En solidaridad con Sergio Aguayo y en defensa de la libertad de expresión.
La Escuela de Posgrado en Educación de la Universidad de Harvard (EPEH) cumplió 100 años. Celebrarlo es merecido, pues en este lugar se han incubado importantes ideas como la de las “inteligencias múltiples” de Howard Gardner, el futuro del aprendizaje de Richard Elmore y la no menos importante invitación de Paul Hanus para seguir hurgando la base científica de la educación, por mencionar solo algunas. Mucho orgullo también produce saber que un latinoamericano con ideas revolucionarias como Paulo Freire, dio clases aquí en 1969, un año antes de que se publicara su influyente obra, Pedagogía del Oprimido.
En este camino de reflexión, estudio y propuestas se realizó también en la EPEH la Conferencia Global sobre Educación bajo el liderazgo del profesor Fernando Reimers con el apoyo de Paul Moch, un destacado investigador mexicano.
Este encuentro tuvo como objetivo dar a conocer los avances de los proyectos que realizan diversos estudiantes de posgrado con el propósito responder a los desafíos más preocupantes en materia educativa alrededor del mundo. Las presentaciones de los jóvenes fueron seguidas por comentarios de especialistas, representantes de organizaciones internacionales y autoridades educativas. Entre ellas, el ex titular de la Secretaría de Educación Pública (SEP), Aurelio Nuño.
Se analizaron desde políticas y programas para mejorar la educación básica en Zimbabue, hasta la problemática del bachillerato en Ghana o la empleabilidad de los jóvenes universitarios en Etiopía. Cuando uno asiste a este tipo de seminarios, se pregunta si las grandes diferencias culturales entre países como China, Pakistán o Kenia producen problemas radicalmente distintos. Para sorpresa de muchos, esto no es así. Pareciera haber problemas educativos comunes a escala global. ¿Cuáles son algunas de estas vicisitudes? La baja calidad educativa, su injusta distribución entre las poblaciones con mayor desventaja, tasas de matriculación relativamente bajas a medida que avanza la edad de las personas, la subvaloración o estigmatización que reciben de la sociedad las opciones de estudio vocacionales, o lo complicado que es establecer relaciones de cooperación entre actores distintos, aún cuando los objetivos de las políticas y los programas sea aparentemente valiosos para todos.
El análisis comparado de las políticas es una área importante precisamente porque, por un lado, nos ayuda a identificar como objeto de estudio un problema en común para, por otro, estudiar las diversas maneras en como se resolvió en contextos distintos al nuestro. Esto demuestra que “no hay fatalismo que nos impida avanzar”, como diría Carlos Muñoz-Izquierdo. Compararnos y estar abiertos a la experiencia externa podría entonces ayudarnos a concretar políticas educativas más efectivas. La buena política nacional mira a lo externo para aprender.
Lo que sí es una tarea analítica netamente local es saber cuáles son las condiciones para que en nuestros respectivos contextos se replique la efectividad de la política educativa.
El tema sobre las condiciones (políticas, económicas, religiosas) que son necesarias para operar los programas e intervenciones educativas, levantó una enriquecedora polémica entre algunos asistentes al seminario de educación global. Por un lado, estaban los que pensábamos que había que emprender las acciones sin meditar mucho en la perfecta conjunción de todas las condiciones posibles y por otro, estaban los que sugerían ser más cautos al momento de establecer un programa o intervención de cambio educativo. ¿Entusiasmo estudiantil versus cautela experimentada? El tema de discusión en este caso era – nada mas y nada menos –que “la formación de los maestros para la educación del siglo veintiuno” en Zimbabue.
La división de opiniones sirvió para reflexionar sobre el balance entre la necesidad de cambio real que esperan los sujetos en situaciones más desfavorecidas, las motivaciones políticas de los gobernantes en turno, la noción de interés público, la importancia del conocimiento y la evidencia científica, y lógicamente, la experiencia internacional acumulada en programas efectivos, pero también en casos que podrían denominarse como “malas prácticas”. ¿Qué dice la teoría del cambio educativo al respecto?
Esta literatura “negativa” puede ser valiosa en la medida en que nos ayudaría a pensar los problemas educativos de manera más articulada, realista y estaríamos mayormente conscientes de que cuando el pensamiento y la acción se separan podemos afectar seriamente a los que supuestamente deseamos beneficiar. Los nobles fines no bastan como tampoco el activismo; no obstante, su ideal combinación sigue levantado preguntas complejas para el campo de la política educativa.
Afectar al pobre con programas educativos que buscaban favorecerlo fue, por cierto, materia de reflexión de Michael Gottfried y Gilbert Conchas en su libro publicado por la editorial de Harvard en 2016 y que se intituló: Cuando las políticas escolares son contraproducentes. Cómo medidas bien intencionadas pueden dañar a los estudiantes más vulnerables.
Tengo la vaga impresión que en México muy pronto tendremos que repasar nuestras teorías de cambio educativo con una perspectiva más desapasionada. Bienvenida será entonces la polémica nacional ante los problemas globales. Estamos listos para argumentar.
Postcríptum: Gracias a un atento lector, caí en cuenta que cometí un error en mi texto previo. Escribí Steven “Spinker” cuando lo correcto es Pinker. Van mis disculpas.