Eduardo Gurría B*
Las competencias en el ámbito educativo se centran en la adquisición y puesta en práctica de los conocimientos, las habilidades, las actitudes y los valores; ¿cuál de estos rubros debemos priorizar?, ¿hacia dónde debemos dirigir la educación?, ya que todas ellas se basan en el constructivismo enfocado en el aprendizaje y centrado en el desempeño.
Para un enfoque objetivo sobre las causas del atraso en la educación debemos manejar dos ópticas que a su vez presentan aristas diversas y ninguna menos importante: por un lado, tenemos los agentes externos, como pueden ser los parámetros internacionales que se imponen mediante esquemas de evaluación que, si bien, representan puntos de referencia de importancia, no reflejan la realidad cotidiana ni la diversidad de circunstancias propias de cada país, como es el caso de las evaluaciones de la OCDE, ya que se basan en una tabula rasa que deja muy mal parados a los países como México.
Por otro lado, tenemos los agentes internos y aquí hay mucha tela de dónde cortar:
está el presupuesto que el Estado destina para la educación -5.3% según Adame Cerón (2014)-, los dispersos programas educativos, sobre todo en lo que se refiere al nivel medio superior, la polémica sobre la (s) reforma (s) y los modelos educativos, la influencia de los sindicatos dirigidos, mayormente, por la corrupción, las decisiones tomadas desde el escritorio, la resistencia magisterial a la evaluación y a la actualización, la enorme distancia que existe entre la educación rural y la educación urbana, la disponibilidad de recursos, tanto en las instituciones públicas, como en las privadas, las circunstancias familiares, la tecnología y su uso adecuado o no, la indiferencia de maestros, directivos, padres y, en última instancia, los alumnos, la continuidad de las estructuras cognitivas, es decir, el encadenamiento de saberes nuevos con los previos, como un aprendizaje significativo basado en el lenguaje y el andamiaje, la concepción errónea y atávica de que un número en la boleta de calificación es más importante que el aprendizaje real, los eventos extra académicos que, si bien, pueden representar aspectos formativos e integradores, también lo son para la valoración sumativa, lo que no arroja ninguna información fiable sobre el aprendizaje.
Lo anterior conforma una serie de agentes de dispersión coadyuvantes, casi siempre negativos de una buena educación, y representan circunstancias que al final de cuentas no valen para el contexto cotidiano del proceso de la enseñanza y el aprendizaje, es decir, para la relación maestro-alumno-aula.
Nos enfrentamos a un agente real, potencial y por demás, alarmante y que, junto con lo anterior, acelera la tendencia hacia el bajo nivel. Se trata de la tecnología y los dispositivos.
Empecemos por el uso de las plataformas, estas representan un avance sin precedentes por lo que a la tecnología educativa se refiere, sin embargo, se percibe que la mayoría maneja contenidos muy pobres y limitados, con actividades de reforzamiento en las que, muchas veces, no hay correspondencia.
Muchas instituciones las utilizan, pero no se capacita adecuadamente a los docentes, limitándolos, en todo caso, a convertirse en meros operadores; cada vez más instituciones del sector privado usan este recurso que, cuando es bien empleado, resulta de gran utilidad, cosa que no sucede a menudo, lo que provoca deficiencias importantes: por parte del maestro que, al convertirse en operador, no prepara su clase, sino que se limita a encender y apagar, poner videos y tratar de mantener la disciplina en el aula y, por otro lado, por parte del alumno que se limita a realizar las actividades –en el mejor de los casos- y subirlas; se pierde en contacto personal y se minimiza el valor de la clase presencial con lo que los conocimientos, habilidades actitudes y valores pasan a segundo o tercer plano. Una adecuada implementación y la combinación de estos dos escenarios podría solucionar la deficiencia, sobre todo en cuanto a lo que didáctica se refiere o, como asegura Medina Gual (2018) “por otro lado, si la tendencia es didáctica, debe estudiarse su coherencia respecto al currículo prescrito o con lo que anticipe será uno nuevo y próximo; si no se corresponden, difícil será que sobreviva mucho tiempo”.
El otro factor, y tal vez el más importante lo representa la dependencia con respecto a los dispositivos por parte de los alumnos; estos constituyen un factor de riesgo para el proceso E-A cuando son utilizados en forma errónea, ya que se convierten en agentes de dispersión muy serios por lo que habría que analizarlos más a fondo.
Sin duda, el uso de las tabletas representa un gran auxiliar para el aula: mediante esta herramienta, junto con el acceso a internet, los alumnos y el profesor tienen acceso a una cantidad casi ilimitada de contenidos acordes con la materia. Su portabilidad, su accesibilidad y la diversidad de recursos para la información hacen que sean muy apreciados, pero se genera una problemática complementaria de las plataformas: los contenidos son prefabricados, lo que les quita versatilidad para los diferentes contextos y la labor del profesor queda limitada.
Por último y, como los principales factores de dispersión quedan los teléfonos móviles; en efecto, cada vez son menos los estudiantes que no cuentan con un teléfono celular y con acceso a múltiples aplicaciones y redes sociales, blogs, plataformas, páginas web.
Se trata de una tecnología irreversible y exponencial, lo que se traduce en situaciones tanto positivas, como negativas y a corto, mediano y largo plazo.
Lo que en este trabajo nos ocupa es cómo se traduce el uso del teléfono celular en un agente de dispersión, conforme a lo que en el proceso de la comunicación se conoce como “ruido”, y que, en este caso, es aplicable para el aprendizaje.
Las ventajas de la telefonía celular son evidentes, así como las posibilidades de los teléfonos inteligentes, y los costos, en general, son relativos, sin embargo, en lo que a educación se refiere, estos pueden llegar a ser exorbitantes y con pocos o nulos beneficios, según el uso que se les dé.
Se trata, en pocas palabras, del uso que el alumno da en su vida cotidiana y académica al teléfono móvil; en circunstancias familiares, de casa o de la interacción personal, cada vez nos aislamos más, ya que, paradójicamente, entre más comunicados estemos con el mundo, menos lo estamos con el entorno, y aún, cuando se han venido implementando medidas cautelares, estas no han sido del todo efectivas.
Aquí se plantean dos situaciones: por un lado, se trata de la pérdida de atención hacia la información que se transmite en el aula, ya sea por parte del profesor o por los medios audiovisuales (videos, mapas, esquemas, presentaciones PP. etc.), y por el otro, los contenidos académicos son sustituidos por otros de dudosa capitalización formativa, con la subsecuente pérdida de tiempo de calidad.
Todo esto afecta, necesariamente, a la educación: se pierde la capacidad lectora y, por ende, el razonamiento verbal, se pierde el andamiaje, la relación entre los conocimientos previos con los nuevos, de ahí que no hay sustentabilidad, se deteriora la capacidad de comunicarse y se les da prioridad a elementos poco o nada confiables.
La educación para este siglo implicará, entonces, políticas sobre el uso racional de estos dispositivos, enfocando su innegable utilidad hacia la búsqueda y transmisión útil de la información.
Ante todo esto, habría que preguntarse qué tanto estos agentes favorecen los conocimientos, las actitudes, las habilidades y los valores como ejes de las competencias o qué tanto fungen como agentes de dispersión del aprendizaje.
REFERENCIAS
Adame C., M. Ángel (2014), Neoliberalismo educación y juventud, La Jornada, 16 de noviembre, tomado de Rico D., Ernesto (2016), Introducción a las ciencias sociales, McMillan Educación, 1ª edición, 1ª reimpresión, p.180, México.
Medina G., Luis (2018), ¿Cuáles son las nuevas tendencias en educación?, revista Educándonos, agosto-noviembre, número 1, p.3, México.
http://webdelmaestrocmf.com/portal/cuadro-resumen-todas-las-teorias-del-aprendizaje-recomendado/, recuperado el 23 de 2018.
*Eduardo Gurría Bárcenas
Licenciado en Ciencias de la Educación por la SEP, maestro en Educación por la Universidad Interamericana de Desarrollo, Diplomado en Desarrollo Educativo por la Escuela Normal Queretana, diplomado en Fundamentos de la Educación por el Centro Universitario México. Trabaja como docente en el nivel medio superior en las áreas sociales y de humanidades.