A Raquel y Rosa María, maestras de vida.
Con la presentación de la Estrategia de Fortalecimiento y Transformación de las Escuelas Normales, la Secretaría de Educación Pública (SEP) nos ha dado una razón más para discutir la importancia de estas instituciones, así como de sus problemas y limitaciones.
En una lucidora ceremonia en el “patio de trabajo” de la SEP, Aurelio Nuño explicó que esta estrategia se fundamenta en seis ejes: Primero, la trasformación pedagógica de acuerdo con el Nuevo Modelo Educativo; es decir, habrá que alinear lo que aprenden los maestros en las normales y lo que deben aprender los niños, según los cambios curriculares recientemente propuestos.
Segundo, formación de suficientes maestros en educación indígena e intercultural; tercero, aprendizaje del inglés para todas las maestras y maestros normalistas. Cuarto, renovación del reglamento para ingreso y promoción que privilegie el mérito académico y para ello, se conformará una comisión asesora que en tres meses debe dar resultados. Esta comisión incluirá a cinco representantes sindicales, uno del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE), un ex secretario de Educación Pública, tres maestros, a la presidenta del Consejo Mexicano de Investigación Educativa (COMIE), dos subsecretarios, tres secretarios de educación estatales, al titular de la Administración Federal de Servicios Educativos en la CDMX, al director jurídico de la SEP y a la titular del Colegio de Bachilleres. Según Nuño, esta nueva reglamentación deberá proteger los “derechos laborales” de los profesores.
El quinto punto se refiere – una vez más – al establecimiento de sinergias con universidades y centros de investigación con el propósito de que se conformen redes académicas y se promuevan intercambios. El sexto y último eje de la transformación de las escuelas normales es el mejoramiento de la infraestructura y el acceso a recursos extraordinarios a aquellas escuelas que muestren buenas prácticas de acuerdo con el caprichoso término de la “excelencia”.
Cada eje de la estrategia presentada por el titular de la SEP refiere a una problemática real y específica. Problemática que, por cierto, uno debe inferir porque el supuesto “ministerio del pensamiento” es reacio a exponer en tan elegantes ceremonias los factores que han afectado el desempeño y calidad de las escuelas normales. ¿Por qué no se han podido establecer relaciones académicas sólidas y duraderas entre las normales y las universidades?¿Qué datos tiene la SEP para persuadirnos de apoyar su estrategia? ¿Qué racionalidades hay detrás de la idea de promover “altísimos niveles de calidad” para las escuelas formadoras de maestros? ¿Será que está por los suelos su capacidad de formación intelectual y académica?
Sin conocer a fondo el tema del normalismo mexicano, la semana pasada, fui invitado a participar en el Primer Foro de Futuros Docentes en la ciudad de Puebla para comentar los trabajos con que los jóvenes de distintas normales se graduaron. Mi tarea consistía en leer sus documentos y opinar sobre ellos en una sesión de presentaciones abierta. Revisé 15 trabajos y mis impresiones son variadas y quizás muy básicas. Pese a ello, ¿qué fue lo más rescatable que observé? En primer lugar diría que los temáticas de las intervenciones de los jóvenes eran muy relevantes. Estudiaron, por ejemplo, la psicomotricidad del niño y su relación con las neurociencias, por un lado y por otro, la manera en que los jóvenes toman decisiones pero vista desde el referente socioemocional, además hablaron sobre cómo enseñan inglés en la secundaria de México, un tema que pondría alegres a los promotores de esta otra estrategia nacional.
También pude observar presentaciones bien estructuradas, sin faltas de ortografía y con un lenguaje apropiado. Las exposiciones de los futuros docentes fueron fluidas, interesantes y amenas, lo que quizás revele la impronta de la educación normal. Los jóvenes que tuve la fortuna de conocer sabían enseñar. ¿Qué fue lo que cuestioné? Dado que los jóvenes realizan sus prácticas y hacen intervenciones, no conocí un trabajo que utilizara una metodología para medir los efectos de esos trabajos de campo. De hecho, ante la pregunta de si el plan de estudios contenía algún curso de enfoques cuantitativos de investigación, respondieron que no.
Asimismo, y gracias a otro colega que también comentaba los trabajos de los jóvenes, pude advertir un uso deficiente de las diversas corrientes teóricas. Presentaban autores “clásicos”, pero sin hacer una síntesis o repaso crítico de sus argumentos. En ocasiones, también pude advertir que les costaba trabajo ligar los encuadres teóricos con los resultados empíricos de sus intervenciones y esto me llevo a pensar que quizás el énfasis en la práctica docente es desmedido en detrimento de la formación teórica. Al expresar esta duda, una estudiante me refutó diciendo que ellos van de lo práctico a lo teórico, es decir, aplican el método inductivo, aunque también declararon que no llevaban cursos que les explicarán los distintos métodos científicos. Si esto es verdad, no suenan congruentes las palabras de Juan Díaz de la Torre, dirigente nacional del SNTE, quien en la pomposa ceremonia de la SEP asentó que en las normales se “alienta la actividad científica”. ¿Es entonces la “transformación” de las normales sólo un deseo o una verdadera estrategia de cambio e innovación?