En el Instituto de Investigaciones para el Desarrollo de la Educación (INIDE) de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México, tenemos un espacio en el que especialistas y jóvenes investigadoras nos reunimos para presentar proyectos en progreso, reflexionar en torno a sus propuestas conceptuales y metodológicas y favorecer su enriquecimiento –y el nuestro–. El seminario permanente, que coordina Carlos Rodríguez Solera, inició este semestre con la conferencia magistral Calidad y equidad en la educación: ejes para su análisis, que presentó Ernesto Treviño Villarreal.
Ernesto es un investigador mexicano, radicado en Chile desde hace más de diez años; es doctor en Educación por la Universidad de Harvard y actualmente es profesor e investigador en la Facultad de Educación de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Su trabajo se ha concentrado en las desigualdades educativas con abordajes diversos y desde facetas como la investigación, en distintos contextos nacionales, niveles y modalidades educativas.
Ernesto habló de la realidad educativa en el país andino, dijo: “Érase una vez un dictador que dividió el presupuesto destinado a la educación entre la población en edad escolar, dijo ‘esto es lo que vale un estudiante’ y asignó dicho cociente al financiamiento de los estudios de cada niño, niña y adolescente en la escuela de su elección.”; así comenzó la historia sobre el sistema de vouchers en Chile. Esa reforma educativa que instituyó Pinochet en 1980, fue pensada para favorecer la calidad de la educación por medio de la competencia entre escuelas, pero también para quitar poder a los sindicatos docentes. Casi 40 años después, Chile tiene un sistema neoliberal, lleno de premios y castigos, hiper-segregado, que apuesta más por la cantidad que por la calidad –tienen 1,140 horas de clase al año–, con una educación centrada totalmente en los docentes, donde estos trabajan bien, pero de manera siempre frontal, interactuando con sus estudiantes sólo a partir del currículo y con resultados que se han estancado desde el 2009, mencionó.
Desde ese contexto Treviño señaló la ausencia de definiciones integrales de calidad y criticó la visión economicista que se desgarra entre la equidad y la eficiencia –como si se excluyeran–, y que privilegia a la última. También indicó que, para evaluar la calidad y la equidad en la educación, nos hemos equivocado al poner el foco en los resultados de pruebas estandarizadas y en la distribución de los recursos. En ese sentido preguntó ¿dónde debemos concentrar la atención? y nos invitó a mirar lo que sucede en las aulas y sobre todo lo que ocurre con la niñez.
Asimismo, manifestó su preocupación porque los estudios sobre calidad y equidad educativas no parten del interés por la infancia, por su salud, su alimentación, sus necesidades y dificultades, sus deseos, sus experiencias positivas, el trato que reciben, la manera en que avanzan en sus estudios y las desigualdades sociales que enfrentan tanto fuera como dentro de la escuela, situaciones que marcan de manera muy temprana los resultados que obtienen.
Ernesto presentó una propuesta para definir y pensar la calidad y la equidad educativas. Dicha propuesta la centra en dos dimensiones, en los procesos y los resultados. En términos de los procesos dijo, el análisis debe centrarse en los sujetos de aprendizaje; en relación con los resultados, éstos no deben focalizarse en las pruebas estandarizadas, sino que es necesario considerar tanto las trayectorias educativas de los estudiantes como su desarrollo social, emocional, físico e incluso ciudadano; lo que denominó aprendizajes no cognitivos. Asimismo, dijo que la calidad y la equidad son aspectos de una misma realidad, uno no puede existir sin el otro. De ahí, la importancia de resolver la desigualdad que prevalece en los sistemas educativos de nuestros países a fin de que los resultados educativos no estén vinculados con el origen social de los estudiantes.
* Redacción: Instituto de Investigaciones para el Desarrollo de la Educación de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México. Con notas de Elda Alarcón e Hidalia Sánchez, investigadoras adjuntas. Fotografías: Pedro Rendón, Comunicación Institucional UIA-CDMX