Parece que el debate no se ha agotado del todo, en el espíritu de la Nueva Escuela Mexicana (NEM) se pretende pasar de la calidad a la excelencia del servicio educativo y ello, sólo por el deseo o a partir de un decreto que viene de arriba. Dicha propuesta, no se reduce a un asunto de simples conceptos o del cambio en el uso de las palabras, tiene más de fondo y en el fondo se encuentran algunas contradicciones que es necesario debatir. Los argumentos son como sigue:
- Tanto la calidad como la excelencia son conceptos que provienen del ámbito empresarial, están ligados con estándares de producción, eficiencia, productividad, rendimiento, etc.; Incluso en un trabajo de hace algunos años publicado en un número de la revista Cero en Conducta Ángel Díaz Barriga reconocía que a la calidad se le consideraba como un adjetivo es decir, como un atributo del servicio educativo y no en ejercicio de sustantivar su sentido. Y que quede claro, la escuela no es una fábrica.
- El neoliberalismo en los últimos años en nuestro país, ha minado gran parte de la cultura y las prácticas educativas. La educación se ha fetichizado y se ha convertido en mercancía, generando ambientes excluyentes e inequitativos.
- Las demandas del sistema educativo nacional, generadas desde dentro del propio sistema no se resuelven con esquemas empresariales (ni la calidad ni la excelencia es lo que nos hace falta), que la OCDE ha puesto fuertemente en boga; sino más bien a partir de ir creando y garantizando las condiciones necesarias, que permitan garantizar justicia educativa para todas y todos, sobre todo para los que poco o nada tienen.
- En comunidades rurales, en el mundo indígena, en zonas marginadas de los polos metropolitanos, en ciudades perdidas, cómo es posible acoplar un concepto de excelencia educativa, cuando existen ausencia de docentes, carencia de materiales, instalaciones bastante insuficientes para la tarea educativa, cuando mucho falta y todo está pendiente por hacer.
- La formación de maestros, la vida cotidiana de las Escuelas Normales, el escenario educativo de una proyección educativa, da cuenta a partir de un profundo clima de simulación y desinterés profesional la gran ausente es la llamada excelencia educativa.
Habría que invertir el orden del debate y pensar bajo otra perspectiva las cosas; partir de reconocer las necesidades educativas de los sujetos y las comunidades y de cómo hacer para responder ante todo ello. Más que excelencia lo que se requiere es compromiso social, de todos y cada uno de los actores del sistema, el compromiso social es un componente ancestral de nuestro sistema que se ha perdido o se está reconfigurando. El cual se traducía de manera sencilla en dar más horas de tiempo de clase, en hacer visitas domiciliarias, en conocer y visibilizar a cada uno de los alumnos y alumnas a partir de darles voz y de escuchar y entender en sentido de sus palabras, de sus reclamos, de sus propuestas.
Cuando en el marco de la actual propuesta de reforma educativa (hoy llamado Acuerdo por la educación) se trata de brincar del concepto de calidad al concepto de excelencia, pareciera que se compite contra fantasmas del pasado que persiguen a las aspiraciones de dicho acuerdo.
El gran riesgo de la oleada neoliberal del presente en educación, es que ésta sirvió para distorsionar nuestras percepciones, hoy vemos una realidad que no existe, que no es la muestra. Ante ello la salida es regresar a los fundamentos, a todo aquello que hacíamos en otro tiempo y que daba buenos resultados. Hacer que niños, niñas y los docentes que los acompañan vayan con entusiasmo a las escuelas y que a la salida de ellas, salgan felices y sonrientes, debido a que todo lo que ahí sucede se disfruta debido al profundo sentido educativo de vivir y permanecer en la escuela.
Dejemos de hacerle el juego al empresariado y construyamos los conceptos que son propios del México profundo que se mueve desde muy abajo. Creo que los zapatistas tenían razón con aquella consigna de hace algunos años “Otra educación es posible”. Construyamos.