El sexenio se extingue. Con la renovación del mando llegan expectativas de cambio en la gobernación (y en la economía y la condición social), pero también el riesgo de enterrar frutos que deja el gobierno saliente. Tanto el futuro presidente, Andrés Manuel López Obrador, como su secretario de Educación Pública designado, Esteban Moctezuma Barragán, siembran optimismo entre los jóvenes, “no habrá rechazados en la educación superior”, o alientan los ánimos de quienes se vieron afectados por la nueva configuración de la carrera docente o perdieron canonjías: “Se derogará la Reforma Educativa”. Empero, no forjan certidumbre acerca de lo que pasará dada la ambigüedad de ciertas propuestas.
En el otro flanco, el gobierno que termina teje mensajes para defender las innovaciones. Tal vez el presidente Enrique Peña Nieto y su tercer secretario de Educación Pública, Otto Granados Roldán, perciban que las enmiendas al artículo 3 y la forja de nuevas leyes son insuficientes para blindar la Reforma Educativa. Por ello aprovechan cada espacio para insistir en que representa un cambio estructural de gran magnitud y que el nuevo marco normativo implica un futuro promisorio para maestros y niños mexicanos. Además, que el valor del mérito y la transparencia para otorgar plazas a los maestros son fuente —que no garantía segura— de que los alumnos adquirirán los aprendizajes clave para desempeñarse en el futuro. El discurso de los jefes en retirada no muestra nostalgia y, aunque ve riesgos, insiste en que los cambios generan esperanza en un futuro mejor.
Tal vez, en los meses por venir, el equipo entrante ofrezca más pistas sobre el cómo y cuándo de sus ofertas. No se nota todavía un pregón constructor de algo nuevo, resuenan más las censuras a lo hecho en este gobierno. Cierto, los próximos gobernantes hablan de trasladar la Secretaría de Educación Pública a Puebla y crear 100 nuevas universidades con énfasis en carreras tecnológicas, pero ponen el acento en desmantelar la Reforma Educativa o sustituirla por un nuevo plan. Aseveran, mas no garantizan a los maestros que los apoyaron, que echarán para atrás la evaluación docente o aspectos de ella.
El 26 de julio, en actos separados, el Presidente y el secretario de Educación Pública emprendieron la defensa de la Reforma Educativa. El primero la ve como un logro consolidado, el segundo muestra los avances en la profesionalización docente, pero no esconde su preocupación por lo que pueda venir.
El presidente Peña Nieto expresó en el rito anual de premiación a los niños más aplicados del país que la Reforma Educativa “… ya es un logro del que deben sentirse orgullosos los mexicanos… que es aplaudido por los maestros y maestras de México, quienes se incorporaron e hicieron suyo este cambio estructural, a veces con resistencia…”.
En la ceremonia de asignación de plazas de los concursos de promoción y de ingreso a la carrera docente, en Toluca, el secretario Otto Granados enumeró las fortalezas de las nuevas reglas y de lo que representan para quienes ingresan a la profesión por sus méritos y trabajo. No criticó el pasado, el reproche estaba implícito. “Ustedes son —refiriéndose a los ganadores del concurso— un símbolo de los nuevos vientos que corren en el sistema educativo mexicano. Son, en suma, una generación de esperanza…”.
No obstante, vislumbra la contingencia: “Me temo, sin embargo, que para navegar con éxito en estas aguas vertiginosas y cambiantes, el ejemplo que ustedes le ofrecen al país no será suficiente”.
El Pacto por México significó un parteaguas, pero ni la mudanza constitucional consagró las reformas estructurales. Con el cambio de gobierno, el mundo no se vendrá abajo, pero ya no habrá muchas voces que afirmen y defiendan la Reforma Educativa.