Hugo Aboites
Durante más de 30 años (1950-1985) se apostó a la burocratización y el corporativismo sindical como la mejor manera de conducir la educación, y fue un fracaso: una educación burocrática y anquilosada. La gran solución, la propuesta empresarial y neoliberal de los siguientes 30 años puso la esperanza de revitalización en el dinamismo del mercado, pero también falló: no hubo mejora y sí represión, Nochixtlán y la noche de los 43. Corporativistas y empresarios ya tuvieron tanto su oportunidad como sus lastimosos resultados: un costo enorme en desperdicio y mediocridad para la educación mexicana. Al nuevo gobierno –que se declara anticorporativo y antineoliberal– le corresponde hacer una jugada distinta a las dos anteriores. Apostar a las maestras y maestros, a las regiones, comunidades y sus proyectos desde abajo para crear un nuevo marco educativo nacional.
Sin embargo, no se delinea una apuesta en esa dirección. En lo normativo tenemos un artículo tercero donde cupo de todo y mezclado, y una legislación que da su lugar a maestras y maestros en algunos puntos (respeto al título profesional, vigilancia sindical, opinión preferente en determinación de planes y programas de estudio), además de reinstalaciones y liberación de presos políticos, pero que no ofrece una definición respecto de esta otra nueva dirección.
Por otro lado, las y los maestros, estudiantes, comunidades y sus escuelas –nada menos que el corazón de la educación del país– gracias a la resistencia de años, viven un cambio en el clima y actitud gubernamental y con ello se abren enormes áreas de posibilidad de discusión y acuerdos a nivel de escuelas, zonas y entidad federativa, para definir en mucho dónde y cómo se aplicará la normatividad. Son procesos a los que no llegan las organizaciones empresariales y donde maestros y comunidades pueden avanzar grandes trechos en la reivindicación de lo que cada vez con mayor claridad se perfila como su propuesta educativa integral desde las escuelas y desde las regiones.
Precisamente por lo anterior, vale la pena mencionar la publicación de dos libros útiles para entenderque la realidad educativa no comienza y termina en el nivel normativo, por importante que este sea. Las escuelas integrales de Michoacán: una utopía en resistencia, (UNAM y sección 18) de Tatiana Coll, colaboradora desde hace 35 años en La Jornada, da cuenta del surgimiento y desarrollo desde 1989 del proyecto educativo de los maestros de Michoacán. En el periodo de mayor poder de la visión neoliberal, con las comunidades lograron crear y consolidar un proyecto alternativo de educación con un rumbo totalmente distinto al oficial. El otro libro es Cherán K’eri (Universidad de Guadalajara) coordinado por Rocío Moreno B., que muestra las importantes implicaciones que tiene para un proyecto alternativo la conexión con las raíces de conocimiento y cultura de una comunidad en resistencia. La escuela nunca actúa en abstracto, comparte espacio con múltiples procesos informales de educación y conocimiento, y hasta de realidades imaginarias como las de Francisco Toledo. Le toca retomarlos para su tarea educadora sin pretensiones de superioridad. Son bases cognitivas que arraigan a la escuela, similares a las que fundan las propuestas de educación de la sección 22 de Oaxaca, las secciones 7 y 40 de Chiapas, las Escuelas Altamiranistas de Guerrero, y que inspiran muchas iniciativas silenciosas y aún invisibles en otras partes del país.
Si el marco creado por las leyes secundarias no es obstáculo o, mejor, si favorece una mayor organización de los trabajadores de la educación, abre espacios para la creación de alternativas y, con eso, fortalece los procesos de organización maestros-comunidades; entonces esta etapa de la educación mexicana no sólo será diferente y nueva porque se aprobaron modificaciones en la Constitución y nuevas leyes secundarias, sino porque las maestras y maestros pudieron ofrecer bases firmes para la construcción de una apuesta diferente a la corporativa y neoliberal de los pasados 60 años. Organizarse a profundidad, como reiteraba una y otra vez el incansable y lúcido maestro Guillermo Almeyra.
Desde esa postura, el movimiento de los maestros puede también recoger y darle nuevas dimensiones a la interlocución directa que ya se ha logrado con el Poder Ejecutivo y defender los logros limitados pero valiosos que ahora son atacados por una derecha que, después de casi 30 años de privilegio, con un poco ya se siente despojada de un territorio que pensaba todo suyo para siempre.
La discusión y acción sobre el rumbo de la educación en México ya no debe estar entre escribas, organizaciones y partidos derechistas, sino entre los maestros y las comunidades.
*Profesor-investigador, UAM Xochimilco