¡Se cumplió el ritual! Sin sobresaltos, el presidente Andrés Manuel López Obrador inauguró el ciclo escolar, el primero de varios. Ni entregó una pieza conceptual donde planteara una visión del porvenir ni dijo algo nuevo, aunque trató de sembrar optimismo en los alumnos. Se refirió a las becas, a los apoyos directos a cada escuela y ratificó que los maestros nunca serán ofendidos.
Antes, en la conferencia matutina del día 26, el Presidente aventuró un pensamiento que no por ser trillado es incorrecto: “Sin demagogia, la educación es la base del desarrollo, es lo que nos va a permitir
no sólo mejores condiciones de vida, sino también ejercer a plenitud nuestras libertades”. No entiendo por qué comenzó esa arenga con la sentencia de que no hacía demagogia. Tampoco quiero suponer la razón.
El secretario de Educación Pública, Esteban Moctezuma, expuso la numeralia del regreso a clases: cifras de alumnos, maestros, escuelas y libros de texto. También sobre la capacitación a los docentes por dos semanas sobre la Nueva Escuela Mexicana.
La ceremonia de inauguración en la escuela secundaria técnica Melchor Ocampo fue sobria. El Presidente se hizo acompañar en el presídium por alumnos y padres familia en paridad de género. Participaron también la directora de la escuela, la jefa de gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, el secretario de Educación Pública y otros funcionarios.
Reiteró que con sus programas de becas universales en la educación media y para los pobres en la básica y la superior habrá una mejor educación. Que ahora sí, no como en el pasado, se invertirá en el mantenimiento y reconstrucción de escuelas e insistió que canalizaría el dinero directo a cada comité escolar. Para evitar burocracia y rezagos, lo más importante, subrayó, es que cada comité decidirá en qué y cómo invertir.
Justificó la transferencia directa de fondos con críticas a la burocracia: “Por eso cuando hablo del elefante reumático y mañoso les pido que me ayuden a moverlo porque obstruye a la nueva realidad”. Veremos cómo funcionan esos comités.
Unos criticaron que la Secretaría de Educación Pública (SEP) no haya entregado seis millones de libros. Aún no llegan, tal vez algunos no estén impresos, pero lo que resalta es el esfuerzo que la SEP y la Comisión de Libros de Texto Gratuitos hicieron para que la mayoría estuviera en las escuelas. Fue una hazaña, luego de que el Presidente canceló de manera abrupta la compra de papel a la empresa de su compadre. Alteró el calendario. Además, ya están en línea, aunque eso no ayuda a los niños pobres de regiones aisladas.
La falta de libros y el hecho de que haya tres planes de estudio diferentes son problemas menores, es un asunto de transición. El enigma es lo que vendrá después; qué le depara a México con la
Nueva Escuela Mexicana, en qué consiste el Acuerdo Educativo Nacional, cómo se comportarán las facciones y líderes del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE). Allí, el panorama, en el mejor de los casos, es nubloso.
El Presidente aseguró que todo es normal. ¡Qué bien que la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) no haya cumplido su amenaza de huelgas! Al menos no todavía. Pero hay broncas en
Baja California, Guerrero y otras partes por “falta de pagos”. Los maestros de escuelas del Partido del Trabajo ofrecen clases en las calles para protestar porque el gobierno de
Durango no les transfiere fondos. Vaya normalidad.
Si se mira al pasado –no al reciente que el Presidente aborrece, sino al del régimen de la Revolución Mexicana, que parece que admira– para estas alturas del sexenio, el jefe de Estado en turno ya había entregado al menos una pieza con doctrina sobre la educación, un atisbo al futuro, un reconocimiento de hechos. Incluso, alguna frase que se convertía en consigna.
Tal vez nos quedemos con las ganas de escuchar algo así del presidente López Obrador. No reconocerá ningún avance previo a su gobierno. Lo suyo es la polémica y la defensa de sus programas dilectos.