A la memoria Juan Gabriel, humilde e inspirado cantautor mexicano.
Nada justifica el plagio que, según la Real Academia Española, es “copiar en lo sustancial obras ajenas, dándolas como propias”. El diccionario en línea Merriam Webster asienta que plagiar es robarse las ideas o palabras de alguien y presentarlas como si fueran de uno. Esto constituye un fraude intelectual. Equivale, parafraseando a Gabriel Zaid, a aprovecharse de las obras de otros de manera disimulada (“Los Mencionables”, Letras Libres, 31/05/03).
De acuerdo con el reportaje de AristeguiNoticias, el presidente de México, Enrique Peña Nieto, incurrió en plagio pues en cada uno de los cuatro capítulos de su tesis de licenciatura en la Universidad Panamericana (1991) utilizó ideas de otros autores sin darles crédito. Se habla de que 29 por ciento de este trabajo es producto del robo.
Pero bastaría una cita para cometer fraude. Ante los hechos —que cualquier ciudadano puede verificar en el portal www.aristeguinoticias.com—, las reacciones del gobierno federal y de algunos comentaristas han sido decepcionantes.
En momentos en que se discute el Modelo Educativo y en donde se afirma que la educación obligatoria pretende formar “ciudadanos responsables”, Peña ha evitado cualquier alusión al tema. “Se hace que la virgen le habla”. Eso sí, sus subordinados del gobierno —y fuera de él—, salen a defenderlo sin pensar en la pérdida de legitimidad en que incurren. El vocero de la Presidencia, por ejemplo, Eduardo Sánchez, consideró que el plagio de su jefe eran “errores de estilo”.
En tiempos en que la Secretaría de Educación Pública (SEP) propone que los egresados de las educación básica y media superior deben expresarse correctamente en términos orales y por escrito y desarrollar “valores” y comportarse “éticamente”; Aurelio Nuño, titular de la SEP, puso en duda el plagio y consideró que no era algo “trascendente ni importante”. ¿La ética no es trascendente, señor secretario?
Por otro lado, hubo personajes que aparentemente actúan fuera del gobierno pero que cada día demandan en medios televisivos y escritos que se les apliquen sanciones a los maestros, por ejemplo. Eso sí, ante el plagio del Presidente o se quedaron callados o de plano hicieron piruetas verbales para minimizar el reportaje de Aristegui. Sergio Sarmiento, en su artículo intitulado “Chachita y el plagio”, buscó trivializar la indebida acción del Presidente al decir que “quizá” los actos del Presidente son un “problema de poca monta” y reafirmó: “El plagio en las tesis de licenciatura en nuestro país es una práctica común, especialmente entre jóvenes que quieren obtener el título universitario lo antes posible para iniciar la andadura por la vida profesional” (Reforma, 25/08/16).
Sarmiento justifica el plagio del presidente con una observación falsable que, además, presenta a los egresados universitarios como seres profundamente calculadores cuyo comportamiento ético se subordina al deseo de trabajar. En ello, coincide con Nuño. ¿Conocerá Sarmiento la manera de operar de las universidades del país y el comportamiento de los jóvenes que eligen hacer tesis? ¿Sabrá que hay directores de tesis que precisamente enseñan a sus alumnos a citar rigurosamente las fuentes consultadas? ¿Por qué tratar de justificar el mal comportamiento del Presidente?
Plagiar, no ser capaz de entender que es un robo, minimizar una falta con implicaciones judiciales —como vimos en éste y en otros casos como el de Ayotzinapa— y no saber asumir responsabilidades indica que tenemos un pésimo modelo educativo. Cualquier universidad que se precie de ser tal, sabe que el conocimiento se construye cuando existe el diálogo entre diversos autores y para eso hay determinadas reglas. Citar, dice Zaid, es “enlazar conversaciones” y un autor que cita a otro, aclara el poeta, “reconoce una obra digna de tomarse en cuenta”, ya sea para apoyarse en ella, criticarla o hacer la “justicia de no ignorar al otro”.
La Universidad Panamericana ya dio su veredicto. Ratifica lo revelado por Aristegui. Hubo plagio, pues se hallaron “reproducciones textuales de fragmentos sin cita a pie de página ni en el apartado de la bibliografía”, pese a ello y a decir que desean ser una “referencia global” por su “formación ética”, exoneran a Peña al asentar que su reglamento no aplica a ex alumnos. Es un “acto consumado sobre el que es imposible proceder en ningún sentido” (itálicas mías). O sea, “ni le muevan”. ¿Son estas las reglas y principios del derecho que se estudia en la facultad “más importante del país, como asume Alejandro Marín, presidente de su Sociedad de Alumnos? Marín, en un video hecho para tratar de exculpar al mandatario mexicano, también expresó que “nadie tiene el derecho de poner en tela de juicio” los valores de esta escuela. Ahora resulta que es sagrada. Lo precientífico y la soberbia constatan lo dicho: hemos construido un pésimo modelo educativo.
A los maestros que preguntan cómo tener más claridad sobre la puesta en marcha de la propuesta curricular del actual gobierno, les sugiero utilizar como materia de contraste los actos de Peña, Nuño, Alfredo Castillo, Luis Videgaray, Miguel Osorio Chong y sus defensores. Cuando se hable de asumir responsabilidades, recuérdele a sus estudiantes la defensa del Presidente al director de la Conade o las nulas consecuencias de no saber manejar la economía ni enfrentar la delincuencia que azota al país. Cuando quiera promover la capacidad crítica, el método científico y el Estado de derecho, reparta entre sus estudiantes copias del comunicado de la Universidad Panamericana que exculpa torpemente al Presidente. Cuando se enfrente a los contenidos sobre ética, léales el artículo de Sarmiento y establezca la relación con las expresiones de Nuño.
El contraejemplo que están dando los representantes del actual gobierno del modelo educativo que dicen promover constituye una pedagogía trágica y ominosa.