Por Juan Carlos Silas Casillas
El jueves 23 de junio en La Habana, se firmó el acuerdo de paz entre el gobierno de Colombia y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Este acto puso fin a más de medio siglo de conflicto, tiempo en el que fallecieron muchos miles de civiles y uniformados, momentos aciagos que afectaron individuos, comunidades y, especialmente, la manera en que un pueblo ve la vida. En este significativo evento, que tuvo como testigos de honor a funcionarios clave de Noruega y Estados Unidos, así como varios presidentes de naciones Latinoamericanas, se encontraba Enrique Peña Nieto.
El acuerdo fue la culminación de muchos meses de negociación y parece lograr en definitiva poner alto al sinsentido de la violencia y la confrontación. Reportes periodísticos señalan que esto permitirá canalizar al sector educativo una parte importante del presupuesto destinado recurrentemente a la militarización. Se estima que el monto dedicado a educación será 45% superior al canalizado a Seguridad y Defensa. En esta firma hubo un elemento que en México pasó desapercibido y este fue el objeto con que se firmó: el bolígrafo, mismo que en realidad fue un BALÍGRAFO.
Este simbólico invento es nada más y nada menos que un casquillo de bala calibre 0.50 convertido en un bolígrafo. El presidente Santos lo entregó a Timoléon Jiménez, mejor conocido como “Timochenko”, el negociador en jefe de parte de las FARC, como emblema de que algo que se usó para matar y destruir, ahora servirá para restablecer la armonía en esta nación hermana. La ministra de educación de Colombia ha señalado que el Balígrafo “es el símbolo del cambio, de la transición que Colombia vivirá en pocos meses, de un país donde las balas serán el pasado y la educación se convertirá en el presente y el futuro” (El Heraldo, 24 de junio 2015).
Ante este optimista escenario no queda más que voltear a ver qué está sucediendo en México y realizar algunas rápidas reflexiones. En nuestro país parece que estamos enfocando los esfuerzos y el discurso hacia el disenso y la confrontación. Las imperdonables acciones del día 19 de junio en Nochixtlán, Oaxaca nos hacen ver que estamos llegando a niveles de barbarie que, huelga decirlo, no deberían presentarse en ningún lugar y entre ningún grupo de seres humanos; menos aún entre civiles y docentes por un lado y las fuerzas del estado por el otro.
Mientras en Colombia se hace el llamado para que la educación sea el elemento que aglutine voluntades y se convierta en el pilar del proyecto de nación, parece que en México estamos buscando que una sola perspectiva prime sobre las demás.
Se ha señalado ya en repetidas ocasiones que se requiere un diálogo constructivo y legítimo, que recoja las inquietudes legítimas de todos los actores involucrados y que ponga sobre la mesa los posibles caminos para lograr atender las necesidades nacionales. Esto, sin embargo no se ve cerca. Una muestra es que los diálogos entre la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) y el gobierno federal mexicano no son a través de la Secretaría de Educación sino por mediación de la Secretaría de Gobernación. Es decir que no se concibe como un tema del ámbito educativo sino de seguridad nacional.
Otro aspecto interesante es que en las negociaciones colombianas se contó con la mediación de actores clave y de garantes de seguridad. Por un lado Cuba (país cuya revolución inspiró en parte a la guerrilla) y por otro a Noruega (un país cuya neutralidad es emblemática), es decir, se requiere de ayudas para poder dialogar. En México sería muy conveniente contar con la mediación de expertos en temas educativos y legales para ayudar a que las negociaciones lleguen a buen puerto. Académicos y personajes de la sociedad civil pueden desempeñar muy bien el papel de mediadores y garantes de los acuerdos, sin embargo es notorio que el incipiente diálogo entre la Secretaría de Gobernación y la CNTE han sido a puertas cerradas sin la mediación de otros actores.
Hay que recordar que temas sociales de gran envergadura como el proyecto educativo o la parte educativa de un proyecto de nación, requieren de diálogo propositivo e informado, mismo que regularmente requiere de mucho tiempo. El conflicto entre las FARC y el gobierno colombiano arrancó en 1964, varios periodos presidenciales iniciaron y terminaron mientras que el movimiento armado permaneció. Pastrana, Betancourt, Gaviria, Samper, Uribe y Santos, son algunos apellidos que transcurrieron en el conflicto de parte del gobierno; estos presidentes tuvieron distintos enfoques e ideologías, diferentes ideas de cómo resolver el problema y variados apoyos. Por su parte las FARC tuvieron prácticamente la misma línea (a veces más extrema y cruenta) durante décadas. Una reflexión adicional sobre esto en el contexto mexicano es que sería conveniente tener en cuenta que los asuntos torales trascienden las administraciones gubernamentales y es un error circunscribir el futuro nacional a los tiempos de quienes trabajan como servidores públicos. Esto sólo apresura las cosas y deviene en soluciones ligeras o inútiles.
Ante este panorama, con una Colombia esperanzada y un México desgastado, conviene levantar las miras y buscar acuerdos educativos, que realmente lleven a corregir nuestra desmejorada educación mexicana. Para ello necesitamos dialogar y lograr pactos que se cumplan y respeten, que hagan ver a los actores que hay cosas más importantes que los intereses individuales o de corto plazo. En síntesis, requerimos pensar en las próximas generaciones, tener el proyecto de país como eje de las negociaciones y plantear pasos cortos que nos lleven lejos… Y ante esto, más en serio que en broma surge la pregunta ¿no sería conveniente tener algo que nos recuerde que la educación es el antídoto a la violencia actual?, ¿algo que nos haga pensar en dejar de lado los sectarismos y el conflicto? Y, sobre todo: ¿no necesitaremos un balígrafo?
Referencia:
http://www.elheraldo.co/nacional/conozca-la-historia-del-baligrafo-con-el-que-se-firmo-la-paz-267990
Investigador del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente