Eduardo Gurría B.
Mucho se ha hablado de México como un país de contrastes, como un país de grandes contradicciones y hasta un país surrealista, y todo eso se acerca, paradójicamente y en gran medida, a la realidad, siendo, pues, que solamente nosotros nos entendemos.
En muchos países del mundo, los mas desarrollados, los mas capitalistas, los países del primer mundo, la educación privada es un privilegio caro e inútil y tan solo refleja status económico, en el mejor de los casos, ya que la educación pública estandarizada cumple, por lo mismo, con las expectativas de inclusión, acceso, nivel y gratuidad, con las reservas propias de tal afirmación.
No ocurre lo mismo en los países subdesarrollados, en vías de desarrollo o emergentes; en estos, la educación privada también es un privilegio, también es cara, pero es un mal necesario debido a que la educación pública siempre está en medio del debate político-sindical, del debate social y, peor, de las componendas y decisiones del poder político en turno; polemizada y. politizada, además de ser ineficiente, ya que no llega a todos los que debería ni en tiempo, ni en lugar ni en nivel.
Cuando en México se ponen en la mesa de las discusiones los temas educativos, se habla de la educación pública, cuando se habla de los maestros, se habla de los maestros normalistas y/o que trabajan en los sistemas federales o estatales, mas no se menciona a los maestros que laboran en instituciones privadas o de la evolución de la educación particular, salvo cuando se trata de las pruebas estandarizadas, al menos no de manera oficial.
Sabemos que la Reforma o la no Reforma educativa alcanza de lleno a la educación pública y también a la educación privada, pero poco o nada se habla de las condiciones laborales del personal docente del sector privado, es decir, ¿también la reforma laboral alcanza a la educación privada?
Las escuelas particulares se rigen por el esquema de las empresas privadas, son empresas estructuradas como tales y, como tales, se rigen por las leyes del mercado y de la libre competencia, sus alumnos, o mejor dicho, los padres de sus alumnos, son considerados clientes a los que se les ofrece un producto llamado educación, cuya diversidad, calidad, disponibilidad y precio son relativos, generando en el cliente el concepto erróneo de que entre mas cara sea una escuela, mejor será la educación que proporcione.
No sucede así; sin duda existen excelentes escuelas y colegios particulares, pero esta excelencia no necesariamente depende del monto de la colegiatura, sino mas bien depende, en gran medida de un factor intermedio y no por ello menos importante: el maestro, quien es el que proporciona realmente el servicio educativo, y lo demás se compone, en el mejor de los casos, de una infraestructura externa y, por lo tanto, visible: canchas deportivas, espacios abiertos, cafetería, aulas virtuales, baños suficientes, vigilancia, personal uniformado, salas de cómputo, talleres, espacios recreativos, eventos deportivos, etc., que si bien significan elementos coadyuvantes para el proceso formativo, no lo son, necesariamente, de una buena educación en la totalidad para la formación académica como tal.
Lo anterior resulta, a fin de cuentas, en una competencia sobre quién ofrece lo mas vistoso y así se genera la opinión de que una buena escuela es, por definición, una escuela cara y viceversa.
Por el lado de lo laboral, el maestro de la institución privada se rige, entonces, por las reglas de la empresa y sus múltiples y variadas formas de contratación y, en general, por las condiciones laborales a las que están obligadas por ley, pero también, por las lagunas, interpretaciones y vericuetos que la misma ley permite. En otras palabras, se trata de negocios.
La escuela privada no admite sindicatos, no otorga plazas, tampoco ofrece jubilaciones ni entrega reconocimientos por 20, 30 o 60 años de servicio, no garantiza seguridad laboral y puede irse por cualquiera de los esquemas de contratación, ya sea de tiempo completo, pago por horas, por honorarios, puede o no firmar contratos con el trabajador (el maestro), busca la manera de no generar antigüedad; pocas instituciones proporcionan cursos de actualización y pocas ofrecen escalas salariales, bonos, etc. y no existe garantía de estabilidad, además se presenta la situación de que el maestro divide, en muchos casos, su jornada laboral entre dos o mas escuelas, llegando a trabajar doce o catorce horas diarias.
Por costumbre, por tradición o por lo que sea, al maestro se le paga poco; los maestros son profesionistas, sí, pero mal pagados, aunque cada vez mas se les exige un título y un posgrado al menos.
Existen dos grandes escenarios educativos en México –aparte de la multiplicidad de pequeños escenarios-, y de acuerdo, también, a los múltiples contextos y a la diversidad de localidades,
La reforma laboral no afecta en términos económicos a la estabilidad de los maestros sindicalizados ni su contratación y/o seguridad laboral cuando trabajan para el Estado, aunque, se entiende, que existen modificaciones muy cuestionables, en cambio, la Reforma Educativa si afecta, para bien o para mal, al sector privado de la educación, sin embargo, la Reforma Laboral pega de lleno al personal docente de estas instituciones.
En un artículo de la revista Semana (2016) declara un maestro: Al final del año nos llegan las cartas de despido y nos solicitan que pasemos por la liquidación.
Así, el maestro es visto como un subprofesionista,el que, además, es el responsable del fracaso educativo.
Entonces, al escuchar el discurso gubernamental cabe preguntarse: ¿a quién le está hablando?
REFERENCIAS