México, lo sabemos bien, presenta déficits graves en acceso, equidad y calidad de la educación. Esas deficiencias afectan muy negativamente muchos aspectos de la vida y el desarrollo de millones de mexicanos. Sin embargo y según el espléndido análisis de Santiago Levy en su último libro (Esfuerzos mal recompensados: la elusiva búsqueda de la prosperidad en México), esas deficiencias no figuran como parte de la explicación central de los raquíticos niveles de crecimiento que ha experimentado la economía mexicana durante las últimas décadas.
En efecto, leyeron bien: ni la cobertura ni la calidad educativa se ubican entre los factores principales que explican por qué la economía mexicana ha crecido tan poco y de forma tan inequitativa de los 90 a la fecha. Importa destacarlo, pues el discurso dominante en materia educativa a nivel internacional ha tendido a insistir en que la buena educación escolarizada es LA llave del progreso económico en un mundo globalizado y centrado en el conocimiento. La cantidad y la calidad de la educación sin duda importan y mucho para que una economía crezca, pero para que más educación sea capaz de impulsar un crecimiento económico dinámico e incluyente se requieren empleos productivos.
Los empleos productivos son la condición indispensable para que la inversión en educación pueda detonar mayor crecimiento económico, pues es sólo a través de ellos que se realiza la utilidad −individual y colectiva− de tal inversión. Más educación sin una economía que produzca empleos formales y productivos suficientes arroja como resultado más egresados de bachillerato o de universidad como tenderos ambulantes o como conductores de Uber. Sólo si se crean más puestos en empresas productivas para ingenieros, profesionistas diversos o técnicos especializados, los aumentos cuantitativos y cualitativos en educación se traducen en mayor productividad y, por tanto, en crecimiento más dinámico para la economía de un país.
El problema en México, señala Levy, no es que no haya aumentado la cantidad y la calidad de la educación en años recientes. De hecho, los datos muestran que ha habido incrementos importantes en cobertura (entre 1990 y 2015, en secundaria pasó del 49 al 85 por ciento, en media superior del 23 al 65 y en educación superior del 13 al 33 por ciento) y que estos aumentos fueron superiores al promedio de los países de América Latina para ese período. Por el lado de calidad educativa, las cifras disponibles también revelan avances en eficiencia terminal y permanencia escolar, así como, aunque más modestas, en puntajes en pruebas estandarizadas. En suma, el problema de fondo en lo que hace al comportamiento mediocre de la economía mexicana en términos de crecimiento no son las deficiencias educativas en sí, sino el hecho de que nuestra economía no ha producido empleos productivos suficientes para permitir que más educación sirva para estimular mayor productividad y tasas de crecimiento económico más altas. El indicio más claro de lo anterior es que los salarios de los trabajadores mexicanos con más escolaridad lejos de haber aumentado (como ocurriría si estuviese escaseando ese perfil de trabajadores) han venido cayendo desde fines de los 90 a la fecha.
La conclusión del libro de Levy respecto al nulo o muy escaso impacto de la educación como restricción importante al crecimiento económico en el caso mexicano no es una apreciación subjetiva. Es un hallazgo que se deriva de los datos empíricos que, a nivel de empresa, compila el autor para el conjunto de la economía mexicana y que dan sustento al muy riguroso y detallado análisis que realiza sobre la evolución económica reciente del país en el libro mencionado.
Dicha conclusión, por otra parte, no implica que Levy no vea los déficits educativos que presenta el país. Sí los ve y se manifiesta enfáticamente a favor de que se corrijan. Lo que su análisis muestra es que nuestras deficiencias educativas, si bien importantes y costosas en muchos sentidos, no son parte de los obstáculos centrales que han impedido que la economía mexicana crezca de forma más rápida e incluyente.
Sería un error grave emplear estos hallazgos para aflojar el paso en lo que hace a buscar mejorar cobertura y, sobre todo, acceso equitativo a educación de calidad para todos los niños y jóvenes mexicanos independientemente de su origen social y geográfico. Un error lamentable, pues del acceso amplio y equitativo a una educación escolarizada de calidad depende, en mucho, la posibilidad de construir el piso básico para transitar hacia una sociedad más democrática, más justa y menos brutalmente desigual.
Importa tomar en cuenta los hallazgos de Levy, sin embargo, pues sin un esfuerzo decidido a favor de la generación de muchos más empleos productivos de los que en años recientes ha generado la economía mexicana, la inversión social en educación difícilmente habrá de traducirse por sí misma en mayor crecimiento económico.