WhatsApp sí, para hacer llamadas, recibir mensajes, enviar y recibir fotos, documentos, etc. Pero me sigue gustando la conversación cara a cara; y me pesa enterarme que hoy la generación de jóvenes presenta dificultades para socializar.
La generación PuntoCom, conformada por los nacidos después de 1992, no imaginan sus vidas sin tecnología. Y debo reconocer que tienen ustedes una habilidad impresionante. Dicen que son multitareas. Yo tengo mis dudas, porque en realidad no es que puedan hacer muchas cosas a la vez. Más bien pienso que su atención está dispersa.
Me sorprende sin embargo esa habilidad para encontrar información googleándola y esa práctica que ustedes llaman zapping; esto es, el cambio rápido y continuo de los programas en el televisor. Pero no sólo en él. También lo hacen al escuchar música, al navegar en Internet, al chatear, al hablar por teléfono…
¿Saben una cosa? En el siglo pasado no había Ipad ni Ipod. Había Walkman, un reproductor de audio portátil que crearon los japoneses y que tuvo un fuerte impacto en los años 80 y 90. El mío se lo regalé a mi hermano más pequeño y me dijo no hace mucho que aún lo conserva. ¡Es ya una pieza de museo!
Gracias a ese artefacto, los chamacos de entonces podíamos escuchar ¡hasta 90 minutos de música! Ésta la guardábamos en unos objetos llamados cassettes que, como su nombre francés indica, eran unas cajitas de plástico con cintas magnéticas adentro, que luego fueron sustituidas por los discos compactos. Con ello vino el Discman, el abuelo del Ipod.
En siglo pasado, quien andaba en la Nube estaba distraído, desatento, despreocupado; quien hoy anda en la nube puede estar realizando alguna tarea o un trabajo colaborativo a través Dropbox, Google Drive y One Drive.
En el siglo pasado íbamos de vacaciones con una cámara fotográfica que usaba unos rollos o carretes de 6, 12 o 36 fotografías, a lo sumo. ¿Se imaginan? Sólo 36 fotografías. No existían entonces las cámaras digitales ni tampoco Instagram. Menos la posibilidad de quitarte los granos o lo cacarizo de la cara usando filtros…
En el siglo pasado tampoco había PlayStation. Los niños de entonces jugábamos a las correteadas o rayuela (algunos le llamaban avioncito). Aprendimos a usar el yo-yo, el trompo, el balero y, desde luego, las canicas. Las mujeres acostumbraban jugar con el hula hula, un aro de plástico que había que girar moviendo el cuerpo. También jugaban a saltar la cuerda o al resorte. Actividad esta última que exigía mucha energía física y pericia para pisar, saltar y enredar un resorte entre las piernas. Desde luego también jugábamos futbol en la calle, usando piedras como porterías. En las escuelas había una asignatura llamada educación física, que impidió por años que hubiera entre los niños y jóvenes mexicanos sobrepeso y obesidad infantil. Hoy, tristemente, estas dos enfermedades conviven junto a la desnutrición y la anemia. ¡Qué paradójico!
En el siglo pasado no había Wii pero sí había Atari y Nintendo. Desde entonces los padres comenzaron a lidiar con los hijos para que hiciéramos nuestros deberes antes de pasar horas enteras en los videojuegos.
En el siglo pasado íbamos a las papelerías a comprar relieves y biografías. Y cuando no hallábamos las que nos solicitaban, nos veían en la noche dibujando a Juárez o al cura Miguel Hidalgo. También comprábamos mapas y planisferios, con o sin nombres, con o sin división política. Venían en blanco y negro y había que colorearlos dependiendo la asignatura y la lección. Los más pudientes podían tener en casa un globo terráqueo, pero nunca llegamos a imaginar que existiría Google Earth que nos permite, entre otras cosas, ver imágenes satelitales, mapas, relieves, imágenes a escala. Esta herramienta posibilita localizar lugares fácilmente y ver prácticamente todo, con gran detalle, con alta definición e, incluso en tercera dimensión.
En el siglo pasado los medios electrónicos eran escasos y limitados. Televisión, consola, radio, licuadora, estufa, lavadora y… ¡Párale de contar! ¡Hasta ahí llegaba nuestro avance tecnológico! Sin embargo, poco a poco nuestras casas se fueron poblando de artefactos: hornos, batidoras, extractores, rayadores, hornos de microhondas, etc. También llegaron las grabadoras, las videograbadoras, los modulares, los teléfonos fijos, las computadoras, los celulares…
Hoy, las llamadas TIC han provocado cambios radicales en nuestros procesos cognitivos, en las prácticas sociales y también en las actividades educativas. Han modificado las organizaciones y, como he dicho hoy aquí, han alterado las relaciones humanas.
Ahora tenemos el reto de ser competentes en el uso de estas tecnologías.
Aún recuerdo mi primer empleo y, desde luego, mi primer encomienda. Me solicitaba mi jefe enviar un e-mail (correo electrónico) con un attachment (archivo adjunto). Yo no tenía ni idea de lo que me estaba pidiendo. Y aun así, le dije que lo haría inmediatamente. No había leído a Roosevelt, pero como él, acepté el trabajo y enseguida me puse a aprender cómo se hacía. No fue difícil en verdad, pero erradicar mi analfabetismo digital no ha sido una tarea simple. Ayer mismo estaba aprendiendo a utilizar una App para evaluar el aprendizaje de mis alumnos en el aula.
¿Por qué digo que erradicar mi analfabetismo no ha sido una tarea menor? Tal vez porque mientras estaba entendiendo cómo se usaba el correo electrónico, apareció el chat (plática en línea), luego vino el Blog (bitácora en Internet), el Bluetooth (sistema de comunicación inalámbrica que permite la interacción de diferentes dispositivos electrónicos), más tarde los MMS (mensajes multimedias que combinan palabras, imágenes, etc.), los Podcast (programa de radio en formato MP3), el Hashtag (un símbolo que, en Twitter, se pone seguido de una palabra en el cuerpo del mensaje) y un sinfín de palabrejas con las que uno tiene que aprender a jugar y conjugar…
Password, USB, Módem, Chatroom, Cookie, Firewall, Grooming, Hacker, Link, Login, Malwere, Multitasking, Offline, Online, Posting, Site, MySpace, Skype, Surf, Tweet, Webcam, Wi-fi, etc, etc, etc.
La alfabetización múltiple es entonces la capacidad de interpretar diversos códigos y de hacerlo en nuestro contexto.
Leer sonidos, imágenes y signos diversos de este mundo virtual. Es, pues, una lectura más actual y compleja.
Hoy se habla de Booktubers y de Clubs de Lectura Digital.
Si no queremos ser analfabetas digitales, debemos asumir el enorme compromiso de una educación en, por y para los medios, pues, como hemos advertido, las TIC han alterado nuestros hábitos en torno a la lectura y la escritura.
Hoy, lo digo sin reservas, como persona y como profesor, soy mediático y multipantalla. Las pantallas tanto del televisor como de la computadora y del móvil que uso ahora lo constatan.
Hoy puedo decir que ya no leo ni escribo como antes lo hacía. Mi lectura ya no es lineal ni exclusivamente textual. Hoy también escribo de nuevas formas.
La alfabetización múltiple nos exige adaptarnos a nuevos entornos digitales. Nos obliga a interactuar en un sistema de menús donde usamos el teclado, el mouse o las yemas de los dedos. Hoy, saber navegar es poseer la destreza para buscar y encontrar en la red la información que necesitamos y no sucumbir además en el intento.
Navegar sin naufragar es aprender a utilizar el lenguaje audiovisual y otros lenguajes más que se valen de los sentidos: imágenes 3D, simuladores, videoclips, GPS, audiolibros, videoconferencias, presentaciones interactivas… Todo esto nos exige dominar un multilenguaje y adquirir nuevas competencias.
Como es fácil notar, las TIC han modificado los modos de aprendizaje. El reto que tenemos es prepararnos como verdaderos lectores y escritores en la era de Internet. Lectores y escritores con capacidad interpretativa, analítica, crítica y creativa.
Ahora existen bibliotecas de datos y archivos gigantescas, mercados en línea, experiencias virtuales interactivas, enciclopedias abiertas, políglotas y sin costo alguno. Tenemos acceso a diccionarios, traductores, correctores, herramientas para conjugar verbos, elaborar mapas, realizar crucigramas y sopas de letras… Hoy podemos crear nuestras propias páginas y generar wikiproyectos…
El reto que tenemos delante es superar la aún existente exclusión tecnológica, pues no todos los estudiantes de todas las escuelas tienen televisores, computadoras, pizarrones interactivos o aulas inteligentes. En muchas instituciones educativas de este México nuestro todavía no tenemos energía eléctrica, ni sanitarios, ni drenaje, menos teléfono, salas de cómputo o conectividad.
Somos en el mundo más de 7 500 millones de personas. El español es el tercer idioma más hablado, pues lo hablan más de 400 millones de seres humanos. Pero por encima de nuestra lengua está inglés, que es hablado por 1 000 millones y antes de éste el chino mandarín, con el que pueden comunicarse más de 1 200 millones de personas.
Si es cierta la idea de que con Internet se acabó el aislamiento, también es cierta una cosa: la educación digital no debe desembocar en el individualismo y la adicción cibernética. Tampoco debe seguir alentando la lejanía psicoemocional. No debe la tecnología convertirse en un arma mortal contra nosotros mismos. Las TIC son instrumentos, el uso o abuso que le demos a cada una de ellas, sólo es responsabilidad nuestra…
Voy concluir esta charla con algunas ideas:
- No debemos perder de vista que las relaciones interpersonales que entablamos mediante Internet son poco reales; que el anonimato que brindan las redes puede ser negativo; que la sobreexposición puede hacernos vulnerables; que el narcisismo puede ser el efecto de la necesidad de tienen algunas personas para resaltar lo que de sí les agrada, pero también de esconder aquello que no les gusta.
- Debemos ser cuidadosos en esta sociedad del like y de las apariencias. Esta sociedad que corre el riesgo de volverse más superficial y menos profunda.
- Cuidarnos también, como he dicho ya, del ciberacoso, de la suplantación de identidad, de los delitos cibernéticos, pero también de la adicción al celular y a la computadora, adicción a lo que algunos estudiosos han llamado drogas sin sustancia.
- Tenemos por delante el reto de acercar tecnológicamente a padres e hijos para romper la brecha generacional de la que hemos hablado, pero también debemos luchar para que, junto con el analfabetismo digital, erradiquemos el analfabetismo emocional del que valdría la pena hablar en otro momento.
- Como padres y como maestros, debemos promover el uso correcto de las redes sociales; prevenir a los jóvenes de los peligros reales y potenciales que pueden encontrar en la red.
- Usar las redes como medio para alcanzar fines más nobles, por ejemplo, mejorar la comunicación en la familia, en la escuela, y desde luego entre ambas.
- Aprovechar las TIC para mejorar e innovar en el aula. La idea es transitar de un modelo analógico a uno tecnológico, pero hacerlo de forma ordenada y progresiva. Esto implica, sí, equipar a las escuelas, pero sobre capacitar a los maestros porque serán ellos los encargados de integrar las TIC en el ámbito escolar.
- Animar a los jóvenes a leer y a escribir en nuevos entornos de enseñanza y aprendizaje, haciendo que conozcan las normas y los códigos de comportamiento ya existentes para relacionarse en la red, lo que hoy se denomina netiqueta.
- Formar comunidades educativas y reconocer, tanto en Internet como en las TIC, herramientas para el aprendizaje, el estudio y la formación.
- Fomentar a través de estos recursos, el sentido crítico de nuestros estudiantes, quienes hoy son prosumidores, es decir, productores y consumidores al mismo tiempo tanto de información como de conocimiento. En este sentido, el papel de los profesores sigue siendo fundamental, pues deben ser testimonio, ejemplo y guía.
** Licenciado en Filosofía por la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEMéx), Maestro y Doctor en Enseñanza Superior por el Centro de Investigación y Docencia en Humanidades del Estado de Morelos (CIDHEM). Profesor con Perfil Deseable del Programa para el Desarrollo Profesional Docente (PRODEP), líder del Cuerpo Académico “Proceso Educativo e Innovación” de la Escuela Normal de Tenancingo (Estado de México) y miembro-fundador de la Red en Hermenéutica Socio Ambiental y Formación Humana (UAEMéx).
Este texto corresponde a la Conferencia llevada a cabo en el Plantel Dr. Pablo González Casanova de la Universidad Autónoma del Estado de México, el pasado 15 de noviembre de 2019, con motivo del Tercer Coloquio Educativo Internacional.