¿A quién le gusta caminar en pueblos y en ciudades mugrosos? ¿A quiénes de ustedes les gusta que los baños de la terminal de camiones, del aeropuerto, o de un centro comercial huelan mal, no tengan jabón y no tengan papel de baño?
¿A alguien por ahí le gusta que haya tan pocas banquetas transitables en el país y que haya basura por doquier? ¿Por qué será que (casi) todo lo público o medianamente público en México, fuera de los hoteles de hiperlujo y del Club de Industriales de la Ciudad de México, por ejemplo, sea un cochinero completo?
¿Por qué hay tan pocos botes de basura en el país? ¿Por qué a nadie parece importarle el asunto lo suficiente como para hacer algo al respecto?
¿A qué tipo de persona se le ocurre que dejar tirada una toalla sanitaria usada en una de nuestras playas portentosas sea correcto o no tenga consecuencias? ¿Quién es responsable de que pasen cosas así, todos los días, en este México nuestro con tantas posibilidades no realizadas?
¿Cómo pasó –o habrá sido así siempre– que los otros, distintos a nuestros familiares, amigos cercanos, socios o cómplices posibles, nos importen tan poco? ¿Es culpa del gobierno –culpable de moda desde hace 30 años de todo lo que no nos gusta– o de quién?
Sí, está el dolor punzante de los miles de muertos evitables y de los miles de desaparecidos causándole a sus seres queridos y a todos a los mexicanos a los que le quede algo de corazón, dolores sin fin. Pero, están también todos esos pequeños actos y omisiones de incivilidad pertinaz y cotidiana que nos tienen donde estamos y que contribuyen a engordar el caldo en el que los muertos, los desaparecidos y toda la cadena de atrocidades y faltas de civilidad se vuelven normales.
¿A quién tendríamos que pedirle o exigirle que las dependencias públicas y los restaurantes y los hoteles y los cafés tuvieran baños dignos de tal nombre? ¿Sería mucho pedirle algo así a la 14a o 13ava economía del planeta? ¿No sería, acaso, lo mínimo que habría que exigirle?
Quisiera ver aspirantes a gobernarnos, pero también a organizaciones civiles de esas dirigidas por güeritos, mucho muy “bien” exigiendo estos mínimos indispensables para la convivencia civilizada. Básicamente, pues sin civilidad elemental, encuentro difícil imaginar un país en el que quisiéramos vivieran mis y nuestros hijos y nuestros nietos.
Resultaría enormemente refrescante y potente algún político, política o aspirante a serlo que hablara de botes de basura, de la escandalosa falta de limpieza de nuestras ciudades y pueblos de la necesidad de vernos, reconocernos y respetarnos unos a otros como igualmente dignos en calles sin baches, en carreteras sin hoyos, y en un baño, existente, en el que el lavabo funcionara.
Suena poco grandioso, pero quizá habría que comenzar por ahí. Por excusados que no se atasquen; por parques y lugares públicos libres de deshechos, de excremento y basura a granel; por oficinas públicas limpias y dignas; por espacios de todos que le den a ese “todos” y a ese “nosotros” posible el sustento material y simbólico indispensable para que esas categorías no sean tan sólo de saliva y de papel.
Recientemente, el subsecretario de América del Norte, Paulo Carreño King, dio a conocer una serie de encuestas sobre las percepciones de los estadounidenses sobre México. Dichas mediciones, cuyo objeto consiste en apuntalar una nueva estrategia para reposicionarnos en Estados Unidos, indican que nuestros vecinos nos ven como un país: “insalubre, ajeno, lejano, atrasado, pobre, corrupto, inseguro y vinculado al narcotráfico”.
Invertir, otra vez, millones en agencias de comunicación y relaciones públicas norteamericanas para tratar de “limpiar” la imagen de México, además de ser lo más fácil, puede tener algún sentido, pues las “narrativas” visibilizan ciertos temas en detrimento de otros y ayudan a hilvanar un cuento más o menos favorecedor. Esa inversión, por otra parte, pudiera ser un buen signo, tomando en cuenta que México (tanto gobierno como iniciativa privada) lleva décadas sin trabajar en serio para intentar moldear la percepción de los americanos sobre el país.
Dudo, sin embargo, que esa nueva inversión millonaria pueda ser exitosa por sí misma. No habrá dinero ni expertise que alcancen para “lavarnos la carita” fuera de nuestras fronteras, si no atendemos los hechos concretos que dan sustento a la pésima opinión que les merece México a los estadounidenses.
Hasta el momento, la atención prestada internamente en México al combate al narcotráfico y al crimen, por un lado, y, más reciente y titubeantemente, a la corrupción, ha sido, poca efectiva o, de plano, contraproducente. Sería momento en pensar en reencuadrar el asunto.
De empezar por limpiar, en el sentido más llano y elemental, nuestra casa.
Twitter:@BlancaHerediaR