Este texto fue publicado en Milenio. Por considerarlo de interés público lo reproducimos aquí.
No deja de provocar desconcierto lo que ocurre en México. La CNTE tiene más de dos años realizando actos violentos de manera impune, y cuando la violencia se desborda y hay muertos, entonces las autoridades los invitan a negociar. La moraleja o enseñanza que se infiere es funesta para nuestra democracia y para la legitimidad del Estado.
La verdad es que durante décadas las autoridades no han sabido (o no han querido) hacer frente con seriedad y rigor a protestas colectivas que violan la ley y derivan en violencia, porque temen repetir el síndrome de 1968: no saben si, al reprimir a un grupo, la protesta pueda escalar y adquirir dimensión nacional.
El caso es que la CNTE ya doblegó a las autoridades y hay mesa de negociaciones. Sin embargo: ¿qué se quiere negociar? ¿La reforma educativa? Creo que la reforma educativa no es perfecta, puede mejorarse, como hace días lo afirmó Sylvia Schmelkes, presidenta del INEE. La reforma ha tenido fallas que se pueden corregir.
En ese caso, que se negocie. Pero ¿Está dispuesta la CNTE a negociar la reforma educativa? No hay indicio de que así sea. La demanda de la CNTE nunca ha sido negociar, sino derogarla. ¿Acaso los líderes de la CNTE conocen las leyes que dan sustento a la reforma?
¿Cuál sería entonces la materia a negociar? La reforma ha sido evaluada, ha habido incluso evaluación de las evaluaciones, o sea que existe información significativa que recoge las fallas de la reforma y que puede dar sustento a propuestas rigurosas de mejora.
El problema, sin embargo, no es este. El problema de fondo, y que preocupa a todos, es que no existe ningún ánimo palpable por parte del grupo que dirige la coordinadora para negociar la reforma. Su juego es al todo o nada. O mis adversarios se rinden ante mí o yo continuaré mi protesta violenta impunemente.
Ese juego ha sido un obstáculo, incluso para que las autoridades den respuesta al movimiento magisterial. Echar abajo, de golpe, toda la reforma acarrearía daños mayúsculos a la educación nacional, daños que ni las autoridades ni la sociedad entera están dispuestos a aceptar.
El riesgo de que las cosas continúen así es muy grave. Si la violencia continúa se estará empujando a las autoridades a asumir la postura que debieron haber asumido desde 2013, cuando la CNTE inició su cadena de actos violentos. Es decir, a reprimir. Y cuando se reprime en México, todos lo sabemos, la probabilidad de un desastre aumenta.
¿Vamos a esperar a que ocurra una nueva fatalidad, un desastre mayor, un Tlatelolco que seguiremos lamentando durante cinco décadas?
* Integrante de la Junta de Gobierno del INEE y ex dirigente estudiantil de 1968