Pedro Flores-Crespo*
Los maestros sabemos que cuando clasificamos algún fenómeno político o social (Brexit), etiquetamos a alguna corriente del pensamiento (izquierda) o asignamos una determinada denominación a algún personaje (conservador) estamos tratando de ser, por un lado, didácticos pero también por otro, somos arbitrarios y simplistas.
Los movimientos de protesta actuales en contra de la violencia hacia las mujeres y en contra de la rampante inseguridad que estamos viviendo en México nos han recordado este simplismo y además, nos señalan los errores de clasificar arbitrariamente al otro.
En las recientes protestas callejeras de mujeres surgió, hasta donde sé, un mensaje que después se reprodujo en las redes socio digitales y que Ana María Olabuenaga retomó en un artículo en el diario Milenio que decía: “Muerta no eres ni de derecha ni de izquierda. Muerta no eres conservadora ni liberal ni neoliberal ni antiliberal. Muerta no eres progobierno o antigobierno. Muerta no hay partido. Muerta no eres. Muerta no estás. De eso se trata el paro del 9 de marzo.” (Vivas y Muertas, 24/02/20).
La vida real, entonces, cuenta antes que la identidad política impuesta. Y aquí habría que recordar a Toni Morrison, ganadora del Premio Nobel de Literatura, quien escribió con acierto que las definiciones pertenecen al que define, no al sujeto definido que, en este caso, podría ser una mujer, niña o joven muerta, secuestrada, violada o asesinada.
El mensaje de las protestas actuales es claro: asignar etiquetas político-ideológicas al otro es relativamente fácil, pero limitado para comprender los problemas y sobre todo, para poder resolverlos efectivamente y en conjunto. ¿O es que acaso son tan irreconciliables nuestras identidades políticas gregariamente asignadas para trabajar por causas comunes como la eliminación de la violencia hacia la mujer y la erradicación de los asesinatos de niñas, niños, jóvenes y adultos?
Es interesante que mientras algunos políticos se quejan del “disfraz” feminista que según ellos algunos “conservadores” utilizan para oponerse a su autodenominado gobierno de “izquierda”, las personas rebasan tales denominaciones para enfocarse mejor en cuestionar y protestar, en conjunto, contra políticas públicas ineficientes y erráticas.
En Puebla, por ejemplo, el movimiento de universitarios #NiUnaBataMenos que demanda seguridad, a raíz del asesinato de tres estudiantes de medicina de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (UPAEP) y de un joven que trabajaba en Uber, crece pese a las afiliaciones institucionales e identidades políticas del pasado. A “47 años de la ruptura por la lucha ideológica entre izquierda y derecha”, observa Paco Sánchez, las chicas y chicos de la UPAEP y de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP) “se unieron por una causa común, la seguridad” (portal Intolerancia, 27/02/20). El semanario Proceso reafirmó esta reconciliación con un encabezado: “La BUAP y la UPAEP se unen en paro por asesinato de estudiantes” (nota de Gabriela Hernández, 27/02/20).
Otra perspectiva que nos hace repensar la relevancia – y el significado – de dividirse solamente entre “izquierda” y “derecha” es el texto de Luis Felipe López Calva, Director Regional del Programa de Desarrollo de las Naciones Unidas para América Latina y el Caribe, quien cita los resultados de una encuesta aplicada a líderes de opinión pública sobre las razones de las protestas en la región. Aunque estos personajes citan la desigualdad social y la corrupción entre las tres mayores causas de la agitación social, otros factores relacionados con la capacidad de gobierno y sus reglas para distribuir los beneficios del desarrollo también cuentan. (https://www.latinamerica.undp.org/content/rblac/en/home/presscenter/director-s-graph-for-thought/Governance.html)7
López Calva expresa que las protestas sociales en la región son reflejo de la frustración con la captura que hacen las élites y que afectan la eficiencia gubernamental y esto no es meramente una cuestión ideológica. Por eso, reafirma este autor, el graffiti que reza “no somos de izquierda ni de derecha, somos los de abajo y vamos por los de arriba” hace cierto sentido para explicar lo que está pasando.
Pero, siendo estrictos, diría yo que asumirse como “los de abajo” sí es una posición de izquierda tradicional, lo interesante aquí es porqué los individuos que se movilizan bajo esa bandera, no suscriben las categorías clásicas de la geometría política. Si se ha ido perdiendo el significado de lo que representa ser de “izquierda” o de “derecha”, habrá alguna razón de ello que debemos reflexionar seria y desapasionadamente antes de seguir utilizando tal división como una métrica clasificatoria válida.
Con esto no quiero decir que no existan diferentes corrientes político-ideológicas ni que no sean importantes. Lo que mas bien cuestiono es: (1) la arbitrariedad de los “definidores” para asignar clasificaciones, (2) su constante uso para azuzar y dividir en lugar de crear reciprocidad, (3) su limitada capacidad para denotar la identidad plural de las personas, y (4) lo irrelevante que parecen ser algunas categorías ideológicas ante los problemas que realmente enfrentamos. ¿Para qué crear males imaginarios cuando tenemos muchas calamidades reales que enfrentar?, preguntaría parafraseando al escritor irlandés Oliver Goldsmith. Escuchemos con atención a las mujeres y a los jóvenes para respondernos.
* Profesor visitante en la Universidad de Harvard (2019-20) e investigador de la Universidad Autónoma de Querétaro (FCPyS)