Fidel Ibarra López
Parto de un problema para contextualizar el objeto de análisis en el presente artículo. Si nos remitimos al discurso del Subsecretario de Salud, Hugo López-Gatell y al del Secretario de Educación Pública, Esteban Moctezuma Barragán, inexorablemente nos tenemos que detener en un aspecto: los tiempos no cuadran entre ambos funcionarios. Mientras López-Gatell afirma que la pandemia del Covid-19 posiblemente se extienda hasta junio; en la SEP, Moctezuma Barragán, está planteando los tiempos como para que se reinicien las clases el próximo 24 de abril. ¿Y si la pandemia se recrudece y no se pueden reiniciar las clases para ese día? En términos reales, y lo digo con responsabilidad, lo conducente era que se hubiese trabajado para un escenario de ese tipo. Y, sobre todo, que se hubiese trabajado por lo menos los primeros quince días -de todo el mes de asueto- con los maestros, para planear el qué se va a hacer con los alumnos. En lugar de ello, se optó por incluir en el asueto (completo) a los maestros dejando un gran signo de interrogación respecto a lo que se va a hacer para el resto del ciclo escolar.
Lo anterior no opera solamente para educación básica y media superior, sino también para nivel universitario. Y es en este nivel, donde nos interesa enfocar el análisis. Y para ello, señalo lo siguiente: la contingencia sanitaria agarró a las universidades con los dedos en la puerta. Se afirma que durante este periodo de asueto se trabajará en línea con los alumnos para continuar con los contenidos programáticos de cada una de las asignaturas; pero lo anterior no opera para todas las universidades. Me explico: En primer lugar, no todas las universidades cuentan con una plataforma digital con la cual se pueda trabajar las clases en línea; y, en segundo lugar, no todas las universidades cuentan con una planta docente con experiencia para impartir clases en línea. Luego pues, el riesgo que se corre es que lo que resta del ciclo escolar termine por perderse por estas dos condiciones.
Agrego un elemento adicional: si en una universidad (pública o privada) no se tiene una plataforma para trabajar la clase en línea, podría utilizarse como instrumento el correo y la comunicación a través de los canales que utilizan los alumnos (WhatsApp); así como la videoconferencia a través de Skype; pero la pregunta es, ¿quién supervisa que esa tarea la esté realizando el maestro?
En cierta forma, la contingencia sanitaria está dejando al descubierto una serie de debilidades en el sistema educativo mexicano, de las cuales debemos aprender para subsanarlas en el futuro; pero en el aquí y el ahora -lo repito nuevamente-, estamos ante el riesgo de que el asueto en esta contingencia sanitaria se entienda como una “suspensión definitiva” de clases y se bajen los brazos de aquí hasta el 24 de abril.
Ante esa situación, resta apelar al compromiso del docente y, sobre todo, a la responsabilidad pedagógica para con los alumnos; esto es, como lo señala Van Manen (2012), a esa responsabilidad pedagógica que implica “sentirse reclamado” por los alumnos. Y, por ende, se mantenga la dinámica de trabajo de clase, aún y que no se tenga supervisión alguna. Es un asunto de ética.
Estamos viviendo una situación inédita en el mundo y en nuestro país. Y se requiere compromiso y responsabilidad para enfrentar esta coyuntura. Los médicos están siendo aplaudidos en España, puesto que en ellos está recayendo toda la responsabilidad frente al Covid-19. En México podría ocurrir lo mismo, tanto con nuestros médicos, como con nuestros maestros.
Son tiempos de responsabilidad.
La situación así lo reclama.
No hay que bajar los brazos.