Patidifuso. Estupefacto. Asombrado. Atónito. En el diccionario de sinónimos todas estas palabras refieren a cómo queda una persona cuando vive una situación increíble, inesperada o sorprendente. Así fue como quien escribe estas palabras se sintió.
En su momento, creí haber oído mal: escuchaba por la radio, de regreso del trabajo, el tercer debate de los candidatos a la Presidencia de la República, que fue en Mérida y, para más señas, el 12 de junio del 2018. Recuerdo: estaban en el tema de la educación. Ricardo Anaya expuso que la Reforma Educativa no tiene problema de concepción —faltaba más: fue uno de sus progenitores y la aprobó con entusiasmo—, sino de implementación. Es buena, pero los del PRI la han echado a perder al ponerla en práctica mal. Propuso llevarla a cabo de manera correcta, y dijo, como acostumbra y ya enfada, “con toda claridad”, que lo haría de la mano de las y los maestros de México. Ergo, su dicho es falso, pues, desde el origen, la reforma acusó al magisterio de los decientes resultados del aprendizaje en la escuela mexicana. Como señaló un día: en política, y por ende en política educativa, no se cometen errores; hay solo una equivocación, y lo demás son consecuencias.
No puede hacerse bien lo que está mal diseñado, pues se hizo con afanes de control, no a partir de un horizonte educativo. Andrés Manuel López Obrador expresó que cancelaría la mal llamada reforma educativa. A pregunta expresa, dijo que cancelaría “la esencia” de la reforma, pues era laboral. ¿Está usted de acuerdo con la evaluación de los maestros? Sí, y los maestros también, pero no con esta evaluación que los amenaza. Como no estaba seguro de lo que había escuchado, en llegando a casa busqué el video del debate y confirmé que no había oído mal: al terminar de hablar López Obrador, José Antonio Meade alzó la mano para una réplica. Se le concedió.
Era el minuto 57 con 29 segundos. Reproduzco sus palabras textualmente: “A ver. En español y para ser muy claros. Cancelar la Reforma Educativa implica cancelar el futuro de tus hijos. Implica echar por la borda la ibilidad que aprendan inglés. Implica echar por la borda la tecnología. Y que les quede muy claro a los maestros: yo estoy absolutamente de su lado. Les voy a pegar mejor (no es una errata, así tal cual lo dijo), van a tener absoluta certeza laboral. Junto con Nueva Alianza, vamos a hacer equipo, pero, por favor, por sus hijos, no lo pongan —señaló a López Obrador— cerca de la educación”.
Usó sus 30 segundos. Habló enfático y a las cámaras para que lo viéramos todos. ¿Se equivocó? Una lectura superficial de este episodio pasaría por alto el gazapo y diría que lo que quiso decir es “pagar”, no pegar, nada más. Discrepo: desde mi punto de vista no es un error, sino la expresión, equívoca en el verbo que quería emplear, pero muy precisa en la acción a la que alude: golpear. Es un lapsus, pero tiene un enorme significado. Salió, sin querer, en sus palabras, pero con exactitud, el eje central de lo que se ha dado en nombrar reforma educativa: atacar simbólica y físicamente a las maestras y los profesores de la escuela pública en el país. Se les condenó sin prueba alguna de ser causa directa del (mal) aprendizaje. Generó este gobierno una imagen despreciable de los integrantes del magisterio. Los culpó sin derecho a audiencia.
Le importaba el control, no la educación: primero deshacer su imagen, luego someterlos a exámenes sin sentido pedagógico para clasificarlos y dividirlos. ¿El nuevo modelo educativo? Ni nuevo ni modelo: adosado al final de la administración para hacer de cuenta. A ver. En español: el candidato ciudadano Meade se comprometió a golpear mejor —y supongo más— a los maestros. Perfecta síntesis del sexenio en materia educativa. ¿Error? Para nada.