*Helena Papacostas Quintanilla #PorMásCiencia
Las especialidades, maestrías y doctorados de calidad constituyen el último nivel de la pirámide escolar en México y son una parte primordial del sistema científico, tecnológico y de innovación. Aunque pequeño y frágil, sin él resulta imposible cumplir las funciones asignadas a la llamada sociedad del conocimiento. En este sentido, la inversión pública o privada que se realice para aumentar el crecimiento del subsistema de posgrado y garantizar su calidad y competencia internacional resulta crucial para el conjunto de la investigación científica y tecnológica en todas las áreas del conocimiento y modalidades en la aplicación de este último. Se trata de una inversión al futuro, pero también al presente. Sin la existencia de estudiantes dedicados de tiempo completo a sus estudios, no sólo se pone en riesgo el patrimonio acumulado sino que se echan para atrás las manecillas del reloj.
El doctorado es el máximo estrato educativo que podemos alcanzar en nuestro país, la Red de Indicadores de Ciencia y Tecnología publicó que, durante 2014, en México se graduaron 4541 estudiantes, un 18.43% de los graduados en América Latina. La culminación de esta pirámide educativa comprende una inversión de aproximadamente 25 años de estudios continuos en la que el gobierno federal invirtió $8,718.7 millones de pesos. Sin embargo, contrario a lo que la mayoría de las personas piensan, el monto que se destina a los estudiantes no es a fondo perdido, en realidad el Conacyt reporta que el porcentaje anual de recuperación de la inversión es de 10.74% y si consideramos una vida útil de 30 años del investigador, el gobierno federal recupera la inversión que hizo en esos estudiantes en un lapso de 9.31 años.
En México, se ha transitado de un Padrón de Excelencia con 414 posgrados en 1991 a la formación y consolidación del Programa Nacional de Posgrados de Calidad, que tiene 2087 programas distribuidos en instituciones de educación superior, tecnológicos, centros e institutos, tanto públicas como privadas. Durante el mismo periodo, la formación de capital humano tuvo un crecimiento vertiginoso: de 5570 becas en 1991 a 61572 en 2015.
En la rueda de prensa convocada por el Conacyt el 21 de marzo de este año la Mtra. María Dolores Sánchez, directora Adjunta de Posgrado y Becas, comentó que durante 2016 hubo 63000 becas vigentes y que este año se espera un incremento de sólo 200 becas más. De esta cantidad 24975 serán becas nuevas, 23755 destinadas a estudiantes con dedicación exclusiva. Si dividimos entre los 2069 programas del PNPC registrados en 2017, se asignarían 11.5 becas por programa. Del total de becas mencionado, 7398 serán asignadas en esta primera convocatoria. Las restantes en la segunda convocatoria, llamada de verano.
En la rueda de prensa mencionada se dijo que las convocatorias para la asignación de recursos destinados a proyectos de investigación se mantendrán, pero con ajuste de presupuesto. Lo anterior nos lleva a una encrucijada: queda claro que instituciones sin alumnos no pueden llevar a cabo sus funciones, pero ¿de qué sirve tener estudiantes si el presupuesto asignado a investigación decrece? ¿Es viable tener proyectos sin estudiantes que participen?
En su discurso, Conacyt habla de áreas de conocimiento prioritarias para el país, dando fuerza a las áreas clínicas, biológicas e ingenierías, y dejando fuera a las ciencias sociales y las humanidades. ¿Son realmente estas áreas no prioritarias? ¿es legítimo priorizar las áreas científicas? Desde distintas perspectivas, todas son igualmente importantes. La investigación está íntimamente ligada a la academia y al proceso educativo, entonces ¿podemos decir que las investigaciones en el área de educación no son prioritarias para la academia y el desarrollo del país?, ¿quién decide y cómo cuáles áreas son prioritarias? En última instancia, ¿por qué se debe elegir?
Para ser parte del PNPC, los programas deben cubrir una serie de requisitos e indicadores. Cumplir con estas cláusulas exige una gran cantidad de tiempo y esfuerzo de las instituciones. Si ser parte del PNPC ya no les garantizará tener acceso a estudiantes becados y/o proyectos de investigación, uno comienza a cuestionarse, ¿vale la pena cumplir con estos requisitos?, ¿se mantendría la calidad de la educación de posgrado en México?, y finalmente ¿es suficiente el presupuesto que en México se asigna a investigación, o parte del problema es que ni siquiera ha existido un compromiso real por asignar, al menos, el 1% del producto interno bruto a este fin? Desafortunadamente, el panorama actual produce más preguntas que respuestas.
*Estudiantes de Posgrado de los Departamentos de Farmacobiología, Ingeniería Eléctrica, y Química del Cinvestav.