El miércoles de la semana pasada comenté el Estudio Internacional de Educación Cívica y Ciudadana que presentó el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación el 7 de noviembre. Dicho tratado lo coordinó la Asociación Internacional para la Evaluación del Logro Educativo (IEA). La población que respondió a los instrumentos fueron estudiantes de segundo de secundaria, docentes y directores de escuelas de 24 países. Los resultados de México son pobres, tercer lugar, de abajo para arriba.
Una parte de la investigación se centró en lo que pudiéramos denominar la antieducación cívica: el hostigamiento escolar, que es lo contrario a la inculcación de valores ciudadanos. La prueba de la IEA documenta el porcentaje de estudiantes que informaron de experiencias de abuso físico y verbal en los últimos tres meses. Los resultados preocupan.
Más del 60% de los estudiantes acusaron que reciben apodos ofensivos y burlas de sus compañeros. Otro 19% advirtió que recibió amenazas de otros alumnos y 20% constató que agredieron su integridad física, en tanto que 28% sufrió robos o perjuicios en sus bienes. Publicaron textos ofensivos en la red de 11% de los educandos.
Sin embargo, el estudio de la IEA revela que los directores de las escuelas hacen juntas para informar a los padres sobre el acoso escolar, a las cuales —me imagino— asisten pocos papás y algunos lo harán para defender a sus hijos que son identificados como gandallas. Además, los directores advierten que ofrecen capacitación a docentes y estudiantes para prevenir acciones violentas, físicas, verbales o por la internet; también promueven ejercicios para elevar la conciencia de los estudiantes y organizan conferencias con expertos y autoridades en temas de prevención de la violencia. No dicen que el tiempo que invierten lo quitan a sus funciones sustantivas.
Los docentes mexicanos, en porcentajes arriba del 80%, se consideran preparados y sienten poseer habilidades para la educación cívica y ciudadana, en temas como derechos humanos, elecciones, medio ambiente, migración, igualdad de oportunidades y derechos para las mujeres, responsabilidades ciudadanas y solución pacífica de conflictos. El 84% piensa que tiene pensamiento crítico. No con esos porcentajes, pero también se contemplan aptos para ofrecer nociones acerca de la comunidad internacional, derecho constitucional, sistemas políticos y uso responsable de internet.
No faltará quien le eche la culpa a los maestros y a las escuelas porque no hacen bien su tarea de educar para la ciudadanía responsable y el respeto a la legalidad. Incluso, pensarán que los directores y docentes mienten porque no hacen lo que dicen ni son tan competentes como se juzgan. Pero aquí tanto los autores funcionalistas (que se inspiran en Émile Durkheim) como los representantes de la teoría de la reproducción entran al debate apuntando que la escuela no puede ir más allá de las tendencias dominantes en la sociedad.
¿Qué pueden hacer las escuelas cuando cada día los niños ven en la televisión noticias desgarradoras acerca de la violencia criminal? ¿Qué culpa tienen los maestros de que existan alrededor de 20 millones de armas ilegales en este país? ¿Cómo pueden las escuelas contradecir la idea engañosa de que los grandes criminales son héroes populares? Los directores de escuela —o las autoridades en general— tampoco pueden obligar a las familias a que se hagan cargo, al menos en parte, de la educación moral de sus vástagos.
Cierto, se pueden renovar los textos y preparar mejor a los docentes para la educación cívica (y ética, le llamamos en México), pero eso no hará que regresen los “valores perdidos” de respeto, obediencia a los mayores y otras conductas de la escuela disciplinaria del régimen de la Revolución Mexicana. Tampoco se alcanzará el respeto a la legalidad recitando nociones de derecho positivo.
La ciudadanía cosmopolita, diría John Dewey, requiere traer la experiencia democrática a las escuelas. Pero en México esa experiencia es joven y está bajo sitio por partidos e instituciones que, se supone, deben ser sus garantes. El mal está en toda la sociedad, no nada más en las escuelas.
El estudio de la Asociación Internacional para la Evaluación del Logro Educativo nos pone frente al espejo de otros países. Son los tiempos de la globalización. Nos dice que tenemos problemas comunes, pero que en otras latitudes los resuelven de mejor manera (por la experiencia democrática). Quizá pudiéramos aprender del mundo, pero tendríamos que aplicarnos.