Las desigualdades entre los géneros es el correlato de relaciones sociales
que se organizan y jerarquizan bajo el principio de la diferencia sexual.
Lucila Parga Romero.
La recuerdo caminando con paso lento, pero seguro, por los pasillos de nuestra Universidad Autónoma Metropolitana Xochimilco. Una mujer menuda y esbelta. Contra lo que pudiera pensarse, su delgadez no la hacía parecer débil. Al contrario, su porte siempre erguido, su sonrisa, a veces con un dejo —una ceja arriba y otra abajo— de decir “sí, pero no te creo del todo”. Lo más importante de Lucila fue su carácter.
Hace ya 15 años. Fue en la primera sesión de mi seminario en el Doctorado en Ciencias Sociales cuando les pedí a los estudiantes que se presentaran y me dijeran lo más importante de su vida, de dónde venían y a qué aspiraban cuando alcanzaran el grado. Ella no titubeó. “Soy de origen normalista”. Mencionó varios asuntos que consideraba trascendentes en su trayectoria —el feminismo en primer lugar— y asentó con firmeza que quería ser investigadora de la política educativa y centraría sus estudios en la secundaria. ¡Y de ello hizo su profesión!
Su tesis de doctorado versó sobre la relación del feminismo, la discriminación que sufren las niñas en las escuelas —hasta en los libros de texto— y disertó sobre cómo se constituyeron ciertos estereotipos contra las mujeres en la escuela secundaria. Hizo una mezcla coherente de historia, teoría sociológica, análisis estadístico y juicios de valor con base en una revisión extensa de bibliografía relevante para sus temas. Su narrativa fue clara y concisa (siguió mi consejo de economizar palabras). Apunto que, en los meses siguientes al primer seminario, Lucila mejoró de manera radical su estilo de redacción. De escribir en forma atropellada, sin acato a la lógica y escaso respeto por sus lectores potenciales, transitó a una prosa llana y sencilla. Me consta que no fue un proceso fácil. Escribió al menos siete borradores de cada uno de los capítulos de su tesis.
¡Valió la pena! En la Universidad Autónoma Metropolitana no tenemos una jerarquía para reconocer el valor de los productos de los estudiantes, no estilamos el suma cum laude ni la mención honorífica. Nada más es aprobar o no. Es un rescoldo de los años 70, cuando los fundadores de la UAM profesaban una convicción igualitaria. No obstante, fuera de la norma escrita, el jurado de su examen la felicitó y le recomendó que buscara publicar su tesis, que era de valor y merecía que circulara entre docentes y estudiantes más allá de las aulas de nuestra Casa Abierta al Tiempo.
Así lo hizo. Al año siguiente ya estaba en circulación con una escritura más fina y templada (Cf. Lucila Parga Romero, La construcción de los estereotipos del género femenino en la escuela secundaria. México: Universidad Pedagógica Nacional, 2008).
No sólo fungí como tutor de Lucila a lo largo de tres años de cursos, junto con sus compañeras, Elena Quiroz Lima y Angélica Buendía, sino que también tendimos lazos de amistad; teníamos tertulias cada fin de trimestre, pachangas en realidad, acompañados por colegas y otros estudiantes. Pequeños saraos entre ellas tres y yo se prolongaron por varios años después de que terminaron sus estudios.
Esos disfrutes se espaciaron, primero por los ajetreos citadinos; después llegaron a su fin cuando a Lucila la atacó por primera vez el cáncer. Mas su carácter y fortaleza le sirvieron para recuperarse y disfrutar de su trabajo y su vida unos años más. No dejó de producir ni de dar clases, incluso coordinó uno de los foros recientes que organizó el Consejo Mexicano de Investigación Educativa en la pasada campaña electoral.
Su lucha llegó al final. La semana pasada nos abandonó. Su resistencia se agotó. Pero deja de herencia piezas memorables. ¡Muchos las recordaremos con aprecio!