Sylvie Didou Aupetit
El 5 de febrero 2020, la Secretaría de Educación, Ciencia, Tecnología e Innovación (SECTEI) del Gobierno de la Ciudad de México convocó la primera reunión de la Red ECOS de Educación, Ciencia, Tecnología e Innovación sobre la movilidad estudiantil, uno de sus 16 programas de acción conjunta. Fundada por siete instituciones de investigación y educación superior, esa Red agrupa hoy unos 20 establecimientos, públicos y privados, universitarios y tecnológicos. Sus propósitos son organizar las capacidades educativas, científicas y técnicas de las instituciones y acentuar la proyección de la Cd. de México en tanto ciudad global y del conocimiento, conforme con los artículos 8 y 20 de su Constitución Política.
Con base en esa encomienda, la SECTEI convocó a los operadores de la internacionalización, en las IES participes de la Red, a que compartieran sus experiencia de movilidad estudiantil y académica entrante. Los invitó a suministrar elementos de diagnóstico y a identificar ejes de acción de interés mutuo, para co-construir una política pública en la materia. No abundaremos en las propuestas vertidas durante ese encuentro inicial. Estarán incluidas en documentos de circulación pública, una vez afinados los consensos. Sólo avanzaremos algunas reflexiones personales sobre la iniciativa.
Un aspecto positivo concierne su oportunidad. En una situación de austeridad financiera, a partir de 2019, la sustentabilidad de la internacionalización constituyó un objeto de preocupación entre quiénes la impulsan. Abrir un espacio de discusión y de generación de propuestas, además de proveer un canal (bienvenido) de interlocución entre autoridades, especialistas y responsables de la internacionalización, corrobora la voluntad del Gobierno de la Cd. de México de dinamizar los intercambios científicos y educativos, desde y hacia el país. En una perspectiva coyuntural, por lo tanto, la optimización de la iniciativa es crucial pero, más allá de la selección de acciones-faro que le den identidad pública, su éxito y sus resultados dependerán de las capacidades de convocatoria, conducción y monitoreo de la SECTEI.
Para orientarla y sustentarla, la SECTEI tendrá que propiciar distintas estrategias articuladas. La primera consiste en la producción de una información sistematizada y focalizada. Datos sobre los estudiantes internacionales inscritos en licenciatura y en posgrado o en estancias de movilidad temporal han sido producidos por las IES receptoras, que aplicaron criterios de organización de la información confusos o incompatibles. En escalas territoriales de mayor radio, lo han sido por la ANUIES, la SEP, el CONACYT, la AMEXCID, por las Embajadas y las agencias de cooperación bilateral así como por organismos civiles o gubernamentales y redes académicas, especializados en el estudio de las migraciones. Faltaría trabajar esas fuentes para establecer, con un grado razonable de certeza, cuántos y de dónde proceden los estudiantes y los académicos internacionales que residen en la metrópolis, cuáles son sus perfiles demográficos y cognitivos y sus expectativas en términos de selección de instituciones y formaciones.
La segunda estrategia concierne la difusión de la oferta. Si bien muchos establecimientos brindan servicios “a la carta” a los estudiantes internacionales, la dispersión de las propuestas y sus formatos heterogéneos, además de la elevada cantidad de establecimientos localizados en la Cd. de México, dificultan ubicar el/los programas adecuados y comparar sus costos y ventajas. Una plataforma amigable, en varios idiomas, que concentre una información básica, suministrada en formatos legibles y estandarizados, sería una herramienta valiosa para revertir ese problema.
La tercera estrategia, la más relevante, consiste en diseñar una política pública que represente un valor añadido para fomentar la atractividad internacional del sistema metropolitano de educación superior. Planificarla supondría ligarla con una agenda educativa proactiva, embonada con el programa general de acción del Gobierno de la Cd. de México. Implicaría definir áreas de concentración de la movilidad entrante, en torno a actividades convencionales de enseñanza e investigación y a otras innovadoras (aprendizajes culturales, servicios comunitarios, prácticas profesionales y de vinculación en empresas o colectivos sociales).
De igual manera, implicaría involucrar deliberadamente las IES con vocación de proximidad en las dinámicas de internacionalización en casa y hacia fuera. Los sesgos son enormes entre los establecimientos líderes y los que apenas incursionan en ese ámbito. Hipotecan seriamente la posibilidad de concretar medidas de democratización de oportunidades y de inclusión compensatoria de los grupos vulnerables.
Finalmente, implicaría focalizar los programas de atractividad sobre interesados claves (estudiantes de origen mexicano en Canadá y Estados Unidos, centroamericanos, indígenas entre otros), en función de valores éticos (reciprocidad, equidad, solidaridad), de necesidades específicas de los núcleos que integran el sistema nacional de educación superior (disciplinarias y de capacitación), de las fortalezas institucionales pero, asimismo, de objetivos de política exterior (cooperación Sur-Sur y emergente) y de un contexto migratorio en mutación.
Los retos son, en consecuencia, complejos. Resolver algunos supondrá la colaboración de instancias y actores variados y la constitución de micro-redes diversificadas según sus integrantes y tareas. Requerirá de negociaciones para concitar apoyos en el país y en el exterior, y, también, de un liderazgo que logre concitar voluntades y expertises en investigación, formación, gestión y evaluación.