Francisco Javier García Zapata
Son verdaderamente preocupantes las ominosas señales que están mandando las autoridades electorales, más notable y recientemente el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, al determinar y autorizar que el gobernador con licencia Jaime Rodríguez participe como candidato “independiente” a la Presidencia de la República, pese a las numerosas inconsistencias y francas violaciones a la ley durante el proceso de recolección de firmas.
Tal decisión abre de par en par las puertas a la ilegalidad y la desazón. A la impudicia y la impunidad. A la desconfianza y al desconcierto. Al enojo, también.
Muy grave por tratarse de instancias que debieran ser garantes, precisamente, de que las contiendas electorales se desarrollen en un marco de legalidad, equidad, justicia, certeza… Y aquí la única y firme certeza que logran alcanzar los ciudadanos es que se trata de otro movimiento estratégico para intentar frenar e incluso tumbar al puntero en las preferencias electorales.
Per se, tal medida sería insuficiente para que el autollamado Bronco esté de lleno y en serio en la pelea y no sólo en la boleta. Carece de la presencia, la fuerza, el arrastre y la estructura suficientes y necesarios para cosechar un porcentaje significativo de votos. Ni hablar de la empatía y simpatía.
Las incontables reacciones adversas que ha suscitado la resolución “garantista” del TEPJF nada tienen qué ver con las (nulas) posibilidades de que el gobernador nuevoleonés con licencia llegue a Los Pinos.
Se trata de legalidad, de certidumbre.
Resultan poco convincentes los argumentos tanto del Tribunal como del INE para sustentar sus decisiones. En todo caso, “explicación no pedida…”
Los encargados de arbitrar la contienda electoral y los de impartir justicia en este ámbito nos están diciendo que en este país la mejor lección que pueden adquirir los alumnos sigue siendo la de que “el que no tranza no avanza”, y que la mejor manera de sobrevivir y destacar es la simulación.
Están diciendo que se puede ser candidato sin importar si se ha “robado poquito” del erario, como el edil nayarita, o si se han solapado desvíos multimillonarios en el desempeño de algún cargo; que se puede ser candidato y eventualmente acceder al poder aunque se haya incurrido en falsificación de firmas, usurpación de identidad, uso indebido de documentos, incumplimiento de requisitos legales.
Pero por lo visto todo eso no importa si se logra concertar acuerdos cupulares y hay intereses más allá de la observancia de las leyes. “El haiga sido como haiga sido” como norma y expresión del descaro.
El mensaje que se está mandando a la sociedad, a los jóvenes, es que la ilegalidad —en este caso de Margarita Zavala y de Rodríguez Calderón— no solamente no se castiga sino que se premia hasta con la posibilidad (aunque remota) de ser Presidente. Como apuntó en su twiter el jurista Diego Valadés: “Infringir la ley y quedar impune es muy grave; pero infringir la ley y recibir un premio es alarmante”.
Frente a tales escenarios, cabe esperar que los maestros den a sus alumnos, a su comunidad, lecciones de civismo.
Es importante dejar a un lado el activismo de sofá y la participación virtual, y por el contrario practicar la coherencia, haciéndoles notar que el cambio, el combate a la corrupción y la impunidad, con sus variados y múltiples rostros, sólo será posible con la participación ciudadana. La solución no vendrá de un solo hombre, ni se dará por milagro.
Hay que decir a los alumnos y a los padres de familia que su participación es fundamental, pero primordialmente hay que convencerlos con el ejemplo, ir más allá del discurso y predicar con hechos.
De otra forma resulta hasta absurdo, además de estéril, lamentarse, quejarse y escandalizarse de lo que nos disgusta o nos afecta.