El derecho a aprender exige que la transformación educativa sea un proceso continuo, permanente, de acercamientos sucesivos. Como ocurre con todos los derechos, su comprensión y promoción son históricamente situadas: apenas se avanza un poco en su ejercicio, diversos actores descubren que las garantías vigentes al momento son inadecuadas por insuficientes. Siempre hay que ir por más.
En el 2000 se hicieron los primeros esfuerzos para integrar las exigencias de grupos ciudadanos al cambio educativo, plasmando en el programa de gobierno las etapas de un “Modelo Educativo del Siglo XXI”. La “reforma” se concretó en un cambio curricular para secundaria y en el planteamiento de la “Nueva Escuela Mexicana” que nunca llegó.
El sexenio 2006-2012 fue contradictorio, pues a la par que se probaron componentes que ahora consideramos fundamentales para la escuela que queremos –el monitoreo de sociedad civil, la difusión de los resultados de una prueba nacional de logro de aprendizaje (ENLACE), una promoción intensa de los consejos escolares de participación social, un cambio al plan de estudios de las Normales–, la SEP quedó fuertemente condicionada por la cúpula del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), con la mayor parte del periodo de gobierno dominado en la práctica por el subsecretario de Educación Básica, Fernando González, familiar e incondicional de la dirigente Elba Esther Gordillo.
El proyecto central en ese sexenio fue una “Reforma Integral de la Educación Básica (RIEB), que implicó la articulación de todos los planes de estudio desde preescolar hasta secundaria, reajustados por aprendizajes clave; el acuerdo 592 que regirá hasta este julio de 2018.
Como queda de manifiesto, no hay lugar para una reforma “definitiva” en educación. Sólo cuando la comprendemos y la emprendemos como proyecto social, como un ajuste para la mejora que convoca a todos los actores, incluyendo a las comunidades escolares mismas, las familias y las y los estudiantes, la transformación educativa está en condición de rendir sus frutos postulados, para de verdad ligar la escuela que queremos con la sociedad a la que aspiramos.