Es casi seguro que el siguiente paso de la Reforma Educativa que empuja este gobierno, la exposición del modelo educativo, explicite elementos que tienen que ver con currículo, organización escolar, formación y actualización de maestros y trabajo en aula.
Dadas las “ideas peregrinas” que flotan en el ambiente internacional y que empujan la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos y otras instituciones intergubernamentales, la noción de aprendizaje —más aún, comunidades de aprendizaje— estarán presentes en el discurso del modelo. La idea de transitar del énfasis en la enseñanza a poner vigor en el aprendizaje está sembrada en las apuestas de política educativa de México, al menos desde el Programa para la modernización educativa 1989-1994. Se ha replicado en los proyectos de los gobiernos subsecuentes.
Asimismo, fue un asunto que surgió en los Foros de consulta del nuevo modelo educativo, tanto los que organizó el exsecretario Emilio Chuayffet, como los que condujo el secretario Aurelio Nuño. No obstante, tengo dudas acerca de la teoría o teorías que llevarán la delantera en esa postura. No es un asunto intrascendente, cada enfoque tiene disposiciones pedagógicas diferentes, aunque partan de principios similares.
Al mismo tiempo, la estructura institucional y sus reglas de funcionamiento imponen lo que, a comienzos de los 70, Basil Bernstein denominó pedagogías invisibles. Éstas conforman dispositivos para el aprendizaje de los alumnos que no son evidentes, pero sí reales, descansan más en la acción de los maestros que en las prescripciones curriculares.
Las pedagogías invisibles se sostienen en varias premisas; las dos más importantes: 1) se basan en principios universales y se orientan a la consideración evolutiva de los alumnos; 2) el aprendizaje es un proceso tácito, invisible, individual y cuya progresión no se ejercita mediante un proceso público manifiesto.
Tanto de enfoques funcionalistas, como de tendencias neomarxistas, englobaron la noción de pedagogías invisibles en un concepto más sofisticado: currículo oculto. Éste es incorpóreo, pero efectivo. Su aplicación descansa en teorías expresas, pero que no se cumplen por completo porque sus fines se confunden en las prácticas escolares, las institucionales y las de los docentes.
Tal vez el nuevo modelo educativo haga sugerencias concretas acerca de las pedagogías visibles —dudo que proponga una versión única— que ponen más énfasis en que los niños asimilen conceptos, ideas y métodos, como las del aprendizaje significativo o del aprendizaje situado. Además, tal vez se encuentren resonancias, si no es que referencias leales al constructivismo, la pedagogía activa, prácticas colaborativas y solución de problemas.
Sin embargo, aunque tal vez la oferta de la Secretaría de Educación Pública juzgue al memorismo y a la enseñanza tradicional, en la vida práctica de las escuelas sobrevivirán las corrientes dominantes basadas en el conductismo (gobernar el aprendizaje de los niños mediante objetivos de comportamientos esperados) y el enfoque por competencias (una versión sublime del conductismo). Las prácticas arraigadas, producto de la persistencia cultural, no se erradicarán por decreto.
Por lo tanto, conjeturo, habrá designios elaborados para la formación y actualización de los docentes que, además, es una demanda sentida de ellos.
El modelo que proponga la SEP tendrá críticas; no será del agrado de los opositores ni dejará contentos a quienes pretenden cambios más radicales. Sospecho que tendrá elementos valiosos y otros rebatibles; unos que evoquen el neoliberalismo, otros que pongan el acento en la democracia.
Estoy convencido de que, aunque no satisfaga todas mis expectativas, será mejor que lo que tenemos hoy.