En su Pedagogía de la esperanza, Paulo Freire conmina a los educadores a nunca caer en el pesimismo, con todo y que el contexto político, económico y social debilite las raíces del ser humano. “Nunca perder la esperanza” en que el porvenir será mejor, pero tampoco aguardar a que ese futuro llegue en automático; hay que luchar por él con los instrumentos de su trabajo: la praxis y la crítica.
Andrés Manuel López Obrador ya es Presidente de los mexicanos. En su mensaje a la nación del 1 de diciembre, en la sede del Congreso, el presidente López Obrador se enfrascó en dos puntos; primero, la crítica al pasado reciente; segundo, en ratificar expectativas que sembró en su larga campaña. AMLO apuntó dos pilares cruciales que derrumbará: la corrupción y la impunidad; ambos, productos del neoliberalismo. El propósito, apuntalar el renacimiento de México. “… vamos a gobernar para todos, pero le vamos a dar preferencia a los vulnerables y a los desposeídos. Por el bien de todos, primero los pobres”.
¡Qué bueno!, pienso, que tenga metas tan altas y fundadas. No hay que escarbar mucho para evidenciar que la corrupción es un mal que carcome no sólo al sistema político, sino que extenúa la convivencia social y que la impunidad —a su vez— espolea a la corrupción. Que los pobres sean la prioridad de su gobierno es una señal de que combatirá la inequidad social y pondrá freno a los privilegios. Espero que los instrumentos institucionales y políticos que el Presidente escoja no resulten contrarios a sus propósitos.
El presidente López Obrador expresó: “Hoy presento formalmente a este Congreso reformas constitucionales, proyectos de reforma a la Constitución, para establecer el estado de bienestar y garantizar el derecho del pueblo a la salud, la educación y a la seguridad social”.
Escribo estas notas el lunes 3 por la mañana. Exploré las nuevas páginas del gobierno en la red y no encontré dichas propuestas. Pero ya habrá tiempo de analizarlas con el cuidado que se merecen.
Las propuestas generales para el sector educativo que plantea el Presidente abonan a la equidad social: favorecer a los desfavorecidos. Propone otorgar becas a dos millones 300 mil jóvenes para que trabajen como aprendices en talleres, empresas, comercios y en tareas productivas y sociales. Si a eso se abonan programas de educación, el beneficio será mayor. Además, ampliará los programas de becas hasta cubrir a diez millones de estudiantes y se construirán 100 nuevas universidades. Aplaudo la propuesta de fomentar el deporte y las actividades artísticas, la ciencia y la tecnología.
El Presidente ratificó su oferta de campaña: “Se cancelará la mal llamada Reforma Educativa”. Pero, más allá de la promesa de becas y creación de nuevas instituciones, no avanzó en las ideas acerca del proyecto que vendrá. Imagino que en la exposición de motivos de la iniciativa que mencionó en su mensaje se refrendará la retórica en contra de la reforma del gobierno de Peña Nieto. Sin embargo, de aquí en adelante no bastará con censurar el pasado, los gobiernos se juzgan por sus acciones, no por sus intenciones. Además, anunció pocas; el peso de su discurso fue en el pretérito.
El compromiso, pues, es ofrecer alternativas que superen lo que alcanzó el gobierno de EPN. Y el nuevo sólo tiene seis años. No más. Por supuesto que no podrá hacerlo aislado, necesita de aliados —confiables— para erigir credibilidad sin frenar el trabajo de las instituciones.
A juzgar por las reuniones que sostuvo el 26 de noviembre con dos de los grupos que contienden por el control del SNTE, el que comanda la señora Gordillo promete más bretes —por su afán de revancha— que conciliación. En cambio, el que capitanea Alfonso Cepeda Salas no sólo le ofreció un pacto, también subordinación a la política de la cuarta transformación. La CNTE exigió al Presidente que cumpla con su promesa de cancelar la Reforma Educativa y le avisó que estará vigilante de su gobierno. ¡Allí hay conflicto anunciado!
En contraste, el Presidente no tiró lazos discursivos a los padres de familia ni a las organizaciones de la sociedad civil. ¿Error, propósito?
No concibo la crítica como una diatriba contra lo que no concuerde con mi criterio. La entiendo como juicios que se fundan en una práctica de investigación educativa independiente y criterio propio. Optimismo crítico le llamo.
Deseo, como con la reforma que fenece, establecer una relación que vaya de menos a más. Mantengo la esperanza, pero no me hago ilusiones.