Los gerentes de la reorganización administrativa del sistema escolar mexicano, cuyo eje ha sido el establecimiento de diversos dispositivos de control y vigilancia de los actores, procesos y estructuras del sistema escolar mexicano (restauración renovada del proceder autoritario añejo) a la que han llamado reforma educativa, se han lanzado, con arrojo, a terrenos realmente asombrosos: incursionan, ahora, en el ámbito de la cirugía mayor y se adentran en la Teología.
No estamos frente a una intervención quirúrgica de poca monta: se trata de un trasplante de corazón, procedimiento muy complejo y complicado que, para mayor sorpresa incluye, ahora, otra capacidad: insuflar el alma a su acción política, como dicen que hizo Dios cuando creó al hombre.
A partir de la propuesta de reforma diseñada en los salones del Pacto por México, durante la aprobación constitucional al vapor, y en el diseño sin aseo y puesta en práctica apresurada de las leyes secundarias, se escuchó hasta el cansancio, y por todos los medios, el ritornello oficial y oficioso que a la sazón decía: “la evaluación es el corazón de la reforma educativa”. De tal consigna no se movió el gobierno ni sus aliados hasta hace pocos días: la sístole y diástole del cambio en la educación en el país sería obra, sin duda e inmediata, de la evaluación. Y mandaban al sector de los herejes a los que lo ponían en duda.
De repente, todo cambió. En una operación urgente, de emergencia, merced a la situación crítica por la que atravesaba la reforma, se impuso el trasplante y la mediación divina. Prueba de ello es que el señor secretario Nuño, al comparecer ante la comisión de educación de la Cámara de Diputados hace unos días, modificó el mantra: “El modelo educativo es el alma y corazón de la reforma educativa”. Si se emplea la metáfora del corazón como referencia a la parte sustancial que conducirá a la calidad educativa, la analogía que aquí se hace con el trasplante de este órgano vital echa luz a la incoherencia del modo de hacer las cosas.
La evaluación, se ha argumentado con razón, es un medio, no un fin; el modelo educativo (si es que lo que se presentó como tal lo fuera) ocupa el sitio de un fin, de un objetivo: la prefiguración de un proyecto. Usar a mansalva un martillo, adorarlo y aclamarlo como “el” logro fundamental durante varios años para construir quién sabe qué, y luego detener los carros para enunciar y poner a consulta lo que se quiere construir, muestra que nunca la evaluación fue concebida como el corazón de un proceso educativo de cambio, sino como instrumento de reacomodo político y corazón del mecanismo de control del magisterio, vía la amenaza, bajo el supuesto de que el miedo a perder el trabajo produciría, por pura añadidura, harta calidad.
Ahora resulta que el verdadero corazón y, para no quedarse corto, la mismísima alma inmortal de la reforma es el modelo educativo. Consta el trasplante, pero de inmediato la pregunta brota: sí, como se afirma, aún no se cuenta con él, dado que habrá que consultarlo con todos los interesados en estas semanas para conseguirlo, ¿cuál ha sido la orientación educativa del proceso? Ya no puede ser postulada la evaluación, y el otro motor crucial está construyéndose. Tiene asidero, entonces, la crítica a la carencia de lo educativo en la que es, según su dicho, la transformación de gran calado más importante del actual gobierno.
De este callejón lógico, expuesto en sus propias palabras, no hay salida. Lo bueno es que el viejo modelo, dicen los documentos, era centralista y autoritario, y el nuevo no lo será, sino que se basará en la consulta y el diálogo. Nadie da lo que no tiene, aunque pueda meter el alma a sus prejuicios: durante estos años, han hecho sin falta lo que dicen que no hay que hacer. Sin corazón, ni infarto puede haber.
Profesor del Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México.
@ManuelGilAnton / mgil@colmex.mx