“Tengo que procurar la unidad”, expresó Andrés Manuel López Obrador ante dos grupos antagónicos que quieren la dirección del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación. Parece que AMLO busca un SNTE sólido, con un liderazgo indiviso y —de ser posible— ligado a Morena.
El lunes 26 de noviembre, en actos separados, AMLO, acompañado de sus secretarios de Educación Pública y de Gobernación designados, Esteban Moctezuma Barragán y Olga Sánchez Cordero, respectivamente, además del futuro subsecretario de Gobierno, Zoé Robledo, recibió primero a los fieles de la señora Gordillo y luego a la dirigencia formal del SNTE, encabezada por Alfonso Cepeda Salas. Hace unos días convocó a los dirigentes de la Sección 22. El presidente electo explicitó ayer su expectativa: “Que podamos tener un acuerdo previo donde nosotros participemos como jueces, sin cargar los dados ni inclinarnos a nadie, sino que se cuide la voluntad de todos los maestros”.
Se refería a la coalición de las facciones del SNTE en un solo grupo dirigente. Lo expresó alguna vez durante su campaña, pero ahora se nota que hace trabajo político para lograr un acuerdo que le permita al gobierno tener un solo interlocutor y facilitar la gobernación del sistema educativo mexicano.
No obstante, advirtió que no pretende alcanzar la ansiada unidad mediante la fibra del Estado. “La línea es que no hay línea. El gobierno no se va a meter en la vida interna de las organizaciones sindicales”, expresó. Sin embargo, AMLO lo hace y se ofrece de árbitro. Quiere elecciones libres, con voto universal y secreto en un sindicato —y otros— que está acostumbrado a la imposición y, en sentido inverso, al enfrentamiento entre corrientes. Pero la democracia sindical llegará, al menos en el plano electoral. No tanto —pienso— porque un espíritu democrático haya invadido el corazón de los dirigentes o que sea una aspiración del futuro grupo gobernante. Se deriva de uno de los acuerdos paralelos del nuevo Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá. La cláusula de democracia sindical es una estaca clavada a la tradición corporativa y vertical del sindicalismo mexicano.
La bronca para el gobierno que viene es que las fracturas en el SNTE son de calado profundo y larga data; es una historia de agravios entre camarillas y líderes con tendencia caciquil. Grupos aferrados a lo que tienen o que desean recuperar lo perdido.
Estoy convencido de que la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación —con todo y que en la elección de sus dirigentes se acerca más a la democracia formal— no aceptará participar en una puja donde sabe de antemano que es minoría y que no ganará. Su estrategia de lucha es más segura. No conquistará el liderazgo nacional, persigue fortalecerse en sus territorios.
Los allegados a la señora Gordillo quieren venganza: “Desconocemos a Cepeda Salas”, fue su alocución enfática en la junta con AMLO. Y ella anhela “una reivindicación total”, junto con los privilegios que perdió cuando el presidente Peña Nieto la encarceló.
La cuadrilla institucional del SNTE, ahora bajo el comando de Cepeda Salas, ofrece al gobierno garantía de subordinación —política e ideológica— para alinearse a los nuevos tiempos. Fue enfático: “…rechazamos, explícitamente, la sola transformación administrativa, punitiva y cosmética que se realizó en años pasados. Le aseguramos nuestra firme voluntad de colaborar en la enorme y trascendental tarea que tiene por delante y en la construcción del Acuerdo Nacional sobre Educación”.
Otros corros también buscan su tajo. La vieja guardia, heredera de las enseñanzas de Carlos Jonguitud Barrios, por boca de su hijo, acepta participar en las elecciones, aunque quizá este grupo y otros menores —por lo pronto— no pintan mucho.
El panorama, pues, es complicado, augura conflicto, más que consenso y, sin embargo, el futuro gobierno persistirá en su afán. Tal vez AMLO, como hace seis años Peña Nieto, quiera restaurar la República imperial. Para ello requiere del equilibrio en las organizaciones sindicales. Difícil, dada la persistencia de ofensas añejas.
RETAZOS
El gobernador de Michoacán, Silvano Aureoles, anunció, con tristeza, que a partir del 26 de noviembre su gobierno da por terminada la adhesión al Acuerdo Nacional para la Modernización de la Educación Básica de 1992 y al Convenio de Coordinación para la Conclusión del Proceso de Conciliación de Plazas Transferidas en 2014. ¿Se podrá, será el primero de muchos? Lo veremos pronto.