La otra noche, en una reunión con amigos, acabamos hablando de Trump. Sí, ya sé, podríamos hablar de cosas más divertidas y amables, pero, claramente, todos traemos atorado el tema entre el estómago y la cabeza.
Tras compartir noticias sobre cómo iba el impresentable de cara a las elecciones presidenciales del 8 de noviembre, recalamos en la infausta visita que hiciera el candidato presidencial republicano a México hace algunas semanas. ¿Cómo es posible que lo haya invitado Peña Nieto a México y nos haya humillado a todos los mexicanos –los de aquí y los de allá– en un solo acto?, dijo alguno de los presentes. El resto coincidimos en que esa era, sin duda, la pregunta.
Antes de engarzarnos en una discusión en torno a la plausibilidad de distintas hipótesis para explicar aquella decisión tan lamentable, varios hablamos de las reacciones que nos había producido aquella invitación y visita tan vergonzosas e incomprensibles. El punto en común: rabia, enojo e ira. Detrás de esa misma emoción, sin embargo, un conjunto de sentimientos vinculados entre sí, pero bastante diversos.
Otro de los presentes dijo: “a mí me enoja, pues me parece profunda e intolerantemente injusto el discurso de Trump en contra de los mexicanos en Estados Unidos. Se trata de personas que incurren en costos enormes para tratar de conseguir una vida mejor a la que México les ofrece. Millones de mexicanos que trabajan y se esfuerzan sin parar y que contribuyen a generar riqueza en Estados Unidos y que lo que reciben es el desprecio y los insultos de Trump”.
Uno más señaló: “detrás de mi rabia, hay un profundo sentido de indignación, una horrible sensación de humillación personal.” Alguien más compartió: “nunca había experimentado cabalmente y en vivo y en directo la idea de que el presidente de México me representaba. Ahí me di cuenta que era, más allá de mi deseo, mi representante y, ahí mismo, también supe que no quería que lo fuera. Me dio una vergüenza horrible y pude ver de frente la distancia tan enorme entre ese presidente y la persona que soy yo”.
Otra más dijo: “además del enojo y del sentimiento de indignación, sentí desamparo y miedo. Desamparo, pues aunque suene infantil, el que el presidente del país en lugar de defendernos nos exponga a la humillación y la burla, me hizo sentir muy vulnerable. Miedo, pues Trump representa, más allá de México, el síntoma de un retroceso civilizatorio terrible y muy peligroso”.
Pasamos después a tratar de encontrar alguna explicación mínimamente plausible sobre por qué Peña Nieto y sus colaboradores pudieron haber considerado buena idea ya no el invitarlo, sino el haber aceptado que visitara el país cuando a Trump le convenía, sin contar con el sí de Hillary a la invitación que también le habían hecho a ella.
Acordamos que había signos claros de enorme soberbia, de falta de sensibilidad y de incompetencia en aquella decisión. Dado el involucramiento de Luis Videgaray en la negociación de la visita. Sin embargo, la pura tontería no sirve para explicar la decisión, pues Videgaray puede carecer de muchas cosas, pero no de capacidad intelectual.
Una de las presentes nos compartió la siguiente hipótesis, misma que a muchos nos pareció la más plausible de las diversas expuestas en la reunión.
Los líderes del Partido Republicano, resignados a tener como candidato a Trump, llevan tiempo tratando de limar las aristas más excesivas y ríspidas del personaje.
Entre los temas en los que le han demandado moderación están sus posiciones en relación a México y a la inmigración. En ese contexto y de cara a la caída de su candidato en las encuestas, la visita de Trump a México parecía ofrecerle a las élites republicanas una manera de volverlo potable y, al mismo tiempo, de relanzar su campaña (véase, al respecto, el siguiente artículo del NYT: http://www.nytimes.com/2016/09/01/us/politics/trump-campaign.html.)
Por otra parte, para Videgaray, cercano al liderazgo republicano, la visita de Trump a México pudiera haber sido atractiva pues abría la posibilidad de contribuir a moderar sus posturas, al tiempo que coadyuvaba a fortalecer los vínculos entre el gobierno mexicano y las élites del partido republicano.
El problema fue que Trump no se ciñó a lo acordado, mantuvo su postura (véase su discurso en Arizona inmediatamente después de su viaje a México) y el ‘plan’ terminó siendo un fracaso. Es decir, la visita no le sirvió ni a los republicanos ni a México para moderar a Trump y, en cambio, supuso un fuertísimo costo para Peña Nieto y su gobierno.
Twitter: @BlancaHerediaR