Ayer se publicaron los resultados de la prueba PISA aplicada el año pasado, que ahora se concentró en ciencias (cada aplicación se dedica con mayor énfasis a una de las tres disciplinas: matemáticas, lectura o, como en este caso, ciencias). México no mejora ni empeora, ahí seguimos dando lástimas. En lectura, hemos pasado de obtener 422 puntos en el año 2000 a 423 en este 2015. Difícil encontrar un ejemplo mayor de estancamiento. En matemáticas, saltamos de 385 a 406 puntos entre 2003 y 2006, pero en 2015 obtuvimos 408. En ciencias, obtuvimos 410 puntos en 2006, avanzamos a 416 en 2009, mismo resultado de este año.
La distribución de los resultados tampoco cambia. En ciencias, en el primer examen (2006), 51% de los jóvenes evaluados quedaba debajo del módulo 2 (el nivel por debajo del cual realmente sólo pueden resolverse problemas elementales, con todos los datos disponibles), mientras 0.3% quedaba en los módulos 5 y 6, que son el nivel de excelencia, según la definición de la OCDE. En la siguiente aplicación, 2009, mejoramos un poco, y apenas 47% de los jóvenes quedaba debajo del nivel 2. En 2015, fue la misma proporción. En excelencia, en cambio, quedó apenas el 0.1% de los jóvenes. Debido a la pequeña cantidad de jóvenes en este nivel, no podemos asegurar si realmente caímos o no, pero en cualquier caso, es una proporción ínfima.
Apenas el 0.6% de los jóvenes mexicanos está en nivel de excelencia en alguna de las áreas de conocimiento. En ciencias, cero; en matemáticas y lectura, 0.2% cada una; y en las tres áreas de forma simultánea, el 0.1%. Por redondeo, se alcanza el 0.6% mencionado. Como se puede imaginar, somos el peor país en la OCDE. Turquía tiene 1.6% de jóvenes en esta ubicación, y Chile el 3.3%. Comparando con países latinoamericanos que no son miembros de la OCDE, pero participan en PISA, estamos igual que Perú, y debajo de Costa Rica, con 0.9%, Colombia, con 1.2%, y Brasil, que tiene 2.2% de sus jóvenes en excelencia. Uruguay es el mejor en este grupo, con 3.6%.
A pesar de esos resultados, los jóvenes mexicanos son de los más ambiciosos del mundo. Más de 18% quiere ser ingeniero (¡empatados con Chile en el primer lugar en esta medición en la OCDE!), y más de 19% piensa en convertirse en médico, sólo detrás de Estados Unidos, donde el 22% aspira a esa profesión. En el total, 41% de los jóvenes mexicanos piensa seguir una carrera relacionada con la ciencia, la proporción más elevada de toda la OCDE, apenas seguidos por Estados Unidos, con 38%. Tres países con economías con una gran presencia científica, como Finlandia, Japón y Corea, tienen 17, 18 y 19% de sus jóvenes con esa aspiración. Israel, el país que más depende de la ciencia en su PIB, no llega a 28%. Los nuestros son también los más entusiastas: 86% dice disfrutar con sus clases de ciencia, 70% disfruta lecturas científicas, 84% dice lo mismo de obtener conocimientos científicos y 80% de aprender del tema. En todos esos rubros, son los más altos de la OCDE.
Ésta es la gran tragedia de la educación en México: esa inmensa proporción de jóvenes entusiastas, que quiere continuar con una carrera en ingeniería, medicina o ciencias, no podrá hacerlo. El 57% de los jóvenes está por debajo del nivel 2 en matemáticas, de forma que, o nunca podrán ser científicos, o si llegan a serlo, será como resultado de un sistema educativo que regala títulos y grados. Perdón que lo diga de esa forma, pero un joven que a los 15 años no puede sino resolver problemas simples (aritmética, pues), ya no logrará mucho. Sigan obstaculizando la reforma.