Fidel Ibarra López
La pandemia del Covid 19 ha desnudado las debilidades estructurales de nuestro país en términos económicos y sanitarios. El “Quédate en casa” es un privilegio solamente para el 20% de los trabajadores. El resto tiene que salirle al paso, porque vive al día. No tiene opción. Y el sistema de salud llegó a esta contingencia sanitaria con un severo proceso de desmantelamiento producto de la política mercantilista que se le aplicó en todos estos años de política económica neoliberal. En ese sentido, en ambos rubros la pandemia nos agarró con los dedos en la puerta. Ni la economía mexicana ni el sistema de salud estaba preparado para una epidemia de esta magnitud. Y estamos pagando los costos.
También nos agarró con los dedos en la puerta en materia educativa. Hoy se observa con urgencia, la participación de los padres de familia en el proceso de aprendizaje de los niños, así como la impartición de clases en línea por parte de los docentes; pero en ambos aspectos, no contábamos ni con un modelo para vincular a los padres de familia con la escuela, ni con docentes que estuvieran preparados para manejar las TIC en el aula, mucho menos para impartir clases en línea. Hoy se demandan ambos aspectos, pero no fue una condición para la cual nos hayamos preparado. Y la realidad nos explotó en la mano.
Por cuestión de espacio, me remito a analizar el caso de los padres de familia. En un artículo posterior abordaré el caso de los maestros, el cual también es un tema de suma preocupante. Y para tal efecto, empiezo por señalar lo siguiente: La participación de los padres de familia no tenía reconocimiento jurídico en México, hasta la reforma al artículo 3 constitucional del 2013 y la reforma al artículo 10, fracción I, de la Ley General de Educación que se derogó el año pasado. Así, no fue hasta el 2013 hasta que los padres de familia fueron integrados como elemento constitutivo del Sistema Educativo Mexicano. Lo anterior les permitía ser partícipes en tres aspectos: 1) En la parte pedagógica del docente; 2) En la gestión de la escuela; y 3) En la transparencia y rendición de cuentas. La participación entonces se integró jurídicamente; pero para participar, como bien lo señala Reparaz y Naval (2014), se requiere formación y una estructura organizativa adecuada. No fue el caso de lo que ocurrió en México. Los padres de familia no podían participar en la parte del aprendizaje de sus hijos, porque para ello debían primeramente ser formados. Y la escuela pública mexicana no estuvo ni está en condiciones actualmente de educar a los padres de familia para que coadyuven con sus hijos en el proceso de aprendizaje. A lo sumo, entonces, la participación de los padres de familia se circunscribió -en el mejor de los casos- hacia la gestión de la escuela. Y eso con sus asegunes.
Ahora bien, en su momento señalamos en este espacio que la Nueva Escuela Mexicana requería un modelo de vinculación con los padres de familia. Y para tal efecto, afirmamos lo siguiente:
“…el marco para establecer una condición de colaboración entre la escuela y los padres de familia está contemplado en la ley; pero pese a ello, no se ha constituido en todo este tiempo -del 2013 al 2019- un modelo que articule la participación de los padres de familia en la educación de sus hijos. A lo sumo, lo que se ha integrado es un marco de participación en la toma de decisiones por medio de los Consejos de Participación Social en los centros escolares; pero en lo referente a los aprendizajes se ha avanzado poco. Y eso representa un contrasentido, porque si algo se ha demostrado es que el modelo bilateral maestro-alumno está agotado. Desde 1996 Coleman ha evidenciado que el éxito de los alumnos en el sistema educativo se relaciona en gran parte ‘con aspectos situados fuera de la escuela’ (Valdes, 2013; p. 4). Y uno de esos aspectos claves para la reproducción de los aprendizajes, es el hogar a través del apoyo de los padres de familia”. (Educación Futura, 26 de agosto del 2019).
De ese tiempo en que se escribieron esas líneas hasta el momento en que se escriben estas otras, no se tiene avance en cuanto a la constitución de un modelo que vincule a los padres de familia con los aprendizajes de sus hijos. Se tiene, eso sí, una Ley General de Educación que contempla seis obligaciones para los padres de familia. Me remito a señalar solamente dos: en la fracción II del artículo 129, se establece como obligación el “Participar en el proceso educativo de sus hijas, hijos o pupilos (…) al revisar su progreso, desempeño y conducta, velando siempre por su bienestar y desarrollo”. Y en la fracción III del mismo artículo, se establece “Colaborar con las instituciones educativas en las que estén inscritos sus hijas, hijos o pupilos, en las actividades que dichas instituciones realicen”.
Estas dos obligaciones remiten a los padres de familia a participar tanto en las actividades que desarrolla la escuela -festivales, juntas-; así como en el proceso educativo como “revisores” del desempeño de su hija (o) o pupilo. Me detengo en este segundo punto: De revisar a participar de forma activa en el aprendizaje del niño hay una brecha muy grande. Y de ello dan prueba los maestros, al ser testigos de la “apatía” de los padres de familia para participar en la educación de sus hijos.
Ahora bien, esa “apatía” del padre de familia, es una condición que se troca en obstáculo, pero es un obstáculo que se tendrá que solventar, puesto que esta pandemia nos está dejando al descubierto las debilidades que tenemos en materia educativa. Y una de ellas, tiene que ver precisamente con la participación de los padres de familia en la educación de sus hijos. Es hora pues, de articular un modelo para integrar a los padres de familia. La escuela mexicana le tiene que entrar a ese proceso. Ya no puede seguir postergando esa tarea.
Y cuando digo “hay que entrarle”, no solamente pienso en las escuelas públicas, sino también en las escuelas privadas. La SEP tendrá que hacer un modelo de vinculación, pero también lo tendrán que hacer las escuelas privadas. Y si en la escuela pública no se avanza con eso, las escuelas privadas le van a tener que aplicar sí o sí. No hay vuelta atrás.
Así, hay que ponerse a estudiar en serio para diseñar un modelo con el cual se vincule -por fin- ambos lados de la cadena del proceso educativo. Ni la escuela debe seguir siendo una guardería para los padres de familia, ni los padres deben seguir siendo solamente un usuario o un cliente para la escuela.
Hay que vincular ambos lados de la cadena.
Así lo impone la realidad.