Tal como estaba el curso de la campaña electoral por la presidencia y, de acuerdo con las previsiones de sus resultados, la promesa de cancelar la reforma educativa fue un acto innecesario. Quizá un exceso de esos que se derivan del presidencialismo; adelantado, en este caso. Desde entonces, no había manera de hacer encajar ese acto, y que cobrara sentido, en la visión publicitaria de la cuarta transformación.
Luego vino la declaración excesiva de que se acabaría hasta con las comas de la reforma. Ahí, la cuarta transformación empezó a mostrar su lado destructivo. Pero no se trata de la destrucción que es necesaria en un campo que va a volver a sembrarse, no, se trata de una destrucción que no tiene toda la claridad de lo que sigue, de lo que va a sembrarse y a cultivarse, y puede ayudar a ver la promesa de la cosecha.
Ahora, con una iniciativa para hacer otra reforma al Artículo 3° constitucional, la reforma educativa está a la espera; y con ella, también los maestros, la sociedad, los estudiantes, la economía que se quiere hacer crecer, la violencia que se quiere disminuir, la corrupción a la que se quiere combatir…
Sí, nuevamente la espera, porque nuevamente están en disputa las palabras-símbolo del artículo constitucional, sin necesidad, sin una justificación histórica, ni social, ni pedagógica que fuera suficiente para que la cuarta transformación pudiese pretender ser de la naturaleza de las tres que le precedieron. Si en la reforma educativa, como en las otras reformas de la administración de Peña Nieto, hubo prisas y mucha propaganda que originaron errores, acciones inadecuadas o perspectivas no suficientemente claras, entonces habría que identificarlos, calibrarlos y diseñar la política educativa que corrigiera y volviera sobre el futuro. ¿Cancelar la reforma para poner al sistema educativo de nuevo en los inicios de 2013? No tiene sentido.
Con el propósito de cancelar la reforma educativa y con la iniciativa entregada para ello, también el gobierno queda a la espera y puso al sistema escolar en un vacío temporal y político.
El gobierno está a la espera de sí mismo, paradójicamente, porque mientras transcurre el lento tiempo del proceso legislativo, las escuelas deben seguir el tiempo cotidiano, el que no se detiene y no puede ni sabe esperar. Y dependen, para seguir ese tiempo, de la acción del gobierno: este debe garantizar, también día con día, varios elementos del derecho a la educación. Entre ellos, existe uno que es previo a la reforma que se quiere cancelar y que es fundamental para la sociedad, para la formación política de los estudiantes, para la seguridad, para la estabilidad, para el fortalecimiento de las instituciones. Ese elemento es uno de los fines de la educación, la cual debe fomentar “el respeto a los derechos humanos”.
No se trata de un elemento simple; por el contrario, es uno que condensa el sentido del Estado en tanto comunidad democrática con fortalezas para moverse hacia mayor justicia, así como también condensa las posibilidades reales de que ocurra una cuarta transformación.
El tiempo avanza y el gobierno, con su promesa de cancelación y con su iniciativa de reforma constitucional, se ha puesto a la espera de sí mismo, es decir, se ha puesto a prueba en su eficacia. Una de las confusiones que ocurrieron entre la promesa de la campaña y la iniciativa de reforma es una relativa a los medios y los fines. Se pensó que los fines eran los medios, quizá porque el gobierno anterior excedió las proporciones y el ritmo de su acción y convirtió a un medio, la evaluación, en un fin. Al menos, para sus críticos esa fue una confusión fundamental y los críticos cayeron, por efecto de lo primero, en otra desmesura: acabar con todo, regresar al 2013.
La evaluación es un medio y, como todas las cosas de su especie, es corregible, mejorable; pero su cancelación, cuando un fin es bueno, lo imposibilita o lo destruye paulatinamente y al paso del tiempo se llega a alguna forma de nada.
El gobierno se ha puesto a prueba; con o sin la reforma, lo que establece el artículo tercero respecto de los derechos humanos es una exigencia cotidiana en las aulas: cada alumno/ciudadano debe tener la posibilidad de un aprendizaje –como el mismo artículo señala, de calidad y con equidad-, que paso a paso le ayude en su desarrollo como persona; que paso a paso mejore la vida social; que paso a paso le permita a cada estudiante ser crítico de las personas que el voto ciudadano ha puesto en la función de gobierno, ya sea en la rama del Ejecutivo o en la del Legislativo.
Si sacar adelante la economía es una tarea compleja, más lo es la de formar el tipo de conciencia y de identidad ciudadana contenidas en la experiencia de aprender a respetar los derechos humanos.