Recuerdo que, hace algunos años, un gran amigo me hizo esa pregunta al enterarse que había obtenido mi grado doctoral. Una pregunta a tono con el momento que estaba viviendo y, aunque yo creía saber qué iba hacer, no puedo dejar de reconocer que, realmente, me cimbró. Me quedó claro que procurar una formación determinada, implica un compromiso que lejos de concluir con la obtención del título correspondiente, apenas marca el inicio de su cumplimiento.
En el proceso de definir qué sigue, se presentan, de manera alterna o simultánea, espacios de motivación y también de desaliento (quizá éstos sean más frecuentes) que ayudan a valorar si se avanza o se desiste en profundizar, en la línea de investigación iniciada. Ello permite reconocer que gozamos de libre albedrío al momento de tomar una decisión como en este caso: quedarse cómodamente a vivir y hasta presumir ese grado de estudios en papel o, tratar de honrarlo.
En mi caso, decidí darle forma e ir concretando algunas acciones específicas, aunque modestas aún, para hacer visible la propuesta en torno a la atención oportuna y adecuada a la diversidad presente en nuestra población estudiantil, con base en el uso de datos sistematizados, con base en la analítica académica que derive en atención a diferentes temáticas, como por ejemplo conocer los impactos que tienen los programas sociales, que lleguen a sustentar la emisión de políticas de desarrollo institucional.
No ha sido tarea fácil, ya que ha implicado un constante ejercicio con limitados recursos, con el propósito único de proponer mejoras pertinentes a la atención a nuestros estudiantes, centro de atención de toda institución educativa. Sin embargo, conforme se ha avanzado, se han ido obteniendo elementos que fortalecen la convicción de estar incursionando en el camino correcto y que al mismo tiempo, nos permiten decir con toda confianza que: cuando la realidad que viven nuestros alumnos sea la guía de lo que se debe atender y con qué prioridad, se habrán dado algunos pasos hacia construir una institución educativa comprometida con su comunidad.
En este contexto, a través de diversos artículos, se ha puesto de manifiesto parte de la problemática que viven en el día a día, los becarios de varios programas (Verano de la Investigación Científica, PRONABES, hoy Manutención, Oportunidades, hoy PROSPERA), los que se van porque no pueden continuar por razón académica o económica, los que se van porque se rigen por un tipo de racionalidad distinta, los que se quedan hasta terminar, los que egresan con rezago, los que habiendo concluido sus estudios de grado se quedan con ese nivel, los que siguen estudiando y logran incursionar en organismos o sistemas en los que se seguirán superando (S.N.I., Academia de Ciencias, etc.), los que se quedan sin participar a esos niveles porque prefieren el confort de un trabajo estable, los alumnos sobresalientes, los que forman parte de comunidades indígenas y los que proceden del extranjero, los alumnos que tienen algún tipo de discapacidad, los que concluyen sus estudios y no se titulan, entre otros.
Cabe señalar que en todos los casos señalados está presente un factor que es determinante tanto en el desempeño académico como en la permanencia en sus estudios: el traslado de su ciudad de origen a otra ciudad para seguir estudiando, lo que significa un fuerte reto a vencer por quienes tienen que hacerlo, ya que implica vivir (de manera solitaria o acompañados por personas con las mismas problemáticas), otras realidades, que luego los ponen de cara a confrontar situaciones distintas tanto en costumbres como en creencias y, en muchas ocasiones, los llevan a debilitarse en su propósito de concluir sus estudios universitarios.
Para éstas áreas de oportunidad, faltan programas institucionales que las atiendan con denuedo y sobre todo, de manera oportuna.
Por otra parte, no se puede soslayar que en los planes de desarrollo se ponen de manifiesto algunas problemáticas, que tienen un carácter indicativo para ser tomado en cuenta para la elaboración de proyectos que respondan a las intenciones institucionales plasmadas en el documento oficial. Sin embargo, para estructurarlos por lo general se toman sugerencias recabadas en consultas abiertas o por encuesta sin complementarlo con estudios sistemáticos que desemboquen en esos resultados. En consecuencia, se evidencia la falta de un método para atender institucionalmente esas áreas de oportunidad quedando, por lo regular, a nivel de líneas de acción sin ejercer. No alcanzan a convertirse o a tener el carácter de políticas de desarrollo institucional y que tengan continuidad, al margen de los cambios administrativos periódicos, normales en la vida de todas las instituciones.
En este escenario nos preguntamos, ¿y… el esfuerzo realizado previamente, dónde queda?, ¿es necesario que en cada cambio de administración se inicie de cero?
Ante esa situación, surge como necesidad sentida, la conveniencia de fomentar y asumir, como signo de identidad institucional, una cultura colaborativa que, como señala Grande (2002) citando a Santos Guerra:
- Multiplica la eficacia al incidir todos los profesionales en las mismas ideas, actitudes y objetivos.
- Ayuda a eliminar los errores, las repeticiones innecesarias, las omisiones de aspectos importantes que por no ser competencia expresa de nadie, pasan inadvertidos.
- Permite que los profesionales aprendan unos de otros, que se ayuden unos a otros, que intercambien sus ideas, sus experiencias, sus materiales.
- Favorece el desarrollo de actividades pedagógicamente enriquecedoras, como la actitud de escucha, el intercambio, el respeto mutuo, la ayuda al compañero, etc.
Esta práctica evitaría, lo señala el mismo autor, que desaparezcan los avances o progresos pedagógicos, en cuanto las personas implicadas en la innovación dejan la institución o bien ésta no dedica los recursos suficientes para proteger los logros obtenidos. En estos casos, las innovaciones y cambios dependen más de las actuaciones y voluntarismos personales que de la propia cultura institucional.
A manera de cierre de esta reflexión y, como contraparte de la pregunta inicial planteo la siguiente ¿el compromiso de un profesional, concluye en algún momento de su vida? o ¿es la misión que debe cumplir hasta el último de sus días? ¿Es cuestión de cómo entendemos y asumimos la mística del trabajo en lo individual o, es algo mucho más amplio, que tiene que ver con la cultura institucional?
Considero que cuando uno encuentra una veta qué explotar, se debe aprovechar al máximo en beneficio de las generaciones que seguirán existiendo. Quizá la clave sea procurar la formación de recurso humano para que prosiga trabajando con un método probado, pero también perfectible con base en las características de cada espacio socio histórico. Es decir, cuidar celosamente el relevo generacional transmitiendo el conocimiento funcional que se haya generado, para su aplicación y enriquecimiento en diferentes contextos.
El tiempo me dará la razón…si la tengo.
Dra. Gloria Esther Trigos Reynoso
Dirección de Sistemas Administrativos
Universidad Autónoma de Tamaulipas
gtrigos@uat.edu.mx