La demagogia no es una tara que pueda esconderse. Quien la practica termina exhibido por tramposo. Y es que no hay mentira que pueda permanecer oculta en el tiempo cuando lo que se quiere es priorizar la ambición política sobre el interés de la mayoría.
Está en lo cierto Manuel Gil Antón, cuando advierte en estas páginas (16/07/16), que se han equivocado quienes quisieron utilizar el serrucho para sacar un tornillo. En el tema educativo, como en muchos otros, la evaluación es un instrumento que sirve para medir, pero no cabe convertirla en la varita mágica que corrige todos los demás vicios de la educación.
Eso fue demagógico. Pero igual de demagógico es suponer que en la reforma educativa se halla el origen de todos lo males y por tanto debe, de plano, abrogarse. “Abrogar” es una palabra grave. Implica erradicar de la faz de la tierra una disposición legal. Se abroga la esclavitud, el impedimento para que las mujeres voten, las leyes que impiden la libertad de expresión, las medidas discriminatorias, la prohibición del divorcio y está bien.
¿Pero cabe hablar de la abrogación de la reforma educativa sin exhibirse como un sujeto exaltado? Me temo que quienes han propuesto aniquilar esta reforma, no se han detenido seriamente a re¡exionar sobre lo que proponen.
Se equivocan con respecto a la forma y todavía más a propósito del fondo. Una abrogación de la reforma educativa implicaría volver a modificar el Artículo 3° de la Constitución. Es decir, conseguir dos tercios de los votos en el Congreso de la Unión y el respaldo de al menos la mitad (más una) de las legislaturas locales.
¿Por qué suponen los líderes de la CNTE que cuentan con esa fuerza política? Por más que presionen al Ejecutivo federal, les faltan legisladores convencidos para respaldar su causa. Por este primer argumento, es que resulta demagógico utilizar la palabrota “abrogar,” cuando se hace referencia a la reforma educativa aprobada en 2013.
Será creíble la demanda de la Coordinadora, el día que sea capaz de convencer al constituyente permanente de cambiar la Carta Magna. Antes no. Para ello, la dirigencia disidente habría de persuadir sobre el fondo de la discusión. En estas páginas he escrito ya antes sobre los defectos y también sobre la virtudes de la reforma educativa.
Tengo para mí que los primeros se hallan en las leyes secundarias y las segundas se encuentran en la Carta Magna. Pero los líderes disidentes no hacen distinción. Ellos quieren demolerlo todo. Cuando hablan de abrogar, se re eren al Artículo 3° de la Constitución, y justo en ello radica su demagogia. ¿Qué del nuevo texto constitucional les provoca roña?
La reforma educativa en la Carta Magna estableció tres principios: Primero, que el Estado debía garantizar la calidad en la educación, de tal manera que los materiales y métodos educativos, así como la organización y la infraestructura escolar y la idoneidad de los docentes aseguren, de manera armónica, el aprendizaje de los educandos.
Segundo, que el ingreso a la profesión docente, así como la promoción de los cargos dentro de las escuelas, se lleven a cabo mediante concursos donde sean tomadas en cuenta las capacidades y los conocimientos de los maestros.
Tercero, se creó el Sistema Nacional de Evaluación Educativa, cuyo responsable es un órgano autónomo de Estado, protegido de presiones políticas: el Instituto Nacional de Evaluación de la Educación. ¿Quién puede proponer la abrogación de cualquiera de estas tres premisas sin ser, a la vez, un demagogo?
ZOOM: En el tema educativo llegó la hora de renunciar a las caretas de la demagogia y poner sobre la mesa lo que verdaderamente importa. Las ambiciones están desnudas y apestan cuando pasan frente a nuestras narices.
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