Fidel Ibarra López
El Secretario de Educación Pública, Esteban Moctezuma Barragán, anunció la suspensión de clases para todos los niveles a partir del próximo 20 de marzo hasta el 20 de abril. La medida se aplicará, señala Moctezuma Barragán, para reducir los niveles de contagio. La decisión es adecuada -aunque tardía e impertinente, la suspensión de clases debió de haber sido desde este martes-, sobre todo por la evidencia científica que se tiene a partir de los modelos matemáticos donde se evidencia el nivel de contagio que se puede generar en la población si no se controla la variable movilidad. En ese sentido, es una medida precautoria que ya se ha implementado en otros países desde hace un buen rato. Y aquí en México, inexorablemente en algún momento se debía implementar.
Ahora bien, pese a ser una decisión adecuada, no me parece que vaya a dar un resultado efectivo en el caso de México. Y lo afirmo en estos términos porque una medida de prevención es efectiva si la población la asume en los términos que se indican. Y en materia de prevención, a los mexicanos se nos complica el tema. No forma parte de nuestra cultura. Lo observamos en el ejercicio de gobierno de los funcionarios públicos y en la práctica diaria de los ciudadanos. Los primeros, pese a los avisos de prevención que se presentan desde el gobierno federal, a nivel local se autorizan festivales donde se congregan multitudes. Y en cuanto a los ciudadanos, pese a las recomendaciones abarrotan los sitios recreativos. En ambos casos, el resultado es uno: pareciera que no pasara nada. Y que la alerta del Covid-19 es como una llamada a misa.
En ese sentido, la suspensión de clases bien puede ser una medida que complejice más el contagio del virus si la población en lugar de permanecer en su casa, decide “aprovechar” ese interrupto en el ciclo escolar para “irse de vacaciones” a algún centro turístico. En Italia se cometió este error: las autoridades suspendieron las clases, pero la población lo aprovechó para irse de vacaciones. Y el resultado fue desastroso. Hasta el momento la cifra de muertos por el Covid-19 asciende a 2,000 y el número de infectados sigue al alza de forma alarmante. En México este error se puede cometer si se combina la “intención” de los individuos con la “promoción” de los hoteleros. Sobre todo, cuando en algún centro turístico la clase hotelera concibe la coyuntura del Covid-19 como una oportunidad de mercado para atraer turistas al puerto y ofrece, para tal efecto, un conjunto de promociones para que ello tenga lugar.
El riesgo entonces, ante la contingencia del Covid-19, se ubica en nuestra cultura. Nos cuesta prever, y nos cuesta seguir indicaciones. Y por tal motivo, el problema se complejiza puesto que, ante la imprudencia, el costo lo pagamos todos. Y es que, ante un virus que hasta el momento no se tiene una vacuna para enfrentarlo, y que presenta una tasa alta de mutación -uno de los elementos más peligrosos de este virus-, en México debemos estar preocupados.
Y lo afirmo porque en nuestro país tenemos debilidades estructurales muy fuertes. En primer lugar, nuestro sistema de salud no está en condiciones de soportar una pandemia de dimensiones mayúsculas. Las propias autoridades de salud lo han aceptado. En segundo lugar, tenemos una población con una debilidad estructural muy aguda en su sistema inmunológico para enfrentar este virus, como el caso de las personas que padecen algún tipo de enfermedad cardiovascular o una enfermedad crónico-degenerativa, como la diabetes o el cáncer. En el caso de la diabetes, por ejemplo, es público el gravísimo problema de salud pública que se tiene. Se estima que 12 millones de personas padecen este problema crónico-degenerativo. Lo cual se traduce en que 12 millones de personas -sólo para el caso de la diabetes- están en una condición de riesgo ante el Covid-19, porque su sistema inmunológico está en desventaja; y, en tercer lugar, financieramente el Estado no está en condiciones de soportar una pandemia al nivel que lo está padeciendo Italia, por ejemplo.
Desde esta perspectiva, lo que nos resultaría menos costoso, tanto en lo referente a la perdida de las vidas humanas; así como en términos financieros, es la prevención. El problema es que, en este tema hasta al propio presidente le cuesta entenderlo. Anuncia que no suspenderá sus giras que realiza los fines de semana y, por lo tanto, asegura que no suspenderá su gira que tiene a Oaxaca. ¿Así cómo se puede avanzar?
En el presente artículo mi línea argumentativa se orientaba a señalar que ante la imposibilidad (real) de que la población siga las indicaciones precautorias que señalan las autoridades federales, tocaba al Estado -en su conjunto- dictaminar un conjunto de medidas que involucraran a todos los actores -sociales, económicos-. Y supervisar que las medidas se estuvieran acatando. Medidas como: supervisión (efectiva) en aeropuertos, centrales camioneras y puertos. Cancelar eventos masivos. Y, sobre todo, evitar que los destinos turísticos de este país se constituyeran en foco de infección ante la cercanía de las vacaciones de Semana Santa. Paralizar en la medida de lo posible la actividad económica, es una medida dura, pero necesaria. El costo de no hacerlo podría ser peor si la pandemia nos rebasa.
El problema es que, esa línea argumentativa está en signos de interrogación puesto que hasta la propia autoridad federal está tomando esta situación con cierta calma. Es posible que se deba a que se quiere evitar el generar pánico en la sociedad; pero lo que está generando es incertidumbre. Lo que es peor.
Estamos ante una situación de suma compleja. El problema es, como señala Alfredo Narváez Lozano, “La epidemia no va a perdonar errores” (Nexos, 14 de marzo del 2020). Y en efecto, si nos equivocamos ante el Covid-19, lo vamos a pagar caro.