La idea de que la educación debería ser competencia de la colectividad más grande y no sólo de las familias es muy antigua. En casi todas partes y durante la mayor parte de la historia de la humanidad, sin embargo, la educación de los menores ha sido un asunto fundamentalmente privado: uno directa y exclusivamente a cargo de los padres, de la familia y/o de las religiones organizadas.
Los sistemas de educación públicos de carácter nacional son, de hecho, un invento social relativamente reciente. El primero de ellos fue creado en Prusia a fines del siglo XVIII. Siguieron Francia y otros países del norte de Europa; luego vino Estados Unidos y, de entre los hoy países desarrollados, al final Gran Bretaña.
Contra lo que pudiera pensarse –particularmente en estos tiempos globalizados en que la educación escolarizada parece tener como valor prioritario la empleabilidad y la productividad–, la creación de los sistemas nacionales de educación pública no respondió, en primer término, a imperativos económicos. No ha sido históricamente la necesidad de contar con grandes números de individuos “educados” lo que explica la construcción de los sistemas de educación públicos. En la mayor parte de los países la motivación y causa de fondo de su creación fue el imperativo político, cultural y simbólico de los Estados-territorial-nacionales en construcción de fabricar prusianos, franceses, estadounidenses, mexicanos y demás nacionales (a partir de poblaciones fragmentadas en identidades étnico-culturales, geográficas y/o religiosas muy diversas y, con frecuencia, contrapuestas) para hacerse de una base poblacional mínimamente homogénea que justificara y posibilitara su existencia.
Importa recordar estas cosas estos días de regreso a clases en México. Interesa hacerlo pues son ya muchas décadas de un paradigma internacional dominante en política educativa centrado en los aprendizajes cognitivos individuales, y poco interesado en los aspectos colectivos de la escuela, así como en los procesos de socialización que posibilitan la existencia de cualquier colectivo social. Importa hacerlo, sobre todo, porque la brújula hacia adelante del nuevo gobierno en materia educativa es poco clara y pudiera resultar útil para organizar la conversación al respecto, regresar a las preguntas fundamentales sobre por qué nos haría tener un sistema educativo público y nacional.
En resumen, convendría recordar que la única justificación de un sistema de educación público es que sus objetivos-guía contribuyan a la persistencia y mejoramiento de la(s) colectividad(es) a la(s) que pertenecemos. Su justificación central, esto es, debiera incluir mínimos de aprendizaje cognitivo para los alumnos en lo individual, pues ello es condición indispensable para actualizar la potencialidad de los sapiens-infantes como integrantes del colectivo “género humano”, pero debiera, también, contemplar como requisito clave la obligación del gobierno de garantizarlos para todos por igual. Esa justificación debiera asimismo incluir, centralmente, propósitos orientados a hacer posible la existencia continuada e, idealmente, mejorada del colectivo “México” y del colectivo “humanidad” (incluyendo su único hábitat posible hasta el momento: el planeta Tierra), a través de la transmisión de los conocimientos y el desarrollo de las habilidades y los valores requeridos para ello.
Intuyo o quiero ver en las muy leves pinceladas que hasta ahora nos ha dado el gobierno del presidente López Obrador sobre sus intenciones en lo educativo, un énfasis importante en recuperar los aspectos colectivos tan centrales a todo sistema educativo público (claramente los nacionales, aunque no los relativos a la humanidad/planeta). Por ejemplo, la intención de fortalecer el papel de las escuelas en el combate a la inseguridad vía intentar facilitar con becas la permanencia o acceso de los jóvenes a las instituciones educativas; el deseo de recuperar el valor de la identidad nacional a través de mayor énfasis en la enseñanza de la historia de México, y la idea de rearmar los rieles básicos de la convivencia pacífica a través del fortalecimiento de la educación cívica y ética. Pero eso es lo que supongo o quiero ver yo. Más allá de echar para atrás la “mal llamada reforma educativa” y del slogan “nueva escuela mexicana”, haría falta que el nuevo gobierno mexicano nos explicara qué quiere lograr en educación y por qué los medios seleccionados para ello son los más adecuados para conseguirlo.