Fidel Ibarra López
Vamos directamente al punto: Ubico tres inconvenientes para que funcione el “Quédate en casa” en México. En primer lugar, la epidemia ha venido a desnudar una serie de fragilidades que tenemos en nuestro país. Una de esas debilidades estructurales tiene que ver con la vulnerabilidad laboral en la que se encuentran miles -sino es que millones- de personas. Me refiero a esos miles de personas que viven al día y que tienen su fuente de ingresos en la venta diaria en un puesto de comida, en un puesto de ropa o algún otro tipo de changarro -una disculpa por utilizar un término de la era foxista-. A esas personas no les queda de otra más que salir a la calle a ganarse el pan, no tienen otra alternativa.
En segundo lugar, se tienen a las personas que laboran en una empresa o en alguna unidad productiva donde los responsables de la misma, no tienen cómo hacer frente a los imperativos que plantea una epidemia como la del Covid-19. Con ello me refiero al hecho de que los dueños de la empresa no le pueden otorgar al trabajador el resguardo que este requiere, porque simplemente “no les puede pagar sin que trabajen”. Esto se presenta fundamentalmente en las pequeñas y microempresas. No obstante, también se está observando en empresas que están en una condición sólida; pero que los dueños no tienen la responsabilidad social que la situación demanda y están mandando a los trabajadores a que descansen a sus casas; pero sin pago alguno. En esas condiciones, la persona no se puede mantener en casa y tiene que salir a la calle a buscar el sustento.
En tercer lugar, se tiene el marco cultural. Y en este aspecto se debe señalar lo siguiente: en México hemos fallado en la formación del pensamiento crítico del sujeto; así como en su educación científica. Ello explica el hecho de que las personas recurran más a sus creencias personales que a la información científica con la cual pueden formular un criterio más sólido respecto a la situación que estamos viviendo. En ese sentido, es entendible que se escuchen comentarios como “esto no existe”; o que esto “es un invento del gobierno”. Visto así, el factor cultural se constituye en un serio riesgo, porque termina minimizándose el peligro que representa la pandemia del Covid-19 y, por ende, el riesgo de contagio crece.
Al momento de escribir estas líneas, se tienen 993 casos confirmados por contagio del Covid-19 en todo el país. Si lo proyectamos de acuerdo con lo que señala Gustavo Cruz, especialista de la UNAM, respecto a que por cada persona infectada podría haber de 50 a 100 portadores asintomáticos. Eso significa que podríamos tener entre 49 mil 650 y 99 mil 300 portadores asintomáticos. ¡Una locura!
La necesidad de trabajar aún en condiciones de pandemia; así como la imposibilidad -e irresponsabilidad en otros casos- que tienen algunos empresarios para garantizarles a sus trabajadores una condición de “descanso con pago”; y el marco cultural que tenemos como sociedad, se constituyen en obstáculos para que el “Quédate en casa” funcione.
¿Qué tendría que ocurrir entonces? Como lo hemos señalado en este espacio, lo que tiene que ocurrir es que el Estado se haga presente. Y con ello me refiero a lo siguiente: el Estado le debe garantizar un ingreso -como la propuesta que está presentando el presidente de El Salvador Nayib Bukele- a toda aquella persona que se encuentre en estado de vulnerabilidad por cuestión laboral. Es la única forma de mantenerlo en casa. Pedirle que se resguarde sin el alimento asegurado, sería como un llamado a misa. La otra vía, es la vía dura: militarizando la contingencia sanitaria; pero eso sería un acto inhumano.
Asimismo, la idea de otorgar créditos sin intereses o a tasa muy baja a un millón y medio de pequeños negocios (fondas, talleres, comercios, taquerías) es una idea loable de parte del presiente López Obrador. Pero esa iniciativa va a operar una vez que se termine la pandemia. Y mientras tanto, ¿qué van a hacer esos microempresarios? ¿Cómo le van a hacer frente a todo este tiempo mientras dura la pandemia? Van a tener que mantenerse en la calle trabajando. A menos que el gobierno decida mandar cerrar sus negocios. ¿Y luego?
En cierta forma, esta pandemia ha evidenciado no sólo las debilidades estructurales que tenemos en México, sino al mismo tiempo -y esto es lo más crudo- está dejando al desnudo los estragos sociales que dejó la política económica en los últimos 30 años. ¡No se puede meter a sus casas a más de 50 millones de pobres! Y menos cuando si no salen a trabajar, no tendrían con qué solventar la sobrevivencia diaria.
En ese sentido, millones de mexicanos se encuentran en esta disyuntiva: o salen de sus casas para agenciarse la comida del día a riesgo de contagiarse con el Covid-19, o se mantienen en casa enfrentando la penuria.
Por estas condiciones, es difícil que el “Quédate en casa” funcione en México.
Hay demasiada pobreza.
Solamente con la participación del Estado se puede enfrentar esta situación. Por eso afirmo, es momento de que el Estado se haga visible.