El 20 de abril se cumplieron 20 años de la huelga de 1999 en la UNAM, luego de varias semanas de organización, acción e imaginación de los estudiantes contra la imposición del cobro de cuotas.
Recuerdo que apenas tenía 20 años, cursaba el 6° semestre de la carrera de Sociología en la todavía ENEP Acatlán, la del Campo Krusty, la de Contracorriente, la de la mega ultra, pero todo eso yo no lo sabía porque provenía de una escuela de monjas, así que en el camino fui dándome cuenta que aunque todos con una causa común, no todos éramos iguales y no todos éramos amigos.
Estaban los que tomaban la palabra y lanzaban propuestas muy armadas, los que mayoriteaban, los que madreaban, los que cocinaban, y los que como yo, mis amigos y hermano, no teníamos mucha experiencia y entonces nos tocaba botear por Naucalpan y Echegaray, por el Tianguis del Chopo cada sábado, por los mercados, en los camiones, para llevar dinero a la escuela y así sacar para comer y para las fotocopias, no alcanzaba para más.
Así fueron pasando los días, las semanas y luego los meses, en asambleas cada vez más largas que alcanzaban hasta cuarenta y ocho horas seguidas de discusión, de encabronamiento, de verdaderas madrizas solo por intentar pensar, proponer u oponerse al de la banca de a lado, ese que hasta antes del 20 de abril apenas ubicabas, o que te parecía un ñoño o un baboso, y que luego resultó que en la huelga descubriste que era muy diferente a lo que pensabas dentro del salón y en el encuadre de las clases.
Nos aferramos, nos hicimos valientes, arrogantes, hasta cínicos y agresivos. Nos gustaba el alcohol de caña, el ska y los Rage Against the Machine.
Nos gustaba el slam, nos gustaba correr y gritar, nos gustaba madrearnos, nos gustaba desgastarnos porque en el camino hacia un objetivo nos íbamos conociendo, nos íbamos construyendo y transformando, con muchísimas alegrías y luego con mucho dolor, con mucha rabia al creer que habíamos perdido, al saber que gran parte de lo que creíamos nuestra comunidad universitaria nos veía con desprecio, al regresar y hacerse imposible mirarnos hasta entre nosotros mismos. Una gran pena nos invadió mucho tiempo en el que nos negamos a hablar.
Pero hoy, a 20 años, sabemos que teníamos razón y que tanta violencia a veces es necesaria para oponerse a la mayor de las violencias, la del capitalismo atroz y descarnado que nos ha ido arrebatando de a poco, pero profundamente, todo lo que creíamos nuestro, todo lo que nos hace ser humanos.
Por eso, a 20 años lanzo estas palabras de agradecimiento a la huelga, a la UNAM, al Consejo General de Huelga, a mi hermano, a mi madre por dejarnos ser y hacer a pesar de ella misma, a mis amigos que a la fecha son mis más grandes afectos: Niurka, Chiki, Rob, Cometa, Jorge.
A los amigos que no conocía en ese momento, pero que al sabernos parte de lo mismo nos hemos vuelto uno mismo. A la vida por dejarme vivir esos tiempos, por mostrarme que siempre hay otras posibilidades, porque sin la huelga yo no sería la misma, la de ahora, la mitad de mi vida, mi otra vida.