El presidente López Obrador se precia de ser honesto y de tener calidad moral. Como un reflejo simbólico de esos atributos de su personalidad, encabeza una cruzada (algo más que una metáfora) contra la corrupción y el despilfarro. Su narrativa es eficaz, le sirvió para ganar la presidencia y mantener altos sus niveles de aceptación. Sin embargo, muchos critican que haga poco para fortalecer las instituciones que pudieran contribuir a disminuir ese flagelo. Al contrario, dicen, trata de debilitarlas y aun de desmantelar al Estado.
Aparte del ejemplo personal, “si soy honesto, todos los funcionarios serán honestos”, el presidente apuesta por una educación en valores. Una inspiración obvia proviene de Alfonso Reyes, quien dejó una herencia notable en la literatura mexicana del siglo XX. AMLO mandó imprimir con tiraje millonario la Cartilla moral, una suma de reglas éticas para un buen vivir, en armonía y apego a valores humanistas. Ironía, Jaime Torres Bodet se la pidió para que formara parte de la cartilla de alfabetización y Reyes la escribió para adultos, aunque de manera sencilla y comprensible.
Me cautivó cuando el presidente anunció que la pondría en circulación y que esperaba que los maestros fueran los primeros lectores del opúsculo. Me sigue gustando y no porque sea un fanático de “los valores perdidos”, sino porque coincido con el presidente que la corrupción es una depravación de la moral.
Pero cuando apareció publicada, ya con el logo de la SEP, es decir, una publicación oficial, me di cuenta de que también se destina a alimentar el aparato de propaganda del mandatario y de Morena. En la portada están las estampas de dos de los presidentes que AMLO quiere emular, Juárez y Madero. También las de Sor Juana y Leona Vicario. En páginas interiores se encuentran litografías de Hidalgo, Morelos, Zapata y Lázaro Cárdenas. El color de fondo que resalta es el marrón, el de su partido. Y, en la contraportada al centro el escudo de Morena, el águila con las alas abiertas sobre el nopal, sin la serpiente.
Además, el vehículo principal de distribución de la Cartilla es la Confraternidad de Iglesias Evangélicas, congregación a la que tal vez pertenezca el presidente. Lo menos, aseguran los críticos, es que atenta contra la educación laica. De lo que estoy convencido es que debilita la concepción del Estado secular y puede abrir heridas superadas por la historia. Peor aún, contradice el aliento juarista: liberal, democrático y de separación del Estado y las iglesias.
Sin embargo, la Cartilla moral contiene preceptos legítimos, dignos de tomarse en cuenta, permeados de humanismo y elogios a los valores universales. Que todas las religiones los pregonen como suyos es otra cosa. La letra y el espíritu de la Cartilla evocan la ciudadanía responsable y una ética cosmopolita, sin despegarse de la nación. Pienso que cualquier persona de bien refrenda su ruego por la paz como el valor supremo de la humanidad.
Además, Reyes puso en el alfabeto –como una alegoría del sistema escolar y la educación– el camino para alcanzar una sociedad virtuosa y el bienestar general. “Alfabeto, pan y jabón. Hay que decir. Y todo lo demás se os dará por añadidura”. Escribió Reyes en otro ensayo, “Reflexiones sobre el mexicano” un homenaje a la obra de Samuel Ramos, El perfil del hombre mexicano.
Espero que el presidente López Obrador también haya leído ese ensayo. Ratifica lo que él proclama, “primero los pobres”; hay que salir de la pobreza el cáncer mayor de México, según Alfonso Reyes:
A primera vista, lo que más resalta e impresiona es la pobreza general de los mexicanos. Acaso sea nuestro mal por excelencia… El ejemplo de algunos gobernantes comprueba que este alivio de dejar de rodar el dinero es aparente y de alcance muy limitado. Pero comprueba también que, hasta donde llega el alivio, provoca manera de optimismo nacional como nunca han visto otras.
Y remató esa porción de manera contundente: “¡Fugaces horas de gozo, embriaguez de un día!”
Reyes censura lo que hoy denominamos asistencialismo –o clientelismo– apuesta en firme por el alfabeto, por la ilustración; ser educado es ser ciudadano, productivo y culto. Por ello cita con ardor a Vasconcelos. En términos actuales pudiera decirse que, en lugar de transferencias de efectivo directas, sin condicionamientos, habría que destinar recursos a fortalecer las instituciones de educación.
Por supuesto, hay que dar la bienvenida a las iniciativas que enaltezcan al magisterio, que le proporcionen estatura moral, que los considere trabajadores intelectuales. No obstante, no son superhéroes. Parte de la retórica de este gobierno a favor de los maestros se enreda con diatribas contra el neoliberalismo y la reforma del gobierno de Peña Nieto. El mensaje mordaz y vindicativo le gana a las buenas intenciones.
Además, los dirigentes de todas las facciones del SNTE lo que persiguen es medrar de nuevo con la trayectoria de los docentes. Su insistencia: que las relaciones laborales se manejen con base en el apartado “B” del artículo 123. Eso implica el retorno del escalafón administrado por ellos, para favorecer a los fieles y castigar a quienes no se alineen a sus directrices. Si regresan los programas de incentivos monetarios con controles “bilaterales”, en poco tiempo la corrupción –el enemigo número uno del presidente– impondrá de nuevo su reino en la vida magisterial ya en territorios de la CNTE, ya en comarcas del clan de Cepeda Salas.
A fe mía que a esos dirigentes no les interesa el buen ejemplo que pudiera brindarles el presidente y les vale el mensaje ético de la Cartilla moral.
Referencia: Alfonso Reyes, Con la X en la frente. México Asociación Nacional de Libreros, 1982.