Juan Carlos Yáñez Velazco
Twitter@soyyanez
Doce millones de indígenas mexicanos esperan todavía educación de calidad, lo cual implica, entre otros componentes pedagógicos, respeto a su cultura. El problema tiene causas y consecuencias visibles: docentes de escuelas indígenas que no hablan la lengua de la comunidad en la que trabajan; centros escolares con problemas de infraestructura, servicios, equipamiento, materiales; alumnos con escasos logros en sus aprendizajes y ausencia de enfoque intercultural en la educación.
La denuncia es añeja. Como es habitual en el tema, la pronuncia contundente Sylvia Schmelkes, consejera de la Junta de Gobierno del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE), durante su participación en el Congreso Mundial de Valores, celebrado en Monterrey.
Del propio Instituto hay una considerable producción que coloca el dedo en llagas palpitantes; dos botones de muestra: los niños y adolescentes hijos de familias de jornaleros agrícolas migrantes, y el terrible abandono que crucifica a millones de jóvenes cada década, al ser desterrados de las escuelas de enseñanza media superior. Los documentos, que contienen diagnósticos y recomendaciones, esperan lectura amplia e intervenciones efectivas.
En los indígenas el INEE ya había puesto la mirada; su punto culminante, el 27 de enero de 2017, cuando emitió las directrices (recomendaciones para las políticas educativas) que proponen la urgencia de atención a niños y adolescentes indígenas con enfoque, políticas y recursos distintos.
En dicho documento hay una radiografía dantesca. En 2014 el promedio de escolaridad de los indígenas era de 6.7 años, mientras que el país tenía 8.9. La tasa de analfabetismo en la población de 15 y más años entre los indígenas era de 19.3%, mientras que la nacional llegaba a 6.3%. Las hablantes de lengua indígena padecían la peor condición, con un analfabetismo de 31.9%.
En todos los indicadores de permanencia, para 2014, la educación indígena exhibía los peores resultados. En el grupo de 3 a 5 años de edad, en México asistían a la escuela el 73.1%, y en los indígenas, 68.5%. Por otro lado, 76.6% de los jóvenes con edades entre 15 y 17 años tenían educación básica completa, mientras que en los hablantes de lenguaje indígena la cifra bajaba 20 puntos porcentuales (56.7%). En resumen, escuelas pobres y enseñanza precaria para habitantes pobres.
En la perspectiva de Paulo Freire la denuncia es un acto coherente, la primera parte de la acción pedagógica. No se puede postular la defensa del derecho a la educación sin atender a todos, lo cual implica colocar por delante a las poblaciones vulnerables y marginadas, así como a las escuelas de contextos más precarios, en un país al mismo tiempo rico e inequitativo.
Doce millones de indígenas, declara Schmelkes, son el déficit del sistema educativo con los pueblos originarios. Entre los indígenas, apunta, 87% viven en la pobreza, y su condición no mejora en automático ni con los años, ni las políticas. En otras palabras, no se puede ser democrático, justo o decente en una sociedad que lastima de tan terrible forma a un porcentaje considerable de su población.
Las cuentas pendientes del sistema educativo son enormes. Tienen rostro de niños y niñas indígenas, mujeres hijas de analfabetas, jóvenes pobres, poblaciones marginadas, escuelas desnudas. Son el urgente recordatorio de que un país no puede avanzar si solo progresan unos cuantos, mientras el resto se rezaga perpetuamente.
Ojalá el nuevo gobierno federal, los estatales todos y los municipales, entiendan la lección que Carlos Fuentes nos recordara: en el siglo 21 no hay futuro si la gente no come ni tiene buena educación.