Pronto serán diez años que colaboro en El Financiero, tratando específicamente temas de educación. Cuando inicié, Carlos Ornelas y Manuel Gil eran las casi únicas voces que comentaban sobre educación, seguidos por Pedro Flores Crespo y uno que otro sobreviviente del Observatorio que inició Latapí.
Afortunadamente hoy hay multitud de espacios para el debate: desde el espacio en Nexos que coordina Alma Maldonado, hasta los espacios que se han ganado los profesores mismos, primero en Educación Futura y ahora en Profelandia, Docentes Primero y en otros blogs. En los últimos años he compartido el espacio con veintidós de mis compañeros de Mexicanos Primero, en una apuesta por ir consolidando una presencia ciudadana continua, con convicciones definidas pero que sobreviva a la individualidad y al aislamiento.
Lo que nos puede pasar a todos, antiguos y recientes comentadores, es que nos refocilemos en la limitación que descubrimos y nos empantanemos en la ácida denuncia. Siempre será necesario un examen crítico de lo que ocurre en la política pública, desde su formulación hasta su realización, que sin duda es su prueba de fuego. Pero si no ofrecemos propuestas y experiencias que muestran alternativas, nuestra indignación puede ser estéril.
Como en todo ciclo de reformas, hay ahora un agotamiento por la distancia entre lo postulado y lo efectivamente acontecido. Si no fuera porque se trata de una señal de disgusto social, sería divertido: me llamó la atención lo airado de los comentarios por la salida de Aurelio Nuño de la SEP. El hecho de que renuncie, sostuvieron muchos (que en frecuentes ocasiones habían pedido que saliera) es una señal de que los procesos o contenidos de las reformas implementadas no pueden tomarse en serio, no tienen valor o sirvieron sólo de trampolín político, y por ello hay suficientes elementos para no colaborar, no apreciar lo logrado o para suspender definitivamente la evaluación de desempeño.
Esa carambola de tres bandas -“Me ofende la salida de un funcionario, y por ello ese cambio es prueba de mal diseño o deficiente ejecución de la política, de manera que estamos invitados, justificados o autorizado a evitar su continuidad”- tiene explicación emotiva, pero cuesta trabajo captar en ello la argumentación racional.
Seguro que más allá de la anécdota ramplona de la publicidad oficial (“a mí me fue muy bien con la evaluación”) o su gemela inversa (“me escribe un profesor que salió en primer lugar y dice que no sirve de nada la evaluación”) debe haber en la realidad razones para la esperanza. Son muchos los corazones heridos de los profes (“los maestros no esperamos nada de nadie”, me escribió alguno, sin duda lastimado, en un vivaz intercambio en las redes sociales; así lo piensa esa persona, así lo desea y eso merece respeto y empatía, pero las décadas de dominio de las cúpulas de SNTE y CNTE, el encargado de Finanzas del Sindicato promocionando entusiasta a Nueva Alianza o el exsubsecretario González en un mitin de López Obrador son todavía muestras de que algunos sí esperan, y eso lo aprovechan un experto grupo de abusivos.
En todo caso, para el final del año sostengo que un gran propósito es que todos quienes tenemos el privilegio de comentar los ires y venires de la política educativa busquemos, además de describir falencias y emplazar a funcionarios por su incongruencia, identificar buenas prácticas, sea que éstas se produzcan por la reforma normativa, a pesar de la reforma normativa o más allá de ella.
Nos hemos vuelto especialistas en “cachar haciendo el mal”. Y eso impulsa la justicia y la reparación, o al menos algunos exploramos los medios para que así ocurra. Pero nos damos el reto de que al menos en la misma medida volvamos a conocer y reconocer la trama de dedicación, entrega y logro que sostiene a la educación en México, aunque es como es y está como está. Así que afinaremos la mirada, para “cachar haciendo el bien”. Ya hemos probado, y hay historias maravillosas para compartir. Y no son anécdotas; son verdaderas revoluciones en curso. Son como la escuela que queremos; nos corresponde compartirlas y emplazarlas como reto a la pasividad, a la conformidad y al desánimo.