A 30 años del CEU: recordar es persistir.
Una de dos: ¿se evaluará lo que se enseña, o se enseñará lo que se evalúa? Esta pregunta, que retomo del artículo de Roberto Rodríguez en Campus Milenio del 3 de noviembre de 2016, es crucial.
El dilema que propone es ineludible: separa a las opciones un barranco, y no hay puente. En el primer caso, se requiere construir un proyecto educativo serio, diverso, formativo, orientado a la creación de ambientes de aprendizaje que sean propicios al desarrollo del talento en sus múltiples dimensiones y circunstancias.
En el segundo, la mirada se centra en los reactivos, instrumentos de medición y formatos para, a partir de ellos, con el fin de que sean superados, diseñar un proceso de capacitación: entrenamiento ajeno a la vida y el trabajo cotidianos. Cuando la evaluación, como estrategia intelectual compleja, está al servicio de la enseñanza, permite observar si los procesos pedagógicos y los contendidos propuestos están generando el aprendizaje esperado.
Es, entonces, recurso indispensable para ponderar lo conseguido, enmendar si es el caso, verificar la idoneidad del rumbo y ajustar lo necesario. Es un medio para aproximarse a la valoración del intrincado sistema de relaciones que aprender implica. Pero si la enseñanza es un proceso reducido a sortear con éxito la evaluación (lograr muchos puntos, hartos), el contenido sustantivo de la formación se troca en medio y el examen y sus resultados serán la meta. Invertida la relación entre enseñanza y evaluación, el modelo educativo consiste, más allá de los discursos de la SEP, en el dispositivo para obtener buenas notas.
¿Qué va a venir en el examen? Eso “estudio”. México se mueve. La propaganda, disfrazada de información, anunciará: ya salimos mejor en los exámenes. No importa la formación, sino la cuantificación en el test que, supuestamente, da cuenta de lo sustantivo. No es así.
Los que saben de esto, como Jenny Assaél Budnik y sus colegas, escribieron en 2011: “La presión ejercida a través de las metas de resultados en pruebas de aprendizaje estandarizadas conduce a que en los establecimientos educacionales se tienda a enseñar lo que se evalúa, reduciéndose el currículo fundamentalmente a lenguaje, matemáticas y ciencias, y a los aprendizajes que dentro de estas disciplinas pueden ser evaluados de manera estandarizada.
Las prácticas pedagógicas tienden a centrarse exclusivamente en el entrenamiento de estas pruebas estandarizadas, en abierto menoscabo de asignaturas como filosofía, arte, educación física, que cada vez tienen menos espacio en el currículo, así como de procesos de enseñanza y aprendizaje que favorezcan el desarrollo de sujetos con una formación más integral, reflexivos y críticos”. (La empresa educativa Chilena en Educación y Sociedad 115, Campinas, Brasil).
Hace pocos días, en Zacatecas, Juan Díaz de la Torre, quien preside al SNTE, presentó una aplicación para dispositivos electrónicos: ¡ya tenemos SinadePapp!: el Sistema Nacional de Desarrollo Profesional, nombre que da origen a las siglas, es una iniciativa del SNTE. Se instituye como “acompañamiento pedagógico para la evaluación”. No es trivial este enunciado: se diseñó para pasar la evaluación y ser destacado.
Díaz de la Torre dijo que el verdadero desafío de la reforma es si “el Estado mexicano tendrá suficientes recursos para cubrir los estímulos al desempeño que mis compañeros van a adquirir”. Cuestión de pesos. ¿Por qué?
El gran pedagogo explicó: “Nuestros maestros, cuando tengan las herramientas adecuadas de capacitación y acompañamiento, se volcarán por miles a la evaluación”. Adiestrados. ¿Cambios en el aula, en la escuela, en los aprendizajes, en la capacidad crítica? Para nada: mejores resultados en las pruebas y más dinero. Reforma cara, sí: carente de sustancia educativa, ahíta de confusión múltiple.
Profesor del Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México. @ManuelGilAnton mgil@colmex.mx