Una oleada de indignación –no la suficiente, claramente al menos no en México– se ha levantado al tomar conciencia sobre el desastre humanitario que produce la política de cero tolerancia en el manejo de la migración indocumentada en Estados Unidos. Desde el 5 de mayo, según el reporte de medios como BBC, basado en los informes de la propia Homeland Security, al menos dos mil 500 niñas y niños quedaron separados de sus padres y se encuentran, en su mayoría, en centros de detención.
Hace ya mucho tiempo que los oficiales de las Naciones Unidas y activistas de todas partes del mundo han denunciado esta práctica como claramente contraria a los derechos humanos, y negadora del interés superior de la niñez, criterio que debe prevalecer en cualquier arreglo nacional o internacional que no se entregue a la barbarie. Ravina Shamdasani, la vocera del Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos fue muy explícita: “…Estados Unidos debe cesar inmediatamente esta práctica de separar a las familias y dejar de criminalizar lo que al máximo es una falta administrativa –la de entrar o permanecer irregularmente en los Estados Unidos”. Las separaciones, dijo, “…implican una arbitraria e ilegal interferencia en la vida familiar, y es una seria violación a los Derechos del Niño”.
La diferencia entre la dinámica reciente y las deportaciones que llevan años realizándose, es que la estrategia de cero tolerancia implicó que los adultos fuesen procesados por el Departamento de Justicia del vecino país, mientras que los niños de esas familias pasaron, en promedio, 51 días a cargo de Servicios Humanos antes de ser reintegrados a la custodia de un familiar, o de examinarse propiamente su situación para una protección completa.
Las respuestas de la diplomacia estadounidense han sido airadas ante la crítica internacional –increíblemente tibia en el caso del gobierno mexicano–, pero lo que realmente hizo mella en la soberbia y desdeñosa actitud de la administración de Trump ha sido la activación ciudadana por el impacto de los medios. La imagen del fotógrafo John Moore, de la chiquita hondureña de dos años llorando al lado de algo que parece un jeep patrulla, se volvió viral y desató millones de tuits, peticiones, marchas, vigilas de oración, demandas a los representantes populares. Líderes de países aliados como los primeros ministros de Canadá y Reino Unido criticaron la medida de separación haciendo referencia a las imágenes. Ver es tomar conciencia, y de ahí a la demanda hay un paso largo, pero con frecuencia se da.
La marea de la activación ciudadana llegó también a las redes sociales y apremió a la administración de Trump, pero sobre todo a representantes y senadores, para encontrar una alternativa. Atendiendo a las presiones, ayer a las 14:30, hora de Washington DC, el presidente de Estados Unidos firmó una orden ejecutiva que reconoce que las familias deben permanecer juntas en detención, mientras se define si son expulsadas del territorio.
¿Por qué es tan grave la separación? Porque la aflicción que se produce en niñas y niños deja marcas profundas. Toda persona ante el sobresalto, la angustia y la distancia forzada con sus seres queridos, recibe un shock emocional de alto impacto; pero este tiene consecuencias de ‘registro estructural’ en los niños, más grave y más frecuente cuanto más pequeños son. El ‘estrés tóxico’ es una situación en la cual no sólo se afectan las respuestas emocionales y cognitivas, sino que literalmente se rompen y distorsionan conexiones neuronales que pueden permanecer así, fuera de su pauta prevista, a lo largo de todo el desarrollo hacia la vida adulta. No es como un moretón, que luego se disipa; quedan, especialmente si no se atienden y superan en el plazo inmediato, como fracturas sin soldar adecuadamente; varias de las funciones relacionadas con la cognición y la empatía, con el buen ánimo y el discernimiento ético pueden quedar comprometidas de ahí en adelante.
No será en automático que mejore la situación. Que se deje de separar aún no resuelve que se reúna a los niños ahora retenidos lejos de sus padres. Pero deja una inicial esperanza.
Brinda, a mi juicio, dos lecciones y muchas preguntas pendientes para todos nosotros en México. La primera es que la prensa crítica es bastión de libertades; con todos los peligros de sus sesgos y mercantilismo, los ciudadanos salen de su sopor cuando se hace visibles a los invisibles, especialmente a niñas y niños pequeños. La segunda, que los mandatarios autoritarios y simplones no son inmunes cuando la gente pide acción a quienes los tienen que representar, los legisladores que en teoría canalizan la voluntad de los titulares de la soberanía.
Las preguntas pendientes: ¿Vemos en México a los invisibles, niñas y niños pequeños que son detenidos en nuestra propia frontera sur, dignos de nuestra indignación? ¿Nos vamos a activar para que cualquier familia mexicana busque mejores oportunidades en otro lugar, pero sin tener que separarse dejando sus niños aquí? ¿Vamos a entender y abordar por qué alguien tiene que salir sin documentos –por la pobreza, por la violencia– arriesgando la integridad de su familia (ya en peligro, pues no se entiende de qué otro modo se tomaría una decisión tan grave)? ¿Vamos a entender que necesitamos políticas claras para reunificar familias, para que los refugios y casa hogar no sean traumáticos, para que las adopciones y la tutela se faciliten sin poner a los niños en peligro? ¿Estamos sumándonos para que aquellos por los que votamos o votaremos sepan que no pueden pasar por encima del interés superior de la niñez?
Que la indignación nos dure, y se vuelva decisión inteligente y permanente.