Juan Carlos Yáñez Velazco
Twitter @soyyanez
Hace tiempo discuto el tema de las tareas escolares para casa. Soy partidario de revisarlas con lupa, de discernir su relevancia. El tema tiene alcances mundiales: en muchos países se analiza la pertinencia de atiborrar a los estudiantes. También están los otros, los sistemas educativos altamente estresantes, orientales, sobre todo, que convierten al alumnado en rehén de las rutinas en la escuela y fuera de ella.
En nuestro contexto, con un sistema educativo escolarizado, la cuarentena nos tomó en fuera de lugar y la improvisación entró a la cancha para tratar de rescatar el partido. Se vuelve más imperativo preguntarse por la relevancia de las tareas, es decir, de las actividades que hoy tienen los niños en el hogar.
En las oportunidades que abordo el tema con educadores, siempre repito: una tarea del alumno equivale a muchas tareas para el maestro. Es una perogrullada: el profesor que deja una tarea a 30 estudiantes [ya sé que en algunos niveles trabajan con 50 o más en el grupo], luego se convierte en 30 tareas, porque el maestro tiene la obligación profesional y ética de revisarlas una por una. Si tiene tres grupos, o cuatro, sus tareas se vuelven 90 o 120. Y si en cada tarea invertirá, pongamos, cinco minutos, entre la lectura y los comentarios que debe hacerle a cada uno, entonces, debe invertir 450 o 600 minutos, es decir, un montón de horas. ¿Es así como funciona la cosa o no?
La cuestión da para muchas reflexiones, pero solo quiero poner una más en la mesa, desde el punto de vista de los padres: por cada tarea enviada, debe recibirse una retroalimentación, por la forma o medio en que el profesor pueda hacerlo.
La fiebre de actividades puede provenir de la autoridad que se lo exige al profesor; por lo tanto, él debe prepararlas con más cuidado, como la mejor clase que no impartirá, pero que dejará aprendizajes en el grupo.
Repito: es preferible una tarea significativa, que produzca aprendizajes, a cinco por día nada más que para tenerlos ocupados, agotándolos y enseñándoles que la escuela, así sea en casa, es una institución de trabajos estériles e injustificados.
Frente al tema de las tareas, me resuenan las palabras de Paulo Freire: la educación debe ser un desafío intelectual, no canción de cuna.